Cabe, en este sentido, destacar un concepto presente en cada mesa de Rosh Hashaná: La circularidad. Pensemos, por ejemplo, en el tradicional pan trenzado, que durante esta festividad se prepara con forma redonda para simbolizar la eterna circularidad del tiempo. El fin de un año y el inmediato comienzo del próximo.
No se trata de una lectura meramente filosófica o espiritual, sino de pensar este cambio en términos de oportunidades. Por ello en la tradición judía, mientras damos cierre a un ciclo comenzaremos el siguiente con una invitación a la reflexión. Y aquí no me refiero a la bien establecida costumbre de cada 31 de diciembre de pensar en nuestros objetivos para el año próximo. En los diez días que van desde el año nuevo judío hasta el Día del Perdón, o Iom Kipur, esta introspección es un deber.
Aunque se trata de un proceso individual y profundamente espiritual, nuestros sabios nos enseñan que para que la reflexión sea completa debe verse reflejada también en actos materiales que involucran a un otro. Una búsqueda del desarrollo individual funcional al mundo que nos rodea: Ser mejor no solo por uno mismo, sino como miembros activos de la sociedad.
En ello se basan las costumbres religiosas y culturales vinculadas a la festividad de Rosh Hashaná. Además de las plegarias y rituales religiosos (“tefilá”), el año nuevo judío es el momento para hacer “teshuvá” y “tzedaká”. El primero es un ejercicio de introspección que pone el foco en el acto de pedir perdón. El segundo es un llamamiento a la acción social. Detengámonos por un momento en esto último. Nos encontramos en las puertas del año número 5783 desde la creación del mundo y del hombre, y esta es una buena oportunidad para preguntarnos dónde estamos parados como humanidad y qué hemos hecho con el planeta que habitamos.
Los niveles de desigualdad que observamos en Latinoamérica, la región más desigual del mundo, y la crisis ambiental profunda en la que ya estamos insertos, nos interpelan para determinar que no podremos continuar de este modo mucho tiempo más si pretendemos sobrevivir como humanidad y como especie.
La costumbre de esta fiesta indica también escribir y enviar cartas con buenos deseos para el nuevo ciclo que comienza. Paz, salud, amor, prosperidad son los augurios más frecuentes, y vaya si los necesitamos. Sin embargo, para este año 5783 no son suficientes los buenos deseos si lo que pretendemos es preservar el tejido social que nos une como sociedad, y conservar nuestra fuente de supervivencia biológica, y la de las próximas generaciones venideras. Tomar decisiones audaces es hoy ser conservador.
En estos días de introspección, además de formular buenos deseos, tomémoslo como oportunidad para comenzar este nuevo ciclo con nuevas rutinas, nuevas acciones y nuevos compromisos que colaboren e inspiren a otros a construir un mundo mejor.
*Presidente del Congreso Judío Latinoamericano