La lucha de un cura para que no haya más mulas

En las cárceles de Hong Kong hay al menos ocho paraguayos presos que llegaron como mulas de drogas. Un capellán penitenciario que los asiste está de visita en Paraguay para reunirse con sus familias y también para tratar de impedir que más gente caiga.

Padre John Wotherspoon, capellán penitenciario en Hong Kong.
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En un lugar de Alto Paraná, el padre John Wotherspoon, capellán penitenciario, se reúne con la familia de una mujer paraguaya presa en Hong Kong por tráfico de drogas. Allí, en prisión, a miles de kilómetros de su casa, en un país y una cultura extraña, con un idioma que ella no habla, dio a luz a su bebé. Como otros 140 extranjeros, cumple una condena en esta antigua colonia británica, hoy convertida en una región administrativa especial de China.

El padre John, de la orden de los Oblatos de María, australiano de nacimiento y con más de treinta años de trabajo en Asia, lleva consigo una carta de la mujer presa en Hong Kong, el país al que llegó como mula. Se la entrega a la familia y, al conocerla, comprende la desesperación y los motivos que la llevaron a aventurarse en el mundo del crimen organizado: su papá está ciego, un hermano quedó incapacitado por un accidente y el otro hermano abandonó la escuela por falta de recursos. En el encuentro intentará brindarles consuelo y esperanza, pero también alentarlos a entrar en contacto con las familias de otros presos paraguayos en ese país por la misma causa.

Esta es la carta que llevará consigo el padre John a una paraguaya presa en Hong Kong.

Padre John Wotherspoon, capellán penitenciario en Hong Kong.

No es la única familia que visitará en Paraguay ni en Latinoamérica. Lleva ya unas semanas en una gira que lo trasladó a México, Colombia, Venezuela, Surinam, Perú y Bolivia. De acá viajará a Argentina y de allí a Brasil, donde cree que opera a nivel latinoamericano el cerebro de la red de narcotráfico impulsada desde Nigeria.

En cada lugar hace lo mismo: entrega cartas de presos, recibe cartas de las familias que llevará consigo, graba mensajes de voz que luego una estación de radio difundirá en su programa de los domingos a la noche, una emisión que los presos extranjeros en Hong Kong esperan con ansias para escuchar la voz de sus seres queridos.

Su travesía está registrada aquí.

Sentado en la redacción de ABC Color, el padre John nos hace escuchar uno de los mensajes en su teléfono celular: “Papá, te quiero. Sos el mejor papá”, dice una voz infantil a un hombre al que casi no conoce y a quien probablemente no verá en muchos años.

La campaña que impulsa este sacerdote católico se llama No más mulas y lo que pretende es generar conciencia acerca del peligro de transportar drogas. Después de años de trabajo en las cárceles se dio cuenta de que la mejor manera de ayudar a los presos es impedir que vayan a prisión.

La mayoría de las mulas que cayeron presas en Hong Kong son gente pobre. Arriesga una cifra: el 95% de estos traficantes que se aventuran a viajar llevando consigo (o dentro suyo) menos de un kilo o hasta dos kilos de cocaína lo hacen desesperados por la necesidad de dinero, muchos para saldar deudas médicas o angustiados por la falta de perspectivas laborales. Otro 5%, dice, lo hace por codicia.

“La mayoría son gente pobre, especialmente mujeres vulnerables, con familia a cargo. Necesitan desesperadamente una fuente de ingresos”, cuenta. De acuerdo con su registro, existe ahora un incremento de mujeres que caen en las redes del crimen organizado. Gracias a decenas y decenas de testimonios recabados, el padre John descubrió que hay diferentes modos de involucrar a las personas en la red de tráfico y que últimamente hay detrás una banda nigeriana con tentáculos en todo el mundo.

“Algunas personas son convencidas de que el riesgo es mínimo y que van a ganar buen dinero. Otras personas y sus familiares son amenazadas porque previamente dieron todos sus datos en sitios web de ofertas laborales. Otras directamente no saben que están llevando la droga porque fueron seducidas por ‘novios’ casi siempre nigerianos. Son mujeres muy vulnerables que se enamoran y hasta se llegan a casar con las personas que las convierten en mulas”, cuenta el padre.

En Hong Kong, las penas por tráfico de drogas varían según la cantidad. En un pequeño papel gastado por el uso, el sacerdote registra una tabla con la relación de gramos de droga/años de pena. De 1 a 20 gramos (que generalmente se cargan en el estómago), la pena es de 2 a 5 años de cárcel, pero de 600 gramos a 1.200, trepa a 20 o 23 años. De memoria recita: si se declaran culpables ante un jurado pueden reducir la pena a 16 años y luego por buena conducta pueden bajarla de 10 a 11 años. Pero si deciden pelear y declararse inocentes, el juez les dará la pena que corresponde si los encuentra culpables.

Las penas son altas y las mulas nunca tienen forma de probar que fueron coaccionadas o que no sabían que llevaban droga. Aun así, caer preso en Hong Kong puede casi considerarse buena suerte: el mismo delito en otros países de Asia como China, Indonesia o Malasia (que a veces era el destino final de la droga) se castiga con la pena de muerte.

