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Bucaramanga, Colombia. El partido semifinal de la Copa América Femenina entre Paraguay y Brasil está por empezar. En el estadio suena el Himno Nacional Paraguayo. En la cancha, con los tapones de sus botines clavados en el pasto, hay once chicas, once mujeres maravilla.

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¡Unión e igualdad!

Puede que estén nerviosas o ansiosas, pero no bajan la mirada ni aflojan el semblante severo. Tienen los brazos cruzados frente al pecho, con los codos apuntando al suelo y los puños cerrados a la altura de los hombros. Como Wonder Woman, trazan con sus brazos la W inicial de su nombre de superheroína.

Una periodista les preguntaría después qué quisieron transmitir. Ellas prefirieron no responder, y dejar que sean sus manos empuñadas y su postura erguida las que comuniquen. Y están en todo su derecho de hablar o no, según crean conveniente y cuando crean conveniente.

Los medios reportan que el ademán es por “un reclamo económico”, como si se tratase simplemente de dinero, cuando es una cuestión de dignidad e igualdad. Aparentemente, los salarios de los y las futbolistas de la Selección Paraguaya son un misterio insondable, así que no sabemos cuánto ganan unos y otras, ni cuál es la diferencia entre lo que ganan varones y mujeres.

Sí sabemos, porque lo dice el estudio “Evaluación de brechas de datos y capacidades para mejores estadísticas de género. Paraguay, 2021″, del Instituto Nacional de Estadística, que en Paraguay existe, en promedio, una brecha salarial equivalente al 20% a favor de los varones.

En otras palabras, por realizar el mismo trabajo, un varón ganará 20% más que una mujer. Por el simple hecho de ser hombre y nada más.

Lo que les pasa a esas chicas en esa cancha colombiana no le pasa solo a ellas. Le pasa a la mitad de la población del país. Eso es lo verdaderamente ofensivo: la desigualdad.

Sin duda hay ejemplos más cercanos de mujeres que con sus “gestos” desataron cambios gigantescos. Pero menciono dos remanidos porque permiten dimensionar cómo el “gesto” molesto, ofensivo y hasta ilegal -tan silencioso como potente- tiene la fuerza de modificar el curso de la historia. Y para bien.

Uno es el de la afroamericana Rosa Parks, la costurera que decidió no cederle su asiento a un hombre blanco en un bus, como dictaban las normas de Alabama, Estados Unidos en 1955. El otro, el de una deportista, Kathrine Switzer, que en 1967 quiso correr la maratón de Boston, Estados Unidos, y lo hizo aunque estaba prohibido y aunque una serie de impactantes fotografías muestra cómo los organizadores intentaron sacarla a la fuerza.

Si Rosa se levantaba. Si Kathrine se hacía a un costado. Si cualquiera de las dos decidía cumplir las reglas ¡Qué mundo horrible -mucho más horrible- iba a ser este! Pero Rosa se aplomó en su asiento de colectivo y Kathrine puso un pie delante de otro, y así sucesivamente, para seguir corriendo. Y hoy la segregación racial es un delito en buena parte del mundo y las mujeres pueden practicar el deporte que quieran, también en la mayor parte del mundo.

Esa es la fuerza de no descruzar los brazos.

No creo que a quienes les ofenda el gesto de las futbolistas les moleste en realidad el “mancillamiento” de un símbolo patrio. Lo que les irrita es que haya mujeres que se planten, que se abran camino solas y por mérito propio, que no les deban nada y que no se sometan.

Así las veo yo: mujeres maravilla, que salen a una cancha a cumplir metas y sueños, a dar lo mejor de sí; no a llenar las expectativas de otros.

Y desde aquí me dirijo a las protagonistas de esta historia de valentía:

Ni falta hace que se los diga, pero se los digo igual. Ustedes no son «perras de mierda», no son «hijas de puta», no son «viejas lloronas chotas», no son «lloronas de mierda», no son «basura».

No se tienen que cambiar de país.

Que se cambien de país, o de planeta (mejor), los señoros misóginos que no soportan ver a una mujer emerger, pararse digna, expresarse con la fuerza de un gesto y una mirada y desatar tempestades solamente con el poder de sus brazos cruzados y la dureza de sus puños apretados.

Gracias. Cien millones de veces gracias por jugar y por luchar, porque saben que detrás de ustedes vienen cientos de miles. Gracias por ser inspiración y ejemplo, por no apocarse y por desobedecer.

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