En los aspectos cognitivos, el pensamiento hipotético deductivo se consolida plenamente y puede aplicarse como estrategia para resolver problemas. En este sentido, su cerebro cuenta con bastante información para procesar problemas y asociar los contenidos aprendidos en un área y aplicarlos a otra; esta es la capacidad de deducción.
¡Ohhh Piaget!
Los niños grandes en la medida que estructuran el pensamiento formal, acrecientan su potencia mental e inician un vasto poder asociacionista que le otorgan la posibilidad de abstraer, comienzan a elaborar teorías y a justificar hechos, construir hipótesis y manipular información de una manera crítica. Se vuelven confrontativos con sus mayores e intentan superarlos en sabiduría –que en algunos casos de ciertos padres de escaso nivel cultural no resulta difícil-, participan activamente en las ideas y las corrientes de pensamiento cultural de los contextos sociales en que está inserto.
Durante la adolescencia no se producen cambios radicales las funciones intelectuales y la capacidad para entender problemas complejos se desarrolla de manera paulatina. El psicólogo francés Jean Piaget señaló que la adolescencia es el inicio de la etapa del pensamiento de las operaciones formales, que pueden definirse como el pensamiento que implica una lógica deductiva, es decir, la capacidad de deducir y realizar asociaciones. Piaget generalizó que esta etapa ocurría en todos los individuos sin tener en cuenta las experiencias educacionales o ambientales de cada uno. Sin embargo, en los datos de las investigaciones posteriores no apoyan esta hipótesis y muestran que la capacidad de los adolescentes para resolver problemas complejos está en función del aprendizaje acumulado y de la educación recibida.
Los conflictos que se despiertan en el universo adolescente sumado a las modificaciones hormonales, los cambios físicos, entre otros factores, llenan al ex niño de incertidumbre y ansiedad, que indefectiblemente van ha tener una gran incidencia en el rendimiento intelectual. Muchos de los adolescentes que en la latencia o pubertad han estudiado de manera equilibrada y con buenos resultados en las tareas intelectuales, entran en la adolescencia disminuyendo su rendimiento mostrándose ansiosos y desconcertados frente al torbellino de cambios. Tienen dificultades de comprensión y concentración en clases y para realizar las tareas escolares en casa.
En los varones principalmente, las dificultades para cumplir con las tareas escolares no son pocas y no se tratan exclusivamente de la falta de inteligencia –lectura clásica de la deficiencia escolar por parte de padres y maestros-: al adolescente le cuesta concentrarse. A la eficacia de la corteza prefrontal, matriz de la inteligencia analítica y concentración, se le contrapone la dupla hormonal testosterona-vasopresina. Quiere decir, que de cara a intentar estudiar un cálculo matemático, lengua o ciencias sociales, la turgencia hormonal desvía el foco hacia los pechos de alguna modelo, el trasero de la profesora de gimnasia, o alguna intrusión pornográfica en Internet, motivos suficientes para dejar de lado las obligaciones y navegar por las lides imaginarias sexuales.
Bajarse de las fantasías
De pronto, mientras la imaginación prolifera, un rapto que hace caer a la realidad: la puesta de límites y el llamado de atención de los padres pone en alerta al adolescente: la amígdala, como gran centro emocional, activa el circuito del miedo a la reprimenda y la adrenalina y el cortisol activan el reprender el estudio no solo por el temor al castigo sino al fracaso del examen.
Hacer las tareas y cumplir con el estudio es una labor muy ardua para los padres de adolescentes varones. Los estudios observan que hace falta activar intensamente los centros de recompensa para desarrollar las tareas escolares y éstas no muestran en tal sentido ni un ápice de atractivo, al contrario, son poco seductoras y entretenidas. Por tales razones, algunos profesores imponen una didáctica donde logran introducir al alumno en el aprendizaje pero de manera divertida, puesto que la enseñanza se ha asociado a la seriedad (y la seriedad al aburrimiento y al tedio), y la introducción del humor ha generado nuevos canales más efectivos en la asimilación de información.
En el estadio de las operaciones formales, el niño descubre el concepto de proporcionalidad y, lo que no es menos importante, desarrolla su capacidad para operar con proporciones y adquirir la mecánica operatoria que permite aplicar correctamente una ecuación a una solución de un problema, asimilar la noción de proporcionalidad aplicada a diferentes ámbitos lógicos. Esta noción es una de las habilidades o facultades cognitivas fundamentales y el niño la adquiere a través de la observación, la reflexión y la experimentación. Piaget ha explicado cómo los niños, después de cumplir doce años de edad, recorriendo este camino pueden llegar a comprender el concepto de proporcionalidad con distintos ejemplos. Entre ellos el equilibrio en los brazos de la balanza.
Otro de los detalles en la evolución de la inteligencia intelectual del adolescente, es el uso de supuestos que se usan para representar la realidad, y también la capacidad de experimentar o ensayar distintas hipótesis, buscando la solución de un problema. El niño pequeño experimenta por el sistema de tanteos (el método de ensayo y error), acertando a veces con el resultado que persigue. Sin embargo, la experimentación verdaderamente científica, es decir, sistemática, no aparece en los individuos antes de los 12 o 13 años. Tan solo se anticipa en determinados casos si ha existido un periodo previo de instrucción.
Una perspectiva egocentrista
Estas nuevas habilidades intelectuales suelen dar lugar, al principio, a una interpretación egocéntrica del mundo, por tal razón se ha hablado de un narcisismo racional e intelectual que aparece en el adolescente. Esta nueva forma de egocentrismo es fruto del mismo desarrollo intelectual que está a punto de ser culminado en los años de la adolescencia. El joven, en efecto, cuando ha aprendido a utilizar los conceptos abstractos, cree que las reflexiones y teorías son poco menos que todopoderosas, y sin detenerse a pensar que cualquier conclusión lógica ha de venir refrendada por otras opiniones. Esta actitud tendrá, no obstante, poca vigencia y desaparecerá en cuanto el individuo descubra que la razón no esta para oponerse ala realidad, sino para interpretarla y transformarla.
El perfeccionamiento de las funciones intelectuales permite al individuo ser cada vez más independiente en sus ideas, teorías y juicios. El adolescente cree que ya no necesita de la información que le proveen los adultos. Ha dejado de idealizarlos e inicia una simetría colocándose al mismo nivel que sus mayores. De todas maneras, tanto los chicos como las chicas se encuentran cimentando profundas amistades y afirmándose en grupos de pares. La amistad es un baluarte poderoso en la adolescencia que ayuda a los jóvenes a dejar definitivamente atrás los años de la infancia.
La maduración intelectual, social y afectiva convierte al adolescente en más idóneo para ponerse acoplarse de manera complementaria a su entorno, tiene mayor capacidad para dialogar con sus coetáneos y con los adultos, puesto que maneja con mayor conocimiento ciertos temas, es decir, todo conduce a vencer la asimetría por debajo al que lo sometía su mundo infantil. Entonces las relaciones comienzan a simetrizarse y con ello a perder un poco ese respeto a las canas, a descalificar a sus mayores que hacen pesar la experiencia (que el adolescente no tiene), en ocasiones dando respuestas cliché o teóricas o repetidas de la experiencia de otros, provocando convulsión en los adultos que intentan imponer su dominio. El desarrollo y el alcance de la estatura de adulto, parece una metáfora de semejante confrontación igualitaria hacia los progenitores: el adolescente los mira desde la misma altura.
Tras el período de turbulencia hormonal y sus consecuentes comportamientos que hacen cima en la preadolescencia, la conducta de los jóvenes suele sosegarse, aunque relativamente. Las relaciones familiares dejan de ser un permanente nido de conflictos violentos y la irritación y los gritos dejan paso a la discusión racional, al análisis de las discrepancias y hasta a los pactos y los compromisos. Aunque, por supuesto que esta afirmación tiene sus bemoles: ha pasado el temporal en donde tanto el niño como la niña dejaron el mundo de la infancia para ingresar en un nuevo territorio.
El respeto y reivindicación de sus derechos, la exigencia de explicaciones de ciertas decisiones, la proclama de cómo deben pensarse las cosas, las críticas a la forma de vida, los consejos que considera lógicos hacia sus padres, las exigencias de libertad e independencia, la libre elección de amistades, aficiones, etc., son las nuevas actitudes del adolescente que someten a los padres y a él mismo a nuevas reglas de juego.
Los jóvenes intentan experimentar sus propios deseos, necesidades e iniciativas fuera del círculo familiar al que se circunscribían. Este movimiento que sirve como trampolín a la constitución de nuevos grupos, amistades, incrementa las fronteras de otros contextos. Los padres inician a preocuparse, puesto que la falta de límites personales, puesto que esa parte del cerebro que regula el autocontrol se halla en vías de desarrollo, dan lugar a reyertas y maltrato hacia ellos en honor reinvindicante de los derechos de adulto. Estos movimientos sientan una base firme para iniciar experiencias adultas.
En resumidas cuentas: en este segundo momento de la adolescencia, los intereses afectivos de los jóvenes abandonan masivamente el ámbito familiar, estableciendo nuevas elecciones de referentes afectivos extrafamiliares, como es propio de todo adulto. Así va saliendo de esta etapa crítica, para iniciar y ser bienvenido en las filas del mundo de la adultez.