En la portada, Ramírez escribe: “Esta obra de ficción toma en cuenta los hechos sucedidos a partir de abril de 2018 en Nicaragua, cuando una serie de manifestaciones populares desató una brutal represión estatal. Los personajes, sin embargo, son todos de la invención del autor. Mi tributo a los centenares de jóvenes caídos, y a sus familiares que siguen reclamando justicia”.
Ningún relato sobre las dictaduras es de ficción. Tal vez los nombres de los personajes lo sean, pero sus actos están copiados de la realidad y son universales.
El caso de Nicaragua es el de una dictadura que derrocó a otra dictadura. Sergio Ramírez –vicepresidente de Daniel Ortega de 1985 a 1990- fue un entusiasta partidario del Frente Sandinista de Liberación Nacional en su enfrentamiento con la tiranía de Somoza al que, finalmente, se lo tumbó. Nació entonces la esperanza de instalar la democracia en un país devastado por la arbitrariedad, la corrupción, el ultraje a los derechos humanos.
Iba hacia la dirección soñada por los revolucionarios hasta que se torció el rumbó de tal manera que el nuevo régimen se niveló con el antiguo. Hoy resulta imposible distinguir a Anastasio Somoza de Daniel Ortega. Una literatura actual podría ser el relato de un tiempo anterior. No se puede pintar la dictadura de Ortega sin los colores de la dictadura de Somoza.
En la novela de Sergio Ramírez, detrás de Tongolele se esconde el verdadero nombre de un personaje siniestro que maneja las delaciones y castiga sin piedad a los demócratas. Podría llamarse también Pastor Coronel o Camilo Almada Morel alias Sapriza.
Sergio Ramírez no tuvo necesidad de inspirarse en el somozismo para construir su novela. Fija su mirada en el modelo político de su antiguo compañero para relatarnos que una dictadura, aunque abatida por afanes democráticos, renace con fuerza cuando los nuevos dirigentes utilizan para su provecho los mismos métodos contra los que supuestamente se habían levantado: clausura de los medios de expresión, apresamiento y exilio de los adversarios políticos, instalarse para siempre en el poder mediante las reelecciones manipuladas, reprimir sin misericordia las protestas callejeras, vivir la misma vida ostentosa y extravagante que se había denunciado desde la oposición.
Este párrafo de la novela es revelador: “La oficina de Tongolele se halla en el dormitorio principal que un día ocuparon el ministro y su esposa, reina en su juventud de la Feria Agropecuaria Nacional que Somoza inauguraba cada año”.
En el Paraguay conocemos muy bien a quienes decían luchar contra la dictadura pero con la única aspiración de ocupar el sitio vacante que incluye una vida cómoda, cargo bien remunerado, ocasión para robar, mostrarse arbitrario, etc. O sea, todo cuanto decían que debería ser cambiado. Cambiado sí, pero de personaje. Por lo demás, con matices, seguirá como siempre o peor aún. ¿Somos hoy distintos de los tiempos del estronismo referidos a la corrupción? ¿El Poder Judicial y el Ministerio Público garantizan al ciudadano el cumplimiento de la Constitución y las leyes? ¿Están presos los funcionarios incluidos en una larga lista de hechos delictivos? ¿Hemos acabado con los intocables? Nuestra historia camina en círculo. Una novela que exprese nuestro tiempo sería la copia exacta de otros tiempos. Como en “Tongolele no sabía bailar”, en nuestro país todo lo que es ya ha sido.