Según Patricio, los agentes de la Policía Nacional fueron quienes le plantaron la droga. Además, denunció que lo encerraron en un calabozo, no permitieron a sus padres que lo vieran y supuestamente lo torturaron.
Por su parte, los agentes de policía, respaldados por su jefe policial, el comisario Alberto Morínigo, aseguran que encontraron la droga en poder del joven, e, incluso, aseguran que el mismo fue capturado tras una persecución.
Independientemente a que Patricio sea culpable o no, lo repudiable en el actuar de los agentes -de llegarse a comprobar que se trata de un nuevo caso más de plantón de drogas- es la vehemencia con la que actúan contra un joven, quien, en caso de que la droga sea suya, podría ser considerado un simple adicto, o microtraficante.
Lo curioso es que los agentes de policía no actúan con la misma vehemencia contra los criminales que a metros suyos asesinaron al periodista Humberto Coronel, siendo que estaba amenazado y debía contar con custodia.
Lo más deleznable es que la fiscala del caso, Katia Uemura, hasta culpó a la víctima de ser él quien “se regaló”, evidenciando que quienes están en las instituciones encargadas de velar por la seguridad de la ciudadanía, poco o nada les importa que se mate a personas a la vista de todos.
A pesar de todo, hay algunas señales de que algo puede funcionar bien en la justicia paraguaya, como la reciente confirmación de la condena del “Padrillo Republicano”, quien debe pagar por acusar sin fundamentos a la diputada Celeste Amarilla y a su fallecido esposo, Franklin “Anki” Boccia, o la reciente confirmación de la absolución de Édgar Martínez Sacoman, quien fue injustamente preso por fabricar aceite de cannabis medicinal. Estos hechos –como el actuar de los agentes de policía con Patricio– nos dan un baldazo frío sobre la triste realidad de que en las instituciones está todavía arraigada la cultura de perseguir a los más débiles. Mientras, los “significativamente corruptos”, los narcos, amigos de narcos y lavadores de dinero caminan libremente, ostentando su impunidad, mostrándose entre los círculos de la más alta élite social como exitosos empresarios y patrones del país.