El señalador, también llamado marcapáginas, es sumamente útil para señalarnos la página e incluso –si somos un poco cuidadosos- el punto exacto en donde detuvimos la lectura de un libro, y por lo que se sabe, no se utiliza en revistas o similares. Haciendo uso de él, le damos un poco de método al goce de estos invalorables compañeros como son los libros, que nos acompañan a lo largo de toda la vida en los momentos de estudio, tranquilidad, eventual soledad o sencillamente placer, y sobre este último punto, imagínese una situación más agradable que leer unos buenos párrafos tomando un mate o un buen café en la tranquilidad de un rincón acogedor y cómodo.
Hace un par de días, una Diputada Nacional se declaraba públicamente ignorante, con expresiones que daban pena a quienes la escuchaban -sobre todo a los que pagamos su inmerecido salario- pero que parecían no avergonzar demasiado a la legisladora en cuestión. Confesó no tener ningún apego hacia la lectura, en un desparpajo y sincericidio absolutamente faltos de pudor, características que parecen haber enraizado en gran parte de la Cámara Baja. Pudiendo tener un gesto de cortesía hacia los ciudadanos, manteniéndose callada, para por lo menos dejar alguna duda sobre su incompetencia, optó por lo contrario, jactándose de ella. Y al ser presionada para justificar su posición sobre el punto debatido, no pudo sostenerla y solamente le faltó decir “yo no quería luego este puesto”. Y nos vienen a la memoria las palabras del genial Manuel Alcántara que decía con su habitual ingenio: “Cuando alguien dice que no lee, podría ahorrarse la confidencia”.
Este incidente desató una pequeña polémica, en la que varios de sus colegas se manifestaron igualmente como no muy amigos de los libros. Si estos son los representantes del Pueblo Paraguayo, estamos muy mal, porque están confesando no saber de las leyes, ¡que están todas escritas! Y en un ámbito más ideal y poético ¡qué triste debe ser no haber cultivado el hábito por la lectura a través del amor por los libros! Son regalos hermosos, e incluso muy personales si se adquieren pensando en la persona a la que van a ser obsequiados. Y nuestra alma se regocija al encontrar algún viejo libro, con una dedicatoria de nuestra madre o algún amigo… “Un libro no termina de escribirse, sino hasta que se dedica a alguien”, dijo el gran Gabriel García Márquez.
A través de la lectura, amén de adquirir conocimientos de todo tipo -dependiendo del contenido de la misma-, se mejora y perfecciona la ortografía, y si le queda alguna duda de esto, sencillamente pídale a un chico de 15 años que escriba un ensayo de 200 palabras.
En nuestro país, se ha perdido muchísimo en la didáctica escolar la enseñanza de la lectura, entendida como la forma de despertar el deseo del saber a través de la misma. Ya harán unos 40 y pico de años, que Quino hacía una crítica de esto en la tira cómica Mafalda, cuando los niños protagonistas se contaban qué regalarían a sus madres en su día, y al comentario de Mafalda “voy a regalarle un libro”, el buenazo de Manolito respondió burlonamente “…pero si ya tiene uno”.Una pareja de amigos, en cuyo departamento se encuentran libros literalmente en todas partes, tiene colgado en el baño un cartel muy particular “Sala de Lectura”, bueno, la mención del lugar es un tanto inapropiada, pero lo concreto es que se puede leer casi en cualquier parte. Y como que nos quiere venir a la memoria –otra vez- un Diputado defenestrado, señor que se preciaba –sin demostrarlo- de tener nada más y nada menos que 7 títulos universitarios, y escuchándolo hacer el ridículo ante las cámaras y abochornando a sus propios compañeros de bancada cabe preguntarse: ¿Será que este señor practicaba la lectura en algún momento, aunque sea en el sitio aquél? Y si lo hacía ¿Realmente entendía lo que leía?
La lectura, para ser comprensiva, requiere de ciertas cualidades y habilidades, como son la voluntad de aprender, el conocimiento del idioma, abrir los ojos y la mente, y también cerrar la boca. Hay que cuidar también qué se lee, así como lo que se mira en la televisión, no todo es bueno, tampoco todo es malo, pero en lo posible hay que evitar “solo pasar el tiempo haciéndolo”, sin incorporar nuevos conocimientos o habilidades. Como posibilidad para aprender e informarse, ambos recursos con válidos y ninguno es mejor al otro, habiendo programas de televisión magníficos, y libros estúpidos.
Don Augusto Roa Bastos, nuestra excelsa pluma nacional, habrá estado más que contento cuando, hasta hace pocos años, cuando se les preguntaba a las candidatas a Miss Paraguay qué libro habían leído últimamente todas, sin excepción, contestaban “Yo, el Supremo”. Con esto, la señorita en cuestión salvaba el escollo y quedaba claro para el Jurado que, además de bonita, era cultivada. Esta práctica de consultar sobre la última lectura, que se daba en diversos certámenes y también en entrevistas, ya quedó en desuso, y haciendo un sondeo rápido a nuestro alrededor podemos sacar interesantes conclusiones.
Es importante leer. La lectura ayuda a pensar correctamente, y a no caer con tanta facilidad en las trampas de la economía, la política y hasta la religión. “Cuantos más libros, más libres” es un aforismo español que nos viene como al dedo si consideramos la situación de nuestro país, donde pareciera que mantener a la población sumida en la ignorancia es casi parte de una agenda perversa llevada a cabo gobierno tras gobierno.
Lamentamos el estado de las cosas, pero somos todos responsables de esta realidad, falta leer más. Tampoco los periódicos impresos se salvan de esta falta de interés: La tirada es cada vez menor, prefiriendo la gente los contenidos digitales, más cómodos, y de preferencia cortos. Pero hagamos un esfuerzo, y sin importar el formato, el lugar ni la situación, practiquemos aquel aforismo latino “Nulla die sine línea” o sencillamente ningún día sin una línea leída. Cuidando igualmente el contenido de lo que leemos y vemos en televisión, prestando más atención a las editoriales y menos a los pasquines sensacionalistas, más a la opinión de periodistas como Carlos Martini y menos a programas como los del personaje No. 2 y sus secuaces, expertos en el arte del entretenimiento sin contenido. Busquemos, al margen de nuestras ideologías y creencias particulares, las verdades a las que permiten llegar el pensamiento crítico y la lectura comprensiva.
Fernando Savater escribió en 1988 un libro titulado “Despierta y Lee”, qué fabuloso sería que cada uno de nosotros internalice esta idea, formulándola en forma invertida “Lee y Despierta”.