Según los testimonios bajo juramento de asesores clave del expresidente Donald Trump, lo que hizo el expresidente el 6 de enero no puede ser visto de otra manera que como un intento de golpe de Estado. Más precisamente, un autogolpe.
Como todos lo vimos en televisión, Trump incitó a sus partidarios a marchar hacia el Capitolio para protestar contra un resultado electoral que había sido validado por la Corte Suprema. Y luego, cuando la turba ocupó el Congreso violentamente con gritos de “(Vicepresidente Mike) Pence a la horca”, Trump no pidió el fin de la violencia durante más de tres horas, testificaron sus excolaboradores.
Cinco policías que estaban en el Capitolio el 6 de enero murieron a causa de sus heridas o se suicidaron en los días y semanas siguientes.
Como dijo la congresista republicana Liz Cheney, la vicepresidenta del comité del 6 de enero en sus comentarios de clausura el 21 de julio, “el caso contra Donald Trump en estas audiencias no está hecho por testigos que eran sus enemigos políticos. Se trata, en cambio, de una serie de confesiones de los propios asistentes de Trump, sus propios amigos, sus propios funcionarios de campaña, las personas que trabajaron para él durante años, y su propia familia”.
Entre los que testificaron bajo juramento ante el comité del Congreso se encontraban el ex fiscal general Bill Barr, el abogado de la Casa Blanca Pat Cipillone y los propios hijos de Trump, Ivanka y Don Jr. Ellos y otros bombardearon al jefe de gabinete de Trump el 6 de enero con mensajes urgentes pidiéndole al presidente que hiciera una declaración pública para detener la violencia.
Pero el ex presidente no hizo eso, ni pidió refuerzos policiales, o del ejército. Pero lo más aterrador del intento de auto-golpe de Trump es que todavía hay una minoría de estadounidenses que lo apoyan fervientemente. Aunque la popularidad de Trump cayó un poco como resultado de las audiencias en el Congreso, casi el 41% de los estadounidenses todavía tienen una opinión favorable de él, según un promedio de encuestas de FiveThirtyEight.
Conozco personas que, cuando les recuerdan que Trump trató de alterar el resultado de las elecciones y todavía justifica sus acciones, responden con un “sí, pero”, seguido de justificaciones unidimensionales como “era duro contra Venezuela”. Es como si no les importara que Estados Unidos se convierta en una autocracia, como Venezuela.
Michael J. Abramowitz, el director de FreedomHouse, un grupo de investigación no partidista que publica un informe anual sobre el estado de la democracia en 195 países, me dijo que el puntaje de Estados Unidos en la escala de democracia mundial ha estado cayendo desde 2011.
Abramowitz se negó a pronosticar si el puntaje de Estados Unidos en el ranking de democracia caerá aún más este año, pero a juzgar por las más recientes revelaciones de las audiencias del Congreso no me sorprendería que así sea.
Las audiencias del Congreso proporcionaron “evidencia convincente de que el presidente Trump lideró un intento de golpe de Estado luego de su derrota en las elecciones de 2020″, dice Abramowitz. “La forma en que respondamos a este intento sin precedentes de subvertir la democracia estadounidense determinará la dirección que tome el país durante décadas”.
El Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), con sede en Estocolmo, ya ha clasificado a Estados Unidos como una “democracia en retroceso”.
“Estados Unidos, el bastión de la democracia global, fue víctima de las tendencias autoritarias y ha caído un número significativo de puestos en la escala democrática”, como resultado del ataque contra el Congreso apoyado por Trump, dijo IDEA en su Informe Global del Estado de la Democracia 2021.
Si Trump no es procesado por su intentona golpista, será una luz verde para que futuros presidentes estadounidenses no reconozcan resultados electorales adversos. Estados Unidos corre el riesgo de seguir el mismo camino que las autocracias latinoamericanas sobre las que a menudo escribimos en esta columna.