Con los rostros enrojecidos y el cuerpo chorreando de sudor los promeseros van caminando por la Ruta PY02 camino a la villa serrana, Caacupé. Se echa de menos el eucaliptal y la falta de árboles que den sombra. El clima en la zona urbana da la impresión de estar en un horno, pero en la serranía es menos pesada por un halo de viento.
“Hakú ndirindindín…” dice uno que va pasando sin querer detener sus pasos. Otros hacen una pequeña pausa para comentar el motivo del sacrificio.
A las 10:30 de la mañana en el ramal de Patiño los integrantes del Grupo Tradicional de la Novena Compañía de Itapúa-mí Luque ya llevaban unas horas de caminata y esperaban llegar pronto hasta el santuario. “Llevamos 20 años peregrinando unas veinte personas, todas de una misma familia. Siempre tenemos motivos para agradecer a la Virgen por la familia”, dice Sebastián Melgarejo, de 42 años, quien trabaja como mariachi.
Comenta que hacen 54 kilómetros desde sus casas hasta Caacupé en un espacio de 14 horas, todos con atuendos alusivos y la misma alegría en el rostro: Guadalupe y Clara Galeano, Jorge Gaona y Daniela Ojeda, Juan Villalba, Mirta y Elvio Ortiz. Otros fueron más hacia la punta, pues ellos prefieren ir disfrutando de una amena charla.
Testimonios de los peregrinos
Son las 11:50 y el calor ya se siente de manera más directa. Ayer de noche salieron de Concepción Juan Ramón Alfonso, Natalia Romero, Rania Romero y sus pequeños David y Neide. Pagaron hasta Ypacaraí el importe del pasaje que es de 120.000 y desde allí se valieron de sus pies empujando el carrito con los dos niños.
Es un ritual que repiten desde hace 14 años en pago de una promesa por Rania, cuando era pequeñita. “Venimos a rezar por la salud de toda la familia”, dice Natalia al resaltar que el ómnibus venía atestado de gente.
Doña Deolinda Candado Rojas, de 79 años, con el torso encorvado de la edad y un paño cubriéndose la cabeza va bajando por el antiguo eucaliptal ya sin los árboles. Viene desde Fernando de la Mora, aunque a pie desde Ypacaraí, con mucho entusiasmo para tomarse la revancha de no haber cumplido con su promesa durante la pandemia. “Se trata de mi hijo…” puede balbucear entre sollozos ante la pregunta del motivo que la trae.
La acompañan varios jóvenes y niños que encuentran un alivio al calor con unas sombrillas para la cabeza que se venden a G. 20.000.
Del barrio Arecayá de Mariano Roque Alonso llega a Curuzu Peregrino chorreando de sudor Juana González, de 61 años, apoyada en bastones. “Es un placer para mi llegar hasta la Virgen, como soy trailera utilizo los bastones porque ayudan en la caminata. Me sirve de apoyo a lo largo de los 52 kilómetros que hago cada año. Anteriormente caminaba desde Ypacarai, pero desde hace tres años, tras una enfermedad grave en la que me auxilió la Virgen, camino desde casa”.
No tiene apuro por llegar, porque para ella lo importante es alcanzar Caacupé, por eso para donde el cuerpo le pide durante media hora hasta reponer de nuevo energías para seguir.
Esta víspera de la mayor festividad mariana del Paraguay está marcada por el intenso calor, un sol que quema y que por momentos es amainado por el calor y que muchos peregrinos no temen desafiar. Es que dos años de espera ya han sido suficientes y ahora hay que tomarse la revancha a como dé lugar.