En los 90 se pensó en una reforma para sustituir el sistema stronista que subordinó la educación a los intereses del poder, degradando su valor. Pasaron 30 años, una generación, y nuestra educación involucionó dolorosamente.
Una razón del fracaso de los planes (probado por los resultados) es que el Ministerio de Educación y Ciencia no se liberó de las viejas prácticas politiqueras y clientelares. Si bien en etapas de esta transición contó con personas de excelente calidad técnica y capacidad creadora, dichas personas terminaron generalmente malogradas por la corrupción paralizante y por la máquina de impedir del partidismo y la intemperancia de ciertos gremialistas.
Por otra parte, hay una maraña de estudios, análisis, dictámenes, observaciones, investigaciones, exploraciones, diagnósticos, tesis, reseñas, encuestas, informes, ensayos, que terminaron siendo miles de folios durmientes en estantes y carpetas digitales. La educación siguió siendo cada vez más ruin en sus resultados. Hoy se pretende una transformación con el sentido, seguramente, de un cambio sustancial.
Una primera transformación debe darse en la filosofía misma del MEC. Debe ser una unidad técnica ocupada exclusivamente en el contenido de la educación, y ya no el oscuro objeto de deseo político: botín con fines electoralistas y de rapiña presupuestaria.
“En el cuarto grado el niño comienza a tener complicaciones, porque no sabe leer ni escribir bien”, afirmó la viceministra de Educación Básica, Alcira Sosa, en el programa Mesa de Periodistas de ABC TV. La misma fue más allá: “los chicos que terminan la secundaria solo saben términos teóricos y no son capaces de realizar debates ni análisis, porque eso no se fomentó desde la educación inicial”.
Esto significa crisis de contenido. Sospecho que los planes pretendidamente reformadores de todos estos años pasaron más por formulaciones de métodos, de modelos; por redefiniciones semánticas, giros en nomenclaturas académicas, disquisiciones sobre la didáctica, procedimientos para el llenado de tediosas planillas y un largo etcétera en el territorio de la burocracia.
Pero se nota que faltaron las esencias que posibilitaran que los niños supieran leer y escribir bien y que al terminar la secundaria fueran capaces de realizar debates y análisis, los aspectos señalados por la viceministra. Faltaron libros. Faltó lectura.
Faltaron: las maestras leyéndoles a los chiquititos, las lecturas a viva voz en clase, los análisis de los libros leídos para aprender a exponer y escuchar ideas. Faltaron los concursos de composición para pulir la escritura. Faltaron los exámenes en modo ensayo para que los estudiantes supieran desarrollar razonadamente una idea, mediante un texto argumentativo.
Transformar la educación, cambiarla de una forma a otra, exige el protagonismo del libro, físico o digital, y de su compañera inseparable: la lectura.