“Esta es la hélice de mi avión”, asegura sin dudar el Cnel. Manuel Insaurralde (78) al verla publicada en la edición de ayer de ABC Color. Así empezó a recordar lo sucedido aquel día de tragedia con suerte este uniformado que se encontraba en la Base Militar de Yacyretá, hasta donde llegó el bimotor DC3 de Transporte Aéreo Militar (C47, en su versión carguero) pilotado por el Cnel. Luis González Ravetti.
“Toda la gente esperaba con ansias el avión, pues su presencia era un acontecimiento para ellos. Entonces le pedí al piloto que me dejara volar un rato, y me hice cargo del avión. Alcé a unos 20, entre lugareños y soldados. Yo era un cabezudo que empecé a hacer vuelos rasantes y bajos sobre el majestuoso río Paraná”, comenta.
Mientras el pueblo se impresionaba con las maniobras que hacía Insaurralde, en un abrir y cerrar de ojos, ocurrió algo inusual. Sentí como un temblor en el asiento. Miré hacia el costado, y no vi la hélice, sino una mancha negra y aceite desparramado. Le dije a mi acompañante, el Tte. Cnel. Juan Pires Oviedo, que haríamos un procedimiento de monomotor. Le pedí que mirara hacia el otro motor, y me respondió que tampoco estaba en su lugar. Habíamos perdido los dos en contacto con el agua.
El Cnel. Insaurralde solo quedó con la intuición... un sexto sentido que le llevaba a intentar acuatizar sin ninguno de los motores en marcha. “Nos estábamos tirando hacia el agua. Sabía que íbamos a ahogarnos todos, pero en eso vi de reojo un esteral grande. No sé cómo me dirigí hacia allí. El avión panceó suavemente. Ocurrió en segundos. No sufrimos ni un rasguño. Tampoco lo sintieron las 20 personas que estaban a bordo”.
El militar retirado solo recuerda que fue en los años setenta, cuando Stroessner estaba en su apogeo. El río Paraná se veía imponente en época de crecida, y tal vez el agua por eso le engañó para medir las distancias. Era un día límpido y claro, sin una sola nube. Lo único anormal de ese día fue que hice lo que no debía. No hay que hacer lo que no corresponde. Allí está el equilibrio, dice como repitiendo una lección de vida.
Habrán sido como las 16:00 cuando la nave se posó. Al darse cuenta de la situación, ya estaban en Aña Cua, a unos 30 kilómetros de la base de donde habían partido. “Aquel lugar rinde culto a su nombre por la cantidad de mosquitos que había en el lugar. Era impresionante. Nos rescataron en canoas”.
LA REACCIÓN DE STROESSNER
-¿Qué hizo Stroessner cuando se enteró? -Yo no llegué a hablar con él, pero desde la base me comunicaron su decisión. Me hizo saber que debía quedarme en el lugar hasta que reparara el avión y lo hiciera despegar de nuevo. Que se quede allí hasta que levante el avión, que él levante si quiere salir..., fue su orden-, responde el Cnel. Insaurralde.
La reparación llevó varios meses, entre cinco a siete, hasta que se completó la tarea. “Todo el tiempo estuvimos llevando y trayendo repuestos y herramientas desde la base donde había un parque aeronáutico hasta el lugar. El trabajo de reparación estuvo a cargo del mecánico Juan Pires Oviedo. Yo no sabía nada de mecánica; solo de pilotaje y los principios elementales de la aviación. Cuando completamos la reparación, de ese mismo esteral subió el avión. Tuvimos que hacer para ello una pequeña pista”, memora.
La nave que terminó en aquel pantano de Aña Cua respondió como en las películas. De hecho, eran los aviones más seguros que se construyeron en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Eran llamados “burros de carga”, y no fallaban, hasta que el hombre hace lo que no debe con ellos.
TRAS EL HALLAZGO
-¿Qué siente Ud. hoy al ver aquella hélice perdida tantos años atrás?
-Siempre uno no deja de apelar al recuerdo. Decía Platón que “la nostalgia es el deseo doloroso de regresar”, y el hombre siempre quiere regresar al pasado.
“Cuando cometí aquel error, me arrepentí. Estas son las estupideces que uno comete en la vida. Las hélices se desprenden fácilmente en contacto con el agua, pues están girando a miles de revoluciones por minuto, con lo que hace que se desprendan con el impacto. Cómo no pensé antes”.
-Pero, gracias a su pericia, Ud. salvó su vida y la de los demás ocupantes...
-Todos los pilotos estamos preparados para estas situaciones, pero la pericia en la estupidez no existe.