Fernando Báez Sosa, joven hijo de paraguayos asesinado hace tres años en Villa Gesell por jóvenes que -según los testimonios de quienes estaban ahí- gritaban frases alusivas a su color de piel. Fernando era moreno, era un “negro”, según la terminología que todavía utilizan algunos argentinos.
De hecho, durante el juicio se hizo mucho hincapié en el tema y en por qué eligieron a Fernando como víctima. Al recordarse los tres años de su asesinato, su madre volvió a decir que a Fernando lo mataron por su color de piel.
Para Sebastián Bruno -doctor en ciencias sociales y sociólogo por la Universidad de Buenos Aires e investigador de las migraciones en la Argentina, y por sobre todo la paraguaya- está clara una cosa: que a Fernando lo mataron 8 jóvenes que creían que, por su color de piel, era inferior a ellos.
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El racismo de la dirigencia política de 1880 en la Argentina
Para conocer el contexto en el que se dio el crimen, explica Sebastián Bruno, se hace ineludible conocer cómo se conforma la sociedad argentina. Para eso, explica, hay que retrotraerse a la generación dirigente de fines del siglo XIX, conocida como la generación de 1880, que consideraba que ese país necesitaba mayor población y que había que recurrir a la inmigración, particularmente la europea.
Es por eso que a partir de ese año, explica Bruno, se plasma incluso en su constitución el fomento de la inmigración europea. El inconveniente para esa “élite” fue que al hablar de Europa pensaban en los países del norte y los que llegaron en mayor medida fueron de países del sur, como España e Italia.
Explica el experto que esta inmigración generó enseguida la segregación y el rechazo con términos como “gallego” a cualquiera que viniera de España, y “tano” a quien viniera de Italia, agregándole a estos dos apodos la palabra “bruto”.
Para 1914, cuenta Bruno, ya el 50% de la población de Buenos Aires había nacido en otro país, y en particular la mayoría de ellos eran estos dos países, Italia y España. Con esto, señala, se negaba a la población preexistente, criolla y americana originaria.
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Proceso de industrialización de la metrópoli
En 1930, explica Bruno, con el “proceso de sustitución de importaciones”, que buscaba el reemplazo de oferta externa por producción nacional, llega a la capital porteña una gran industrialización, haciendo que buena parte del interior de la Argentina se movilice hacia la capital, primero desde el propio interior de la provincia de Buenos Aires y después desde el resto de las provincias.
Esta población menos influida por la población europea tenía rasgos físicos de lo que se denomina la “América morena”, a los que esta capital ya “europeizada” consideraba como extraña y hasta era negada, explica Bruno.
Con el ascenso del peronismo, esa población cobró todavía más preponderancia y visibilización, y por ende más rechazo, empezando a utilizarse el término de “aluvión zoológico”, haciendo alusión a una supuesta condición subhumana de esta población y posteriormente llegando incluso a la literatura con la obra “El cabecita negra”, de Germán Rozenmacher, término que fue adoptado desde entonces, asegura Bruno.
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Auge de la inmigración limítrofe a Buenos Aires
Esa migración interna terminó en los años setenta, pero tuvo continuidad en la inmigración de países limítrofes, según Bruno, pero continuó con la inmigración de países limítrofes, entre ellos Paraguay, denominándose a los trabajadores provenientes de estas migraciones como “los negros”.
Esto, explica el experto, coincide en los años noventa con una pauperización de gran parte de la clase media argentina y particularmente porteña, acercándola a esa población “negra” a la que antes rechazaba.
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Los asesinos de Fernando no son de clase alta
Según Sebastián Bruno, el crimen de Fernando tiene rasgos sumamente particulares. Fernando -a pesar de ser hijo de humildes inmigrantes paraguayos-, por su educación, estaba en proceso de movilidad social ascendente, que le permitió estudiar en la Universidad de Buenos Aires.
Se encuentran en la ciudad balnearia de Villa Gesell, anteriormente asociada a la cultura “hippie”, que, según Bruno, no es ningún lugar de veraneo de las clases altas de la Argentina.
Según Bruno, los ocho asesinos de Fernando vienen de esa clase media trabajadora, pero con un linaje “europeo”, de nietos o tataranietos de europeos, y con la creencia de que a pesar de pertenecer a la misma clase social, Fernando estaba por debajo de ellos.
“Y ahí es donde esa tensión entre esa clase media pauperizada y esta otra clase media trabajadora, morena, que fueron homologándose en sus condiciones de vida, entraron en tensión por lo que podemos llamar las identidades culturales”, señala el experto.
El rugby y el ascenso social de los ocho asesinos
Según Bruno, es justamente en el rugby, deporte asociado generalmente a las clases altas argentinas, donde estos jóvenes encuentran su escalera de ascenso social entre la clase media pauperizada a la que pertenecen esas clases a las que aspiran y que los distingue de este “otro”, Fernando, y que comparte este espacio, la discoteca, y lo agreden para “ubicarlo” en ese lugar simbólico en el que creen ellos que él debe estar.
Esto, para Bruno, es una bofetada para aquellos que quieran señalar que en la Argentina no hay racismo. Pero, a su vez, la empatía mostrada por la mayoría de la sociedad argentina demuestra que, si bien el racismo existe, como en todos lados, no es correcto endilgarlo a toda una sociedad como la argentina.
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