La carrera política

En un artículo que ya casi cumple sus 20 años, el recordado politólogo catalán Joan Prats detalló magistralmente las características que deben adornar la ética del oficio político. Su primera sentencia fue tan sencilla como implacable: “América Latina tiene malos resultados en la gestión porque tiene malos gobiernos. Por lo que la única forma de solucionarlo es tener buenos gobiernos”.

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Pareciera una obviedad, pero la construcción democrática nos ha demostrado que, por ejemplo, el exitoso “modelo de Singapur” — entre otros — tuvo la gran “facilidad” con la que contó su fundador Lee Kwan Jew quien asentó su liderazgo sobre una autocracia que impuso un régimen de “rigidez de los valores asiáticos” (como les gustaba llamarlo) a través de un régimen que no conoció de críticas públicas, libertad de expresión o elecciones periódicas por más de quince años.

En un mundo globalizado en donde todos son capaces de opinar y donde ya no hay secretos para los líderes políticos, la democracia se debe basar sobre instituciones sólidas. De hecho, Prats señala que uno de los objetivos principales de todo líder político debe ser impulsar la institucionalidad en un país. Prescindir de hombres de conducta por la “conducta de los hombres”.

La carrera política debe centrarse en buscar que hombres libres decidan responsablemente quienes serán sus representantes.

Básicamente, en términos “modernos”, estamos pidiendo por un lado a una comunidad interconectada en tiempo real, que depongan sus opiniones y prejuicios para confiar en un grupo de desprestigiados sujetos a que administren su futuro por un periodo determinado de tiempo.

Por el otro lado, tenemos a este grupo de sujetos desprestigiados, quienes navegan en estructuras de más de un siglo de antigüedad a que dejen de pensar en las estructuras que mantienen sus privilegios para pensar “en las futuras generaciones”, al cabo así dicen que son los estadistas...

En fin, de todas maneras, la carrera política — electores y elegidos — se encontrará en el término medio de esos dos extremos.

Prats tiene la gran simpleza de explicar que la ética del oficio político requiere determinadas características especiales para quienes la vayan a ejercer que difieren de las demás carreras profesionales u oficios. Es una guía práctica para aquellos quienes quieren ejercer un liderazgo político y también para aquellos quienes les gustaría comprender de la vida política.

La ética no asegura “un buen gobierno” tal como acertadamente señala al inicio de su artículo, pero sin duda es el cimiento para cualquier proyecto. Un líder que se conoce a si mismo, que impulsa la transparencia, que fortalece las instituciones por encima de su figura, que conoce la realidad que desea transformar y que NO PROMETE MÁS DE LO QUE PUEDE cumplir, pareciera ser un candidato que cumpla con los estándares mínimos. Pero aún parece que un modelo que aún estamos lejos de tales servicios ofrecidos por nuestros líderes políticos. Al menos quienes tienen alguna chance de conformar una mayoría necesaria para gobernar.

Dicho esto, ¿cuál sería la reacción del electorado ante un personaje que se presente sin grandilocuencia a pujar por un cargo?

Es complicada la democracia, sin lugar a dudas. Pero es más complicado no abordar el problema que existe cuando no hacemos absolutamente nada por comprender a la política y a lo político. Cuando los medios de comunicación sólo se centran en los hechos de corrupción que sacuden a los que mandan sin dejar lugar a nada de mérito, nada de éxito si quiera parcial de una gestión pública y sobre todo con nula mea culpa sobre el rol que se ejerce al tratar de informar sobre la “búsqueda del sentido” en una sociedad.

No mejorará nuestro gobierno, nuestra democracia ni nuestra calidad de vida, si en cierta manera no nos reconocemos individualmente corresponsables al evaluar el impacto del proyecto personal en el constructo social.

Recuperar el debate desde la escuela sobre el rol de la discusión política como esencia de la democracia, es fundamental para comprender la carrera política. El solo deprecio de lo político es una política: la política del abandono de lo político. Y el abandono de lo político deja el espacio libre para que aparezcan populistas: desde Trump hasta AMLO, blandiendo promesas de prosperidad para los suyos y las cabezas de sus adversarios en bandejas de plata.

¿Es eso lo que queremos?

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