Desde el ágora a nuestras plazas

Las plazas públicas cumplen funciones efectivas en la sociedad. Desde el ágora de la antigua Grecia a las plazas destruidas del Paraguay, siglos de civilización nos colocan en perspectiva.

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Los ciudadanos se reunían en el ágora para discutir acerca de las leyes, era un lugar sagrado del pensamiento y voces para decidir el futuro político.

En la actualidad ciudades como París ofrecen sus plazas como un atractivo turístico. Mientras, en Brasil los paisajistas como Gustaaf Winters explican que la plaza es un lugar donde los niños tienen que jugar y sentirse seguros. Los adultos mayores se congregan y se sienten acompañados por las aves y juegos de mesa.

Cuando el experto estuvo en Paraguay también sugirió que en las plazas no debe haber baños porque eso corresponde a los locales gastronómicos de alrededores.

En Singapur las plazas son el puntal de una lucha tenaz contra el calor y la humedad y el gobierno invierte en tecnología para los espacios públicos.

En Asunción las plazas se están cercando como ocurre en el interior donde colocan postes para que las vacas no entren a comer el pasto.

En la capital el peligro es el ser humano que no entiende para qué sirve una plaza, ni siquiera sus gobernantes y autoridades tienen claro que son espacios públicos y que no pueden ofertarse como hábitat del “mientras tanto”.

Las plazas no son sitios destinados a las viviendas, ni a los corrales. Las plazas tampoco son guaridas de chespis ni vidrieras de la prostitución.

Las plazas pertenecen a las personas que buscan en ellas el descanso, el recreo, espacio para hacer deportes, leer un libro, respirar aire puro bajo una gran sombra.

Ya hemos visto lo que produjo la Costanera, a pesar de que muchos no teníamos mucha fe de lo que ocurriría allí, a nivel social, espiritual, físico y cultural.

Las plazas del Centro histórico, la Plaza de Armas, la plaza Juan de Salazar quedaron como bombardeadas después de la ocupación múltiple de diferentes grupos por la incapacidad de nuestros intendentes y policías.

Las plazas abiertas que fueron testigos de protestas y marchas, ahora enrejadas deben llamar a reflexión.

Una afrenta diaria que obliga a encontrar la mugre y el peligro en un espacio que debería ser una muestra de urbanidad.

Y ahora tenemos la plaza que dejaron los ocupantes frente al Congreso, nuestra Plaza de Armas enrejada.

¿No será como el ágora, un sitio para reunión de ciudadanos? Acaso continuará siendo un pedacito del mundo que se rifa a los avivados de turno.

mirtha@abc.com.py

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