“No es suficiente invocar piadosamente el nombre de Dios si al mismo tiempo ignoramos las necesidades de nuestros hermanos y hermanas. Con esa actitud, construimos nuestra casa sobre arena movediza”, expresó.
“Quien construye su casa sobre la roca de la fe en Jesucristo, que se traduce necesariamente en amor al prójimo más necesitado, es capaz de llevar la fuerza sorprendente del Evangelio para sembrar las semillas del Reino, que ayudarán a transformar las realidades y situaciones que oprimen a nuestro pueblo”, dijo.
El modelo de Iglesia que el Concilio Vaticano II pide y que es impulsado por el papa Francisco, es ser Iglesia Pueblo de Dios, donde todos, obispos, sacerdotes, personas de vida consagrada y los fieles laicos, “tenemos, por el bautismo, cada uno según su rol y misión específica, la responsabilidad de edificarla para que ella se constituya en el rostro visible de Cristo e instrumento eficaz del Reino de Dios”, indicó el cardenal.
“Esto implica la necesidad de una profunda conversión y renovación eclesial y pastoral. Las estructuras eclesiales no siempre se han adecuado al dinamismo evangelizador que requieren los tiempos actuales. Entre los principales obstáculos, podemos mencionar el clericalismo y la falta de un real protagonismo y reconocimiento del papel de los laicos en la Iglesia y en la sociedad”, señaló monseñor Martínez.
Es débil el compromiso social y político de los laicos porque en las estructuras de la Iglesia se ha puesto mucho énfasis y esfuerzo en la catequesis y en la liturgia, pero dejando postergado el rico pensamiento de la Doctrina Social de la Iglesia, que nos haga comprender que la dimensión social es esencial en la misión evangelizadora de la Iglesia, expresó.
Hay sombras, debilidades y pecados que necesitamos reconocer, pedir perdón y reparar a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio, subrayó el cardenal.