En el Viernes Santo no se celebra misa, ya que se lo considera un día de duelo y luto. En su lugar, se realiza la celebración de la Pasión de Cristo, que incluye la lectura de la Pasión, la adoración de la cruz y la comunión con las hostias consagradas el Jueves Santo.
El cardenal Adalberto Martínez expresó durante el acto: “El misterio que trasciende todo concepto humano, el inagotable milagro de la cruz se ha realizado por nosotros. Aquel que se convirtió en autor de la salvación ha cumplido por nosotros todo lo que exigían las Escrituras. Pero finalmente, por la sangre y el agua que brotaron de su costado, fundó su Iglesia para la redención del mundo. La celebración del Viernes Santo nos toca en lo más profundo del corazón”.
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“No podemos comprender cómo aquel que solo hizo el bien, que nos colmó de alegrías, padeció, murió por nosotros de una manera tan humillante y sin dignidad humana. La conmemoración nos obliga a mirarnos sinceramente, sin evasivas ni incoherencias. Nos enfrenta al gran amor de Dios por nosotros, revelado al asumir la condición humana y aguantar los dolores terrenales. Jesús lleva en la cruz los padecimientos de la humanidad: millones de hambrientos, naciones empobrecidas frente a la creciente riqueza de otras, sin ningún tipo de justicia. Cada día vemos a indígenas despojados de sus tierras, campesinos expulsados de su comunidad, feminicidios, homicidios y sicariatos. Todo esto sucede ante una sociedad ciega e indiferente al prójimo que sufre violencia en nuestro país”, agregó.
“El ser para los demás es el mensaje profundo de su vida y especialmente de su muerte en cruz. Nos pide amarnos, respetarnos y amar a los más pobres y desvalidos con todas las consecuencias. Jesús nos habla de esperanza para levantarnos y ser fieles a la vida. Somos deudores del gran amor que nos tuvo. La única deuda con Dios la saldamos entre nosotros, con los prójimos. Cristo sufre por nuestros hermanos, víctimas de un sistema destructor que por codicia no respeta la vida ni los derechos humanos”.
Se realizó el descendimiento de la cruz y el Tupãitû, el beso a Jesús en su ataúd. La Virgen María se vistió de negro para conmemorar el luto por la muerte de Jesús.
La solemne celebración se vio realzada por la actuación del coro Estacioneros de 3 de Mayo, quienes con su canto lastimero lograron sumergir a los presentes en un profundo ambiente de recogimiento y devoción.