El padre conoce de primera mano historias atroces, como la de una médica venezolana de 50 años, desesperada por conseguir dinero para alimentar a su familia, que no vio otra salida a su situación. O la de otra mujer de Venezuela, con tres meses de embarazo, que se postuló para un puesto de trabajo en un despacho legal en un sitio web. Detrás estaba una banda nigeriana cuyos integrantes, cuando llegó a San Pablo, la encerraron, la violaron cada día por tres semanas y la obligaron a llevar drogas a Asia, bajo la amenaza de dañar a su familia. Tenían todos sus datos, porque ella misma los había proveído al llenar el formulario de postulación.

“Los agentes de los nigerianos en San Pablo buscan gente pobre y vulnerable, de diferentes maneras. A veces es a través de los correos electrónicos que dicen ‘ganaste un premio’, ‘ganaste un viaje’, ‘heredaste una fortuna’. Es increíble, pero en su desesperación hay gente que cae y se involucra. Necesitamos informar a la gente de que estas cosas pasan y de que los riesgos son enormes”, dice el padre John. Antes eran hombres, pero ahora las mulas son mujeres, y hay padres y hasta abuelos y abuelas, que no ven otra salida.

Según las estimaciones, 10% de las mulas son descubiertas en los aeropuertos de Hong Kong, aun aquellos que están en tránsito. Un 90% tendría éxito. El religioso cree que los tentáculos de la red de tráfico llegan a los aeropuertos, que son los puntos de partida en los países de donde salen las mulas. Últimamente la mayoría sale de Sao Paulo, Brasil.

La vida en la prisión

La vida en las cárceles hongkonesas, como en toda prisión, es dura. Pero las condiciones son mejores que en las prisiones de Latinoamérica: la alimentación está segura, hay asistencia sanitaria y quienes trabajan reciben un salario, por eso muchos de los presos prefieren cumplir allí su condena que en sus países de origen, en el caso de que estos tengan tratados de extradición con Hong Kong.

No es el caso de Paraguay, que ni siquiera tiene allí una oficina consular. Es la sección consular en Japón (a 3 mil kilómetros de distancia) la que debe ofrecer asistencia a los connacionales en ese país.

Esperanza

“Cuando veo el daño que causan estas redes de narcotráfico a las familias...”, dice el padre John y suspira sonoramente, sin terminar la frase. “Los peces gordos no caen”, añade. Hacen un gran mal y si hay un infierno es el lugar al que irán para siempre”. Pero de una cosa está seguro: difundir profusamente los riesgos de caer en las redes de estos narcotraficantes surte efecto, porque así se lo ha demostrado su experiencia en países africanos.

Está convencido de que una campaña similar a “No más mulas”, emprendida en África, es la causa de que la cantidad de presos africanos que llevaban drogas a Hong Kong haya caído de 47 en 2015 a 8 en 2017.

Para esta campaña, el sacerdote recorre los países de donde provienen las mulas encarceladas en Hong Kong, pone a las familias en contacto y las insta a usar las redes sociales para crear conciencia. El mismo tiene varios sitios web, donde brinda información útil y testimonios en videos, y compila cartas de prisioneros que cuentan sus historias y experiencias.

En un blog publica una lista de personas que considera está en la red del narcotráfico que provee las drogas a las mulas.

Además, escribió un pequeño libro titulado: “Buenas nuevas para los pobres”. En él cita a Gandhi (”cuando se enfrentó a una situación grave en la que no podía cambiar sus circunstancias externas no fue violento ni se volvió delincuente “) y a Mandela (”las circunstancias externas en las que se encontraba eran atroces, pero mantuvo una actitud positiva. Cuando lo pusieron en libertad, desató una ola de bondad y reconciliación”).

La trampa de un camino tentador

Después de reunirse con dos familias de presos en Ciudad del Este, el padre John visitó al obispo Guillermo Steckling. Luego, se daría cuenta de que olvidó pedirle que grabara un mensaje enviándole saludos a los presos. Le quedó por visitar a otra familia en el interior de Alto Paraná.

En este departamento afirma que opera una mujer al servicio de una banda nigeriana, que es la encargada de captar a las mulas y de allí son la mayoría de los al menos ocho paraguayos presos.

El padre John Wotherspoon se reunió ayer con el obispo Guillermo Steckling.

Desde el Este viajó a Asunción, ávido de difundir su campaña y convencido de que cuanta más gente conozca los riesgos de ser mula y entienda que un camino que se presenta tentador y hasta fácil puede significar una desgracia, más familias se librarán de un destino terrible y doloroso.

Antes de irse de ABC nos pide un par de ejemplares del diario, para llevárselos a los presos. Para ellos son como oro. Y nos cuenta que un antepasado suyo formó parte del grupo de australianos que en 1893 llegó a Paraguay para fundar la colonia Nueva Australia. Pero no hay tiempo para visitar el lugar ni buscar vínculos.

En unas horas más debe viajar a otro país para continuar su campaña.

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