En cambio, quienes están acostumbrados a cometer ilícitos, a robar fondos públicos por medio de la corrupción, a comprar votos en las elecciones, a pagar con fondos estatales a los empleados de sus estancias, casas de campo y comercios, a ubicar familiares como planilleros en organismos oficiales y con altos salarios (falsamente), a sobrefacturar al Fisco por sus productos y servicios, etcétera, protestan porque son de su círculo los que son objeto de pesquisa y catalogados, por ejemplo, como “significativamente corruptos” por el gobierno de EE.UU.
Las personas que quieren vivir en un país donde impere la justicia, que esté dirigido por gente honorable y meritoria, apoyan –y lo harán siempre– que los que abusan de su poder sean desenmascarados y expuestos ante la opinión pública nacional y del exterior, con la finalidad de que al menos sientan vergüenza, o para que los fiscales y jueces hagan su trabajo una vez que tengan los elementos y el coraje necesarios.
Mucha gente siente entusiasmo por la acción llevada a cabo por el Departamento de Estado de Estados Unidos contra personas de nuestro territorio contra quienes hay bastantes denuncias contundentes desde hace años. Aquel fervor se comprueba en las redes sociales, en las opiniones bajo las noticias de medios de comunicación, en reuniones, pero al mismo tiempo se nota que sienten vergüenza. Se mancha el nombre del Paraguay una y otra vez. Y no es culpa del que acusa, sino de los que la motivan.
Sin embargo, la conclusión a la que se puede llegar es que, pese a las calificaciones de “intromisión” o “injerencia” que hacen los amigos (o cómplices) de los “designados” por EE.UU., el resultado más temprano que tarde será beneficioso para el Paraguay, pues derivará en un “saneamiento”. Así las cosas, esperemos que haya más “entrometimiento”.