Jacinto Pérez no faltaba a ninguna peña o “tercer tiempo” después del fútbol. Aunque no tenía mucho en común con el grupo de amigos odontólogos que frecuentaba, su presencia era vital, pues con su guitarra amenizaba los encuentros y los muchachos eso no lo podían negar. Lo apreciaban mucho, aunque en la “vaquita” nunca aportaba nada. Siempre alguien pagaba por él, pero ya todo estaba dicho cuando sus dedos entre las cuerdas bailaban.
Era conocido en toda la calle Silvio Pettirossi, con su maraña de cables, locales comerciales con puertas cubiertas de hollín y ventanales que vibraban con el paso de la Línea 27. No se sabía mucho de él, pero sí que creció allí, ganándose la vida en todo tipo de oficios o changas.
El grupo del fútbol llegó a conocer a su único hijo, un joven de unos 25 años que completó el equipo en varias ocasiones.
A Jacinto uno lo podía ver siempre con una camiseta de algún club nacional o internacional adquirida del Mercado 4. A veces vestía remeras con cuello de un talle mucho más grande que el suyo, short de fútbol y zapatillas. En invierno se protegía del frío con camperas impermeables y gastados championes. A sus casi 60 años, se mantenía en forma. Era alto, flaco y tenía una cabellera con rulos canosos y desprolijos. Siempre estaba haciendo bromas y tarareando alguna canción, con o sin su guitarra.
Su repertorio era muy variado, podía cantar desde guaranias, polkas, románticas, y hasta canciones en inglés. Bueno, en “su” inglés.
Cuando al grupo de odontólogos le llamó la atención su ausencia en el quinto “tercer tiempo”, sus integrantes se preocuparon, pero no tenían idea de cómo localizarlo. Un tiempo después, su hijo se presentó en plena mitad del primer tiempo. Su rostro reflejaba tristeza.
Don Jacinto estaba internado en estado crítico por una hepatitis crónica y otras afecciones que el hijo explicó antes de pedir ayuda.
El grupo de amigos se movilizó y a las pocas horas ya tenía el dinero que se necesitaba. Fueron a visitarlo. Estaba internado en el Hospital Central de IPS gracias a uno de los mejores trabajos que logró conseguir.
Allí, los amigos conocieron a Jacinto Benítez y no a Jacinto Pérez, como siempre se presentó. En su cama de hospital, les contó que decidió usar el apellido de su madre luego de una decepción con su padre.
La avenida Silvio Pettirossi fue testigo de la suerte de un niño de 10 años llamado Jacinto, quien junto a su hermana de 8, fue a parar a las calles, luego de que su padre enviudara y se “juntara” con otra mujer quien los maltrató salvajemente por mucho tiempo.
Los niños no aguantaron y prefirieron irse. Su padre nunca los buscó.
Los dos pequeños pidieron limosnas por varios meses. Un día, una pareja, padres de una excompañera de colegio, recogió a la niña y la llevó vivir con ellos. Dos meses después, se mudaron a la Argentina y nunca más supo nada de ella. Jacinto creció solo en el mundo.
Tanto marcó esta historia a sus amigos, que no se quedaron de brazos cruzados. Aprovechando la tecnología, buscaron en Facebook a “Beatriz Benítez”. Luego de encontrar a varias personas con el mismo nombre, finalmente dieron con la que ellos buscaban. Beatriz llegó a Asunción al día siguiente de enterarse de la situación.
Los amigos la llevaron a IPS y fueron testigos de un reencuentro después de más de 40 años.
Jacinto murió ese mismo día, tomado de la mano de su hermana. Tal vez vencido por las huellas arrasadoras de su enfermedad, pero curado de las heridas de infancia.