Pensar en el ciudadano

Es viernes y son las 14:50 en el edificio central del Departamento de Identificaciones de la Policía. Afuera al menos la fila ya no es tan larga como durante la mañana, aunque aún varias personas siguen esperando pacientemente un turno en medio del calorazo veraniego, mientras se abanican con carpetas, hojas o lo que tengan a mano.

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Tras la espera de esa siesta el hombre accede al edificio y recibe el documento que con ansiedad estuvo aguardando durante más de dos meses para poder hacer ese viaje que le permitiría reencontrarse con su familia en España.

Para completar este último trámite que le faltaba había conseguido un permiso en su trabajo para poder viajar de Ciudad del Este a Asunción.

- Acá está su pasaporte - le dijo el oficial, indicándole que debía visarlo y legalizarlo ahora en dos ventanillas, algo que naturalmente significaba pagar más dinero que los más de 215 mil guaraníes que ya había desembolsado.

- Al menos ya tengo el pasaporte - pensó, contento por haber conseguido que su patrón le diese el permiso para realizar un trámite que necesariamente debía hacerlo personalmente.

Entró a la sala en la que estaban las dos ventanillas para el visado y legalización, la del Ministerio del Interior y la del Ministerio de Relaciones Exteriores.

Tenía que pagar otros 47 mil guaraníes en la del Interior y poco más de 88 mil guaraníes en la de Relaciones Exteriores.

- Por suerte tengo dinero - le dijo al funcionario que lo atendió en la primera ventanilla, quien le explicó que no aceptaban ni tarjetas de crédito ni tarjetas de débito, y que ambos pagos debían hacerse en efectivo.

Pagó la primera suma, y en los minutos que demoró que le entregaran el documento pensó en que el trámite era simplemente una manera de recaudar más para ambos ministerios.

Le entregaron la libreta y pasó a la ventanilla de al lado.

Ya estaba cerrada.

Ante su desazón el funcionario que lo atendió primeramente le explicó que en esa ventanilla solo atienden hasta las 15:00.

Descargó su impotencia entonces haciendo comentarios sobre lo increíble de nuestra burocracia y lo insólito de que no se pongan de acuerdo para ofrecer una atención de calidad, pero del otro lado le decían que ahora todo era incluso mejor, porque anteriormente se debía llevar a legalizar la libreta a los edificios de ambos ministerios en el centro.

Pensó entonces resignado que ya nada podía hacer, y que se quedaría esa noche en la casa de un pariente para poder volver a la mañana siguiente a completar el trámite burocrático.

- Vuelvo entonces mañana - le dijo a los funcionarios que lo estaban tranquilizando.

- Mañana abre el departamento pero no se hacen legalizaciones, el lunes únicamente - le respondió uno de ellos.

La escena parece parte de una obra kafkiana, pero resume el espíritu con el que en muchas oficinas el Estado atiende a quien lo sostiene.

Instituciones desconectadas entre sí, tan siquiera para coordinar una atención en ventanilla al ciudadano.

Hasta antes de la pandemia eran por ejemplo también los jubilados del IPS quienes debían hacer una serie de trámites cada tantos meses para demostrarle al Instituto de Previsión Social que todavía estaban vivos.

Sí, debían realizar una “actualización de sobrevivencia” o “fe de vida” para demostrar que aún no habían fallecido para poder seguir cobrando sus jubilaciones.

Algo tan simple de resolver mediante una conexión directa y cruce de datos con el Registro Civil y el Ministerio de Salud.

Eso al menos quedó sin efecto.

guille@abc.com.py

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