Será la primera elección en la que se aplicará de una sola vez el sistema de votación totalmente electrónico, a diferencia de elecciones en otros países en las que el voto electrónico se fue implementando gradualmente.
Ese día todos los ciudadanos del país, incluyendo a los extranjeros residentes, decidirán quiénes serán los intendentes y los 9, 12 o 24 concejales de cada municipio.
Además del voto electrónico a través de máquinas electorales, la gran novedad será sin ninguna duda el voto preferencial, que no es otra cosa sino el poder elegir dentro de una lista cerrada a aquel candidato que más guste al elector.
Pero, dentro de una lista cerrada, conviene aclararlo tantas veces sea necesario; para recordar que el voto preferencial se computa primero para la lista, para definir la cantidad de concejales que ingresarán por ella, para luego ver cuáles candidatos ocuparán esos lugares de acuerdo a la cantidad de votos que hayan recibido individualmente.
Voto preferencial dentro de la lista, enfatizándolo una vez más, al observar la reacción de mucha gente que recién ahora toma en cuenta que su voto respaldará primeramente a toda esa lista permitiéndole conquistar la mayor cantidad de bancas dentro de cada junta municipal.
El concepto respalda la idea. Parece lógico pensar que si se está definiendo a un cuerpo colegiado, el ciudadano exprese su preferencia primeramente por ese conjunto de candidatos que en teoría representan algo en común: ideas, intereses, línea política o determinados grupos sociales.
La realidad sin embargo pone en entredicho el concepto. Es solo cuestión de mirar las listas para observar que hay exóticas agrupaciones formalizadas que directamente lotearon sus lugares en las listas al mejor postor o se los entregaron a aquellos que consideran que arrastrarán más votos, como algunos personajes públicos, quienes les permitirían seguir sobreviviendo para no desaparecer formalmente.
Del lado de los partidos tradicionales el menú también nos vuelve a ofrecer a viejos conocidos que apelarán a la estructura prebendaria que lograron montar para seguir consiguiendo ese número de votos que por el sistema de representación proporcional les garantizará seguir ocupando un cargo de poder municipal.
El axioma no es nuevo pero conviene recordarlo, a menor participación gana la estructura, en todos los niveles y escalas posibles; y con mayor participación se abre la posibilidad de cambios.
A eso apelaron varios que respaldaron la idea de cobrar de una vez por todas una multa a aquel elector que no vaya a votar, algo que está establecido en el propio Código Electoral y que nunca se operativizó.
Pero en la semana que termina los diputados decidieron postergar nuevamente el proyecto aprobado por los senadores y está cantado que ese cháke con un cobro de multa por no votar no será una herramienta para las elecciones del domingo 10 de octubre.
¿Qué les queda entonces a quiénes intentan derrotar a la estructura (sea esta cual fuese)?
En política, y sobre todo en elecciones, un motor fundamental es la esperanza, y quienes hoy están fuera de las estructuras dominantes tendrían que analizar de forma autocrítica el por qué no consiguen encender esa esperanza que lleve a una mayor participación.
Tampoco es menos cierto que la paradoja del desencanto hacia la política es que si los desencantados no participan tampoco existen posibilidades reales de renovación.
Quizás haya que apelar a aquel viejo pensamiento cargado de ironía que sostiene que la política es demasiado importante como para dejársela a los políticos.