En la comunidad Manjui falta todo; el agua es recolectada de forma precaria y la energía eléctrica llega por una débil conexión casi casera. Sus habitantes sobreviven día a día.
Como si eso fuera poco, las 38.000 hectáreas que legítimamente les pertenece están en su totalidad invadidas, y no por invasores de poca monta, sino por empresarios y políticos que refinaron la técnica de despojar muniéndose de documentos de dudoso origen y que gozan de la venia de instituciones del gobierno.
La denuncia de esta situación irregular fue elevada al Congreso Nacional recientemente, con nombres y apellidos de los invasores, pero nadie movió un dedo para devolverles sus tierras y su dignidad a los nativos.
Mientras, los nativos se acomodaron en una parcela al costado de las tierras invadidas y que realmente les pertenecen. Como una paradoja cruel, muchos terminan trabajando como peones de los ocupantes ilegales de su hábitat.
Los olvidados también enfrentan el hambre y el riesgo de desaparición de su lengua: la Manjui, una de las más raras y poco frecuentes de todo el Chaco y que debería ser conservada como un tesoro lingüístico, pero enfrenta el riesgo de extinguirse. Muchos hablan un mal español y se valen de otros idiomas nativos, como nivaclé y enxhlet, para conseguir changas o algún trabajito.
Algunos intentos por producir material educativo en manjui se rescatan, pero son iniciativas aisladas ya que la Secretaría de Políticas Lingüísticas no cuenta con el presupuesto suficiente para terminar de afianzar esos esfuerzos. Sus líderes son cada tanto llevados a Asunción para estériles acuerdos y ofrecimientos de ayuda.