Frondosa naturaleza: ríos, arroyos, humedales, cerros y tierras de todos los colores, son invadidos, secuestrados y usurpados de cualquier manera, bajo diseños político-jurídicos para lograr los propósitos de apropiación definitiva, en su mayoría ilícitas. La flora y la fauna más llamativas se derrumban por obra y gracia de hampones políticos que devastan al país entero. El ecosistema se echa abajo y lo convierten en cenizas.
Estuvimos in situ en la ciudad de Paraguarí. Quedé sorprendido por la acogida de la gente. Muy hospitalaria, me ilustraron sobre las múltiples atrocidades de la zona que ni idea lo tenemos en Asunción. Ver y palpar tantas “obras” fraguadas, mentirosas e inconclusas, uno comprende que se está ante la voracidad de una banda de cuatreros que tomaron la política como un arsenal de pertrechos para asaltar a la población con todas sus pertenencias.
Recorrimos la zona y me enseñaron una novísima vía-pista-vericueto, tajeado a machetazo, asada y tractor para un “parque ecológico” con mirador turístico en la cúspide. Se trata nada más y nada menos que del Cerro Hũ, una de las insignias naturales de Paraguarí. Los lugareños se apersonaron a manifestar su pánico por los atropellos y violaciones de que son objeto por parte de políticos, fiscales, jueces, capangas y prestanombres que se pasan extorsionando, arrestando e imputando.
El Cerro Hũ y el Cerro Santo Tomás forman parte de la reserva natural de Paraguarí. Especies en vías de extinción son conservadas y admiradas por los especialistas. Están talando a diestra y siniestra sin ninguna oposición municipal, que más bien actúa como cómplice en la depredación, antes que cumplir su función de centinela del patrimonio comunitario. La asociación corporativa de la mafia mantiene en vilo a toda la región.
La “obra sin permiso” emprendida por la gobernación bajo la jefatura de Juan Carlos Baruja, carece de autorización del municipio. Dicen que utiliza como argumento el “ninguneo” del Gobierno central y que debido a ello lleva la obra a tambor batiente. Así justifican los desastres ecológicos cometidos con tal de conseguir sus fines, cual es la recaudación posterior de fondos que irán a parar hacia destinos oscuros e inciertos.
La Ordenanza Nº 141/2007 declara a los cerros de Paraguarí como “Reserva Natural”, habiendo sido el intendente Juan Carlos Baruja; ojapyhara hi’ári. Aquí se da perfectamente el refrán de HC con alto contenido metafísico, propio de un pensador filosófico del budismo tibetano: “Usen y abusen del Paraguay”.
La zona se halla abarrotada de malhechores oficialistas y oficializados por el ejercicio de la política, agavillados entre socios y capataces con licencia para delinquir. Gracias a los tráficos de influencias de poderes fácticos y estatales, donde incluso están metidos medios periodísticos y corresponsales, logran sin oposición alguna devastar todo lo que encuentran a su paso. Un lugareño expresó con tormento: “ápeniko oiko peteĩ karu guasu, opika lomitã oñondivepa”.
La población se angustia porque Baruja está metido en el asunto, un personaje muy conocido por su elevado cinismo y manifiesta adulteración. Rememoran la compra de sillas de ruedas para inválidos por la suma de 1.250.000 Gs. haciéndose fotografiar junto al destinatario con la frase: “hechos y no palabras” para su propaganda política. Pero en realidad la silla tenía (aún tiene) un costo de 700.000 Gs. c/u, figurando casi el doble de su precio real. Debido a esto, le endosaron el mote de “ladrón de paralíticos”.
Puntualicemos que Juan Carlos Baruja es el “hijo mimado” de Horacio Cartes, quien lo sostiene y catapulta a cualquier proyecto y aventura nacional. Ambos transitan por la misma ruta, toman al Estado como fuente de riqueza y prosperidad personal. Son cortados por la misma tijera, carne y uña, son afines. Si ellos no pueden aparecer en sus cometidos, entonces hacen figurar a otros. Por eso están plagados de testaferros, una modalidad que los capomafiosos utilizan para ocultar sus bienes malhabidos.
Reseñamos que el lugar es de ensueño, un verdadero paraíso. Y ante mi requisitoria me informaron que esas tierras antiguamente pertenecían a familias tradicionales de Paraguarí e iban pasando de mano en mano hasta que su último dueño, señor Rodolfo Udrizar Adorno, vendió al actual propietario: Manuel Campos Guillén. Esta familia, en la actualidad, es la que lleva adelante un parque ecológico con todos los cánones requeridos. Son celosos custodios del medio ambiente, de la vida silvestre, muy pródiga en especies nativas. (Continuará...).