El titular de la Junta de Gobierno de la ANR, Pedro Alliana, amenazó con castigar a los “traidores”; o sea, a los colorados que no voten por el elegido del Partido.
La advertencia de Alliana insulta el sentido común; ignora los valores de la persona humana; pasa por alto la ética que acompaña al individuo. En el concepto del titular de la ANR el ciudadano es un objeto al servicio de una camarilla en el poder partidario. Les dice a los correligionarios: “Esta es la persona que hemos elegido para Presidente de la República y por ella tienen que votar. Si están en contra serán castigados”. Se podría decir que si alguien se molesta con la decisión del partido, que se vaya. Sería una opción, pero es posible que ese correligionario quiera seguir siendo colorado, pese a todo, con la esperanza de que su partido sea más democrático, menos pegado a la arbitrariedad y la corrupción.
¿Quiere Alliana que se vote por su nuevo partido? Que procure instalar otra imagen. La de la prepotencia podría funcionar entre prepotentes, pero nunca en una mayoría con valores cívicos. Se ganan votos con respeto al convencimiento y la libertad de opción del electorado. Los partidos políticos se han creado precisamente para unir voluntades en torno a propósitos que ayuden al país en su esfuerzo por alcanzar los ideales de paz, justicia y libertad.
Desde hace tiempo el Partido Colorado vive una situación muy particular. Su presidente, Alliana, viene de otro partido político. El posible candidato presidencial por el cartismo, Santi Peña, se enteró no hace mucho de que se había afiliado al coloradismo, siendo liberal. Fue cuando en una convención le dieron la sorpresiva noticia como requisito para seguir siendo ministro de Hacienda en el gobierno de Horacio Cartes. Cartes mismo, ya viejo, se afilió a la ANR cuando le insinuaron que podría ser Presidente de la República. Ahora corre la versión de que será titular de la Junta de Gobierno. Es decir, el Partido Colorado se quedó sin colorados en la cumbre de la dirigencia partidaria. Esto es así porque los colorados, los que nacieron y morirán colorados, hoy se limitan a mirar desde el balcón el espectáculo de vaciamiento doctrinario de su partido, o del que fuera su partido.
En esta etapa ¿viene Alliana con la amenaza de sancionar a un colorado –tal vez colorado de verdad– si no vota a un candidato recientemente colorado? Esta situación se complica porque enfrente tendrá al actual vicepresidente de la República, Hugo Velázquez, con un largo y ancho antecedente –no muy recomendable– que se inicia en Ciudad del Este cuando fue fiscal; siguió como presidente de la Cámara de Diputados y se vigorizó como segundo del Ejecutivo.
De acuerdo con el resultado de las internas, el colorado tendrá que votar por Peña o por Velázquez. Si lo hace por el candidato de otro partido, y llega a conocimiento de Alliana, caerá el castigo sobre la cabeza de ese digno ciudadano. ¿Cuál sería la pena? Seguramente suspensión o expulsión. ¿Por qué? Porque creyó en el ideario de que su partido es “de hombres libres”. Hombres libres para votar por el candidato que les imponen.
Antiguamente los dirigentes de base protestaban ante la candidatura o nombramiento de alguien en el Gobierno porque “no había pasado por ninguna seccional”. No se había mojado la camiseta en los trajines partidarios como para merecer una función pública. Tampoco Horacio Cartes había pasado por seccional alguna pero pasó por su banco.