El nuncio apostólico Vincenzo Turturro destacó que ayer se conmemoró 81 años del nacimiento al cielo del Siervo de Dios, padre Julio César Duarte Ortellado. Dijo que en la madrugada del 4 de julio de 1943 dejó este mundo deseando vivir la comunión plena con Dios. El obispo de la Diócesis de Carapeguá, Mons. Celestino Ocampo, dio la bienvenida al representante del papa Francisco en Paraguay, quien por primera vez visitó el distrito de Ybycuí y a los obispos de la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP) que formaron parte de la celebración.
También expresó la bienvenida a los sacerdotes que llegaron desde varios puntos del país y a feligreses. El prelado pidió a los devotos a seguir en constante oración para que muy pronto sea beatificado el Siervo de Dios, Julio César Duarte Ortellado.
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Antes de la ceremonia religiosa niños y jóvenes hicieron una dramatización sobre la vida del padre Duarte Ortellado, quien había sido propulsor del desarrollo comunitario del Ybycuí y de las comunidades donde pastoreó, como Quyquyhó y Mbuyapey. Recrearon la forma como los ciudadanos ayudaron con lo que tenían para la construcción de la parroquia San José, el Hospital Distrital local, el orfanato San José donde actualmente funciona un colegio.
Además, los devotos del Siervo de Dios realizaron una peregrinación portando estandartes, entonando cánticos y haciendo oraciones hasta llegar a la parroquia San José, donde descansan los restos del sacerdote Duarte Ortellado.
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Homilía del nuncio
El nuncio instó a los que viven en el municipio de Ybycuí y a la Diócesis de Carapeguá nunca olvidar el don de gracia que Dios concedió a cada uno por medio de la vida. Además, por medio del “pastor santo” padre Duarte Ortellado, que se ha entregado por el bien de sus fieles, la promoción humana y social de los que vivieron en este territorio en el siglo pasado.
Mencionó que complace recordar al padre Julio César, como un pastor que amaba recorrer las calles de las parroquias de Ybycuí, Quyquyhó y Mbuyapey, con su sotana negra y sus zapatos polvorientos, deseoso de encontrarse con la gente, mezclarse con sus feligreses y ponerse al lado de los enfermos.
Además, le gustaba sonreir con los jóvenes, dialogar con los campesinos; él fue un verdadero hijo de este terruño, arraigado a su familia que tanto amaba; siempre vivió enamorado de su tierra nativa; de su papá y su mamá aprendió el sentido del trabajo y responsabilidad. Y practicó constantemente una sincera caridad hacia los necesitados, vivió una piedad sólida y profunda.
Atrayente ejemplo de vida
El nuncio apostólico resaltó durante la homilía que no se puede entender al padre Julio César sin vivir en esta tierra, sin compartir la vida de este pueblo. Dijo que siempre los santos “nos fascinan, nos atraen con el ejemplo de su vida”. El caso del Siervo de Dios nos fascina como hombre, como cristiano y como sacerdote.
Manifestó que mirando la biografía del padre Julio César uno encuentra que era un hombre con carácter tranquilo, con serenidad espiritual, abierto a las necesidades de su pueblo. Como pastor estaba convencido de que tenía que cambiar la actitud para conseguir el bienestar de sus habitantes. Fue en primer lugar un creyente y sacerdote capaz de llevar a los feligreses al encuentro con Dios.
El nuncio Turturro instó a los sacerdotes y obispos a procurar el bien espiritual de las almas de los feligreses, haciéndoles presentes el Reino de Dios, sin mermar los esfuerzos para llevar paz y la reconciliación de Dios a todos los corazones. “Hermanos sacerdotes y obispos nunca olvidemos el don de gracia que hemos recibido”.
Pide trabajar más con los hechos
El nuncio señaló que “el Señor nos propone seguir sus pasos, de vivir el misterio del amor del Siervo de Dios y que tenemos la responsabilidad de indicar al pueblo que se nos ha encomendado la meta de la vida eterna y a trabajar más con los hechos”.
Recordó que el papa Francisco ”nos recuerda que en la vida cristiana son necesarias la oración, la humildad y el amor a todos; este es el camino hacia la santidad”. Refiriéndose al padre Julio Ortellado, dijo: “siéntanse orgulloso de este hermano que les ha precedido en la misión sacerdotal e imítenlo de acuerdo a las circunstancias actuales”.
También pidió a los fieles que ayuden a los obispos y a los sacerdotes. “Ellos no tienen necesidad de criticas, sino de la ayuda del Señor para realizar su difícil misión. Recen por ellos, a pesar de que todos somos una iglesia de santos.
Mencionó que el padre Julio fue un sacerdote tocado y transformado y que ha llegado a ser una bendición, que gracias a su misión y ejemplo de vida los que le conocieron han experimentado la ternura de la misericordia divina; vivió por sus propias ovejas y trabajó por la salud espiritual y bienestar social de sus feligreses.
Además, impulsó muchas obras de progreso, construyendo hospital, templos, arreglando caminos y puentes, usando la máxima: Dios los quiere, el pueblo exige, Ybycuí responde, que viva Ybycuí. La vocación a la santidad para todos, es un don que pedir, una luz hacia donde caminar y una esperanza que nos alegra.
Vida y muerte
El padre Duarte Ortellado nació el 12 de abril de 1906 en la ciudad de Caazapá. Sus padres fueron don Simón Duarte Jiménez y doña Juana Bautista Ortellado Espínola. Tuvo seis hermanos: Mercedes, José, Oliva, Pedro, Guillermina y Blanca. Su hermano Pedro fue el primer ministro de Salud Pública de Paraguay.
Fue ordenado sacerdote el domingo 27 de octubre de 1927 por el papa San Pío X, momento que motivó su siguiente expresión: “No puedo explicar la emoción que yo he sentido. Todo fue demasiado grande y hondo”. El 4 de julio de 1943, el Padre Duarte Ortellado enfermó de tifus que lo llevó a la muerte. Sus restos descansan en el templo parroquial local, donde los devotos se acercan y piden ser beneficiados con algún milagro.