La vacunación es uno de los avances médicos más resaltantes en la historia de la medicina y, desde el año pasado, está de nuevo en boca de todos para terminar con la pandemia del covid-19. Desarrollar una contra el virus SARS-CoV-2, que ya se cobró más de 10.000 vidas en Paraguay y millones en el mundo, fue una carrera que impulsó a varios países y farmacéuticas.
Pero… ¿cómo surgió y cómo se fue dando su uso en Paraguay? En la época de la Colonia, la viruela diezmaba a la población en epidemias que se daban casi cada diez años. Los más afectados eran los indígenas que, creyéndose castigados, se aislaban en los montes, solos, sin acceso a cuidado alguno, explica María Elena Ramírez de Rojas en una publicación del Ministerio de Salud llamada “La viruela en el Paraguay”, dada a conocer en 2020, en donde se citan varias fuentes históricas.
Viruela, desde la Colonia
A mediados del Siglo XVIII, sin embargo, se registra en Paraguay un procedimiento precursor al de la vacuna, llamado variolización, que se trataba de una “inoculación de pus de una persona infectada a otra sana a través de una aguja o lanceta que pinchaba la piel del inoculado”.
A través de la variolización “el nuevo inoculado con viruelas, aunque se enfermara, lo hacía en forma leve, muy pocos morían, al contrario de lo que pasa con las viruelas naturales. La mejor edad para hacer la inoculación es entre 3 y 5 años”.
Para la variolización “los médicos enfatizaban la purga y el ayuno como preparativos para la inoculación, seguida por una dieta liviana de caldos de carne y frutas y aislamiento. La formación de pústulas supurantes señalaba la etapa crítica de la enfermedad que generalmente sobrevenía una semana después de la infección. En esa etapa, el paciente no recibía alimento sólido. La fiebre y la diarrea eran controladas con dosis leves de nitro (salitre). En pacientes afiebrados se recomendaba el baño para absorber los humores malignos que expele el cuerpo. Sus pústulas eran limpiadas con trapos limpios para evitar que penetren a la sangre”.
Ya entonces había cierta oposición a este proceso médico. En 1797 Antonio Cruz Fernández, Teniente Protomédico de la Gobernación - Intendencia del Paraguay, aconsejó durante la epidemia de viruela que azotó San Ignacio Guazú, Misiones, “la inoculación inmediata en contra de la opinión del doctor don Francisco Gill, cirujano del Real Monasterio de San Lorenzo, quien se oponía a esta práctica considerada peligrosa, dañina para la salud pública y contraria a la caridad”. “Desde el 28 de julio hasta el 16 de setiembre de 1797 se inoculó (con la variolización) a unas 63 personas, de los cuales solo una sucumbió”, recuerda el documento.
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Vacunación en Paraguay
¿Y cuándo se hizo la primera vacunación en Paraguay? Increíblemente, fue solo un par de años después de su invención. En 1796, el inglés Edward Jenner inyectó viruela bobina en un niño de 8 años, y posteriormente le aplicó gérmenes de viruela, según publica BBC Mundo. Todo sucedió luego de que una ordeñadora de vacas llamada Sarah Nelmes se haya infectado con viruela bobina, lo que le generó protección contra la enfermedad. De ella se sacó la muestra para inyectarla al niño.
“En 1798 (Jenner) publicó su investigación, en la que acuñó el término “vacuna”, del latín “vacca” (vaca). Lo que vino no