“John Wick 4″: un brillante final para una gran saga de acción

La saga protagonizada por Keanu Reeves concluye con una gigantesca ópera de muerte y esplendor visual con algunas de las secuencias de acción armada y de artes marciales más alucinantes jamás concebidas en Hollywood.

Keanu Reeves en "John Wick 4", actualmente en cines de Paraguay.Lionsgate
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Resulta algo difícil de poner en perspectiva los relativamente humildes orígenes de la saga John Wick, cuya primera entrega estuvo a muy poco de ni siquiera ser estrenada en cines, al mirar los gigantescos cuadros de arquitectura futurista, palaciegas estructuras o ciudades enteras en las que la cuarta entrega ambienta secuencias de acción con decenas de extras en despliegues de espectáculo técnico, visual y coreográfico que, francamente, dejan en vergüenza a una enorme parte de todos los “blockbusters” de Hollywood de los últimos tiempos y ruegan por la pantalla más grande posible.

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Este nuevo capítulo arranca con John Wick (Keanu Reeves) aún huyendo de las fuerzas de la Mesa Alta, la autoridad que controla el inframundo criminal y a la que se deben someter todos los sicarios, ejércitos privados y grupos criminales que pueblan el mundo. Incapaz de seguir escondiéndose y hacer que sus amigos paguen con sangre el precio de protegerlo, John decide ir tras la persona que lidera la cacería, en un intento final por recuperar su libertad.

Las dos últimas películas de John Wick mostraban en sus primeras escenas imágenes de películas de Buster Keaton proyectadas por edificios, una clara declaración de intenciones del cineasta Chad Stahelski – un veterano doble de riesgo convertido en director – de homenajear a aquel pionero del arte de realizar hazañas peligrosas para entretener en el cine.

John Wick 4 abre con una declaración distinta de influencia cinematográfica, una breve persecución a caballo por un desierto infinito, claramente un homenaje a Lawrence de Arabia, quizá la película “grande” más grande, como una declaración de que en esta nueva entrega la intención es ampliar la escala de todo lo que se ha visto hasta ahora en las anteriores entregas de John Wick.

La historia de un sicario retirado buscando venganza por el asesinato de su perro se ha convertido en una lucha de proporciones míticas en la que sociedades secretas, grupos ritualísticos y versiones modernas de míticos guerreros se enfrentan en pulseadas de influencia o masivos duelos a muerte tan grandes que incluso el tiempo de duración de la cuarta película se ha inflado a unas voluminosas dos horas y 49 minutos para poder darle cabida a todo.

Lo curioso es que, sin contar esa persecución a caballo del principio, la acción de la película se limita a solo tres secuencias, pero cada una de esas secuencias dura como mínimo media hora – la última probablemente se acerca a la hora entera – y están tan llenas de variedad y violencia creativa que cada una podría ser el gran final de una película por sí sola.

Desde lujosos palacios de alta tecnología fusionada con arquitectura moderna japonesa iluminada en colores primarios de neón - como si alguien fusionara un thriller de ciencia ficción con un filme de terror “giallo” italiano –a un averno de luces estroboscópicas y música pulsante, similar a la icónica discoteca de la primera película pero más suntuosa, y... básicamente toda la ciudad de París, la acción nunca deja de moverse y cambiar, desde tiroteos con enemigos a prueba de bala a desesperadas peleas mano a mano, duelos con cuchillos o espadas, arcos, flechas o nunchakus; caídas que deberían ser mortales, una brutal persecución de autos y tiroteo en torno a uno de los monumentos más icónicos de Europa, incluso un nuevo perro de combate. Stahelski y compañía deben haber tenido una lista de cosas que siempre soñaron hacer en el cine, y parece que no dejaron absolutamente un solo ítem sin tildar.

Y esta vez la película vuelve a poner a Reeves a hacer equipo con algunos de los mejores representantes cinematográficos de las artes marciales del mundo, y el resultado es, predeciblemente, un impresionante ballet de brutalidad y belleza en movimiento, claramente concebido, coreografiado y filmado por personas que viven y respiran cine de artes marciales, e incorporan influencias que van desde el cine wuxia clásico hasta las obras de “matanza heróica” de John Woo y sus otros contemporáneos del Hong Kong de los ‘80 e incluso acentos de comedia del tipo que popularizó Jackie Chan.

Es maravilloso ver que una película hollywoodense finalmente sepa cómo usar bien a Donnie Yen, una gran leyenda del cine de artes marciales que tiene la ocasión de brillar como el asesino no vidente Caine, un Zatoichi moderno con sus propias motivaciones familiares que es fácilmente el mejor personaje nuevo de la saga y uno que sería genial ver a Yen retomar en algún momento; mientras que el gran Scott Adkins se roba por completo una generosa porción de la película, con su actuación en vez de sus patadas para variar, ocultando su prodigioso físico bajo un traje prostético y maquillaje convertirse en un corpulento jefe mafioso que habla con un caricaturesco acento alemán, pero cuyo tamaño no le resta agilidad ni velocidad, como un malévolo Sammo Hung occidental.

El chileno Marko Zaror, otro importante ícono del cine de acción “directo a video”, también tiene la oportunidad de brillar como la mano derecha del villano del filme. E incluso los nuevos miembros del elenco que no tienen trayectoria en las artes marciales como Rina Sawayama o Shamier Anderson demuestran estar más que a la altura, y el equipo de dobles los hace ver increíbles.

Temáticamente hablando, las ideas de reglas y consecuencias que las películas - en especial desde la segunda – adoptaron como su tema central también llegan a una conclusión apropiadamente grande, explorando toda su acción como la consecuencia de una ruptura en el contrato social que rige el mundo secreto que Wick y los suyos habitan, una ruptura propiciada por el abuso y la desigualdad del que aquellos sobre la Mesa, sobre la estructura de poder, se benefician.

Con maravillosa falta de sutileza, la película encuadra conversaciones claves con obras de arte de la Francia revolucionaria como tapiz de fondo, y sin entrar en detalles el final de la película es una clara alusión directa a una de las principales obras cinematográficas de desdén anti aristocrático, la obra maestra de Stanley Kubrick Barry Lyndon.

Y aunque quizá esta es la película en la que el ya taciturno John Wick habla menos, la corriente de tragedia que circula bajo la superficie del guerrero imparable en un traje impecable es más fuerte que nunca, y Reeves sigue siendo excelente en vender la imagen de un hombre con el peso del mundo entero y los fantasmas de lo que perdió encima, con poco más que un terco instinto de supervivencia impulsándolo. Desde un principio el filme se centra en las consecuencias de la odisea de venganza de Wick, y la conclusión a la que llega se siente inevitable y poética, como debería ser en una historia que presta tanto, en estructura y alegoría, de la mitología clásica.

John Wick 4 es un final prácticamente perfecto para una saga que se convirtió en una de las más gratas sorpresas cinematográficas de la última década.

Calificación: 5/5

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JOHN WICK 4

Título original: John Wick: Chapter 4

Dirigida por Chad Stahelski

Escrita por Shay Hatten y Michael Finch

Producida por Chad Stahelski, Basik Iwanik y Erica Lee

Edición por Nathan Orloff

Dirección de fotografía por Dan Laustsen

Banda sonora compuesta por Tyler Bates y Joel J. Richard

Elenco: Keanu Reeves, Donnie Yen, Bill Skarsgard, Ian McShane, Rina Sawayama, Shamier Anderson, Scott Adkins, Hiroyuki Sanada, Laurence Fishburne, Marko Zaror, Lance Reddick, Clancy Brown, Natalia Tena

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