Sobre saber escuchar, música y fieras

El genial Ludwig van Beethoven tenía alrededor de 30 años cuando empezó a perder la audición, y para ese momento de su vida ya llevaba muchos años componiendo. Quizás la experiencia ganada haciéndolo, sumada a su genio y talento naturales, le permitieron seguir con sus composiciones por muchos años más, y los expertos musicales afirman que, aún sordo, sabía cómo sonaría la música que escribía.

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Participó y dirigió el estreno de su Novena Sinfonía, y viéndolo manejar la batuta como lo hizo ya nadie pudo dudar de que –aun totalmente sordo- sentía cada nota.

El brillante compositor no pudo oír –por lo menos como lo hacemos nosotros- muchas de las más de 340 obras que legó al mundo y la posteridad, entre las que se encuentran infinidad de sinfonías, Para Elisa, Marcha Turca y la sinfonía con el coro final conocido como “Himno a la Alegría”, sobre un tema del poeta alemán Friedrich Schiller, quizás uno de los documentos más valiosos de la biblioteca de Berlín.

Quizás Beethoven no haya podido escuchar sus composiciones a partir de cierta edad, pero la gran mayoría de nosotros sí puede tener este privilegio, y disfrutarlo de la manera en que a cada uno le resulta más cómodo y agradable. Ya sea a través de dispositivos electrónicos o visitando conciertos, indudablemente hoy día hay muchos más recursos disponibles y esta manifestación cultural es más accesible para todos.

Desde tiempos inmemoriales, la música ha sido una excusa artística perfecta para unir a la gente, rendir culto a Dios, celebrar victorias en las batallas, festejar las igualdades y suavizar las diferencias, mostrar lo mejor del legado cultural de los países y regiones, dar el marco apropiado a eventos sociales y en fin, infinidad de ocasiones en las que los sones, sean el elemento principal o aglutinante en torno a la adhesión de la gente o un agregado que le otorga una plusvalía, lo cierto y concreto es que resulta casi inconcebible una reunión de personas sin música (y tampoco es mala compañía en la soledad).

Quizás dimensionando este hecho en toda su magnitud, unido a la concepción de que a través del fomento a la educación musical formal se puede formar a jóvenes y adultos en habilidades que, una vez adquiridas aquéllas, decantarán naturalmente en liderazgos sociales y de gestión comunitaria, fue que el Director de Orquesta e investigador musical Luis Szarán creó en el 2002 el programa emblema de la organización Tierranuestra, llamado SONIDOS DE LA TIERRA.

Tal vez inspirado por Beethoven, Szarán pudo escuchar, sentir y palpar entre notas y acordes las infinitas posibilidades que se abren para las personas a través de la música, y la forma positiva en que influye sobre las comunidades. “Allí donde se canta, siéntate a descansar en paz. La gente mala no tiene canciones”, reza un proverbio, y buscando a partir de la música llevar valores y acciones positivas con Escuelas Comunitarias con presencia en todo el Paraguay, Sonidos de la Tierra busca promover un cambio en la visión y buenas prácticas ciudadanas ¡con excelentes resultados!

A 20 años de haberse iniciado este modelo de programa, que como propuesta fundamental incentiva a que jóvenes músicos, instructores, coordinadores y miembros de comisiones de apoyo empiecen a realizar cambios en sus comunidades convirtiéndose en verdaderos dinamizadores comunitarios, líderes y facilitadores que ayuden a generar alianzas estratégicas e impulsar acciones de bien común, ya pueden percibirse cambios que van desde mejoras en la calidad de vida de la gente conseguidos por la autogestión, el empoderamiento ciudadano a través del conocimiento y la cultura y la recuperación de la dignidad de los pueblos del interior, que no siempre fue respetada. Y todo, siempre, con la hermosa música como telón de fondo.

Nadie puede abstraerse de la cautivante fascinación que ejerce sobre nosotros la música, alguien así sería un rara avis. Desde los jóvenes que bailan y corean a sus cantantes favoritos, pasando por las personas congregadas en una iglesia, una peña de amigos alrededor de una guitarra, una pieza de música clásica ejecutada en un piano de cola o un concierto de reggaetón (y bueno, hay libertad de cultos y gustos), la música es un aglutinante social, adhiere, convoca y nivela a las personas.

Cuenta un relato (muy poco creíble, por cierto) que, habiendo caído un avión en la selva, los sobrevivientes se prepararon a morir devorados por los leones; en eso, un violinista empezó a ejecutar su instrumento, reaccionando las fieras escuchando extasiadas las cuerdas. Al rato, una de las bestias se abalanzó sobre el músico y lo devoró. Los demás leones pensaron “por culpa del sordo, nos quedamos sin esa música tan linda”, antes de atragantarse con cuanto cristiano estuviese a mano.

Al margen de la duda que nos queda en relación a quién pudo haber perpetuado la historia, habida cuenta de que no quedó títere con cabeza, pongamos empeño en escuchar y sentir las necesidades e inequidades sociales y no permanecer indiferentes a ellas, y mucho menos acallar como lo hizo el león sordo a los que –con las herramientas que tienen a mano- alzan sus genuinas voces de protesta y descontento.

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