De la misma manera y consecuentemente, cada vez que el Estado deja de funcionar o lo hace mal, los organismos de Contraloría y de Fiscalización, tampoco cumplen con las responsabilidades que emanan de la Carta Magna. Pues evidente es que “la petición constitucional”, no siempre va a llegar a la Mesa de Entrada del Ejecutivo nacional, por medio de un papel sellado.
El Gobierno DEBE escuchar al pueblo. Sus componentes tienen la obligación de asumir el auténtico rol de “mandatarios”: el de la persona o personas que mediante un contrato de mandato, aceptan de sus mandantes, el encargo de representarlos en el manejo de la cosa pública. Por lo que, cada vez que el pueblo se manifiesta, se pone en evidencia que el Gobierno no ha sabido interpretar las variadas muestras del descontento popular. Que no hubo gente, en cualquiera de sus estamentos, capaz de advertir los indicios del malestar. Y de advertirlo, la lectura de los hechos no fue correcta ni se generaron las respuestas adecuadas. Que en la penumbra de sus gabinetes, detrás de los altos muros de sus mansiones, rodeados de guardaespaldas o parapetados tras los vidrios polarizados de sus vehículos, nuestros mandatarios dejaron de ver las variadas muestras de su incompetencia o fracaso. Dejaron de percibir las palpitaciones de una comunidad cada vez más desilusionada de la democracia y de sus resultados. Cercada por la corrupción de “las alturas” como por la pobreza y la desesperanza “del abajo”.
Tampoco es posible que todos hagan escuchar su voz. Pero algún resquicio nos ofrece la prensa para el cometido. Y sabemos también que algunos de los medios desvirtúan su misión anteponiendo los intereses económicos de cada grupo empresarial que los maneja; o, los de su grey político-partidaria. Sin embargo, la sabiduría popular siempre sabrá encontrar “…en la paella de la prensa, la almeja de la verdad”, como alguien lo expresara muy sabiamente.
De cualquier manera, antes y ahora, en cada ocasión que se manifieste alguna crítica al Gobierno a través de dicho conducto, nuestros mandatarios se retraerán molestos, inhibiéndose de toda autocrítica. Omitiéndose de –al menos– el intento de corregir lo que se señala como equivocado o erróneo. La excusa esgrimida es que “la prensa deforma los hechos para criticar al gobierno”. Con su inmediata consecuencia: que los poderes ignoren lo que dice la prensa. El “diálogo de sordos” en su más acabada expresión. El detalle era de esperarse… pues el Presidente de la República nos ha hecho saber que “solo lee la Biblia”. Aunque por lo visto no leyó Mateo 12:25: “Sabiendo Jesús los pensamientos de ellos les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado (aislado); y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá”.
Un papel importante en el embrollo de “salir a la calle” para protestar, juega la Policía Nacional. Desprestigiados, desmotivados, desamparados por el poder y cada vez más a merced de cualquiera que invada sus andariveles, la Policía Nacional de hoy, desconoce su rol. Desconoce el Orden que tiene que cautelar. Y a quien obedecer. Si antes privilegiaba “la paz y la concordia de los tiempos de Stroessner”, en medio de sus dilemas actuales, la fuerza pública se distrae y se dispersa entre las guardias frente a las casas de la gente del poder; o haciendo “horas extras” en actividades más lucrativas, especialmente nocturnas.
En cuanto a los políticos opositores que hoy critican el accionar de la Policía, deberían tener en cuenta los argumentos de los que hoy la apoyan; pues son los mismos que ellos usarán cuando estén “del otro lado del mostrador”. Porque si los usa Arnaldo Giuzzio ahora, los usó Euclides Acevedo un par de meses atrás y los usaba Sabino Augusto “Tuerca” Montanaro” décadas más antes. Aunque deberíamos advertir algo importante: si olvidamos que las instituciones tienen que funcionar, que la Ley debe anteponerse a cualquier costo y la violencia es el recurso para “peticionar a las autoridades”, ya no nos quedará sino la alternativa de seguir mejorando las verjas y murallas de nuestras casas, andar armados para salir a la calle. O emigrar… hacia donde no soplen “los vientos del cambio” con los que nos estafaron tantas veces.