El monumento fue realizado con aportes de la Sociedad Líbano-Siria, integrada por descendientes de los pioneros que llegaron a Encarnación alrededor del año 1880. La obra suma un atractivo más a la Plaza de Armas, donde también otras comunidades como la alemana, japonesa y ucraniana tienen sus respectivos espacios y elementos decorativos que los identifica.
Los primeros en llegar fueron libaneses, en su mayoría jóvenes a quienes sus padres literalmente echaban de sus casas y los mandaban a América para escapar de los conflictos armados que se sucedían en el país, refirió César Duba, nieto de uno de los primeros libaneses llegados a Encarnación.
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La diáspora de libaneses y su llegada a América se produjo durante el conflicto conocido como la guerra civil del Monte Líbano, de 1860. Mi abuelo, Abraham Yunis, vino siendo muy joven. Se dedicó al comercio, y le fue muy bien. Volvió a su país a buscar para su esposa y regresó a Encarnación donde desarrolló toda su vida, comentó. Como muchos otros inmigrantes aportó su cuota para dar a Encarnación ese “perfil” de ciudad comercial. Junto con otros de sus paisanos y habitantes locales fue socio fundador del Centro Social de Encarnación, apuntó.
Los recién llegados inicialmente se ubicaron en la zona norte de la ciudad, conocida como Villa Alta. La casa de mi abuelo todavía está en su lugar original de emplazamiento, actual calle Juan León Mallorquín casi Wiessen. Fue en su momento una mansión imponente. En ese lugar mi abuelo alojó a una hija del zar de Rusia durante una gira que hizo por Sudamérica para conocer las cataratas del Yguazú. Todavía conservamos un pergamino que el zar Nicolás II le envió a mi abuelo agradeciéndole por ese gesto, destacó.
Los libaneses y sirios que fueron llegando, sin embargo, no eran agricultores, por lo que al poco tiempo se fueron mudando hacia la “Villa Baja”, cercana al puerto, y se dedicaron al comercio. Fueron pioneros en la venta de telas, que importaban desde sus países de origen para su venta, especialmente al mercado posadeño, explicó.
Un cedro del Líbano en el monumento
Con este monumento se pretende dejar un testimonio de reconocimiento de los descendientes de la colectividad a los pioneros y por su aporte a la rica historia social de la ciudad, refirió nuestro entrevistado. Consiste en un arco característico de la arquitectura árabe; frente al arco hay un espacio abierto y a los costados unos bancos donde la gente puede descansar, compartir un momento y disfrutar del lugar, dijo.
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Complementa el espacio un árbol todavía pequeño de cedro del Líbano, especie representativa del dicho país. Es el árbol nacional del Líbano y se encuentra como escudo de su pabellón. Este arbolito tiene una historia que resume la intención y la emotividad con que fue concebido el monumento, refirió su impulsor.
“Quisimos que un árbol nacido en el país de nuestros antepasados forme parte de este reconocimiento de sus descendientes. El arbolito fue traído a pedido suyo por un amigo que se encontraba en el Líbano, hace unos cinco años. El pequeño árbol de cedro vino en el regazo de este amigo directamente desde el Líbano”, reveló.
Consideramos que el mejor regalo que podemos hacer a nuestros ancestros es plantar un árbol nacido en las tierras donde ellos nacieron y que forma parte integral de este memorial como un testimonio de gratitud, señaló César Duba. Para los libaneses el cedro del Líbano tiene un profundo contenido espiritual; es signo de poder, prosperidad, inmortalidad y dignidad, es símbolo del país desde los tiempos del rey Salomón, explicó.
Su madera es utilizada para la construcción de figuras para adornar templos y palacios, y para los mástiles en los antiguos barcos de vela. El cedro del Líbano es de la familia de las coníferas. Su tronco es recto y grueso. Un árbol adulto puede alcanzar unos 40 metros de alto y tiene gran envergadura. Sus hojas son perennes, de color verde. Es muy popular como planta ornamental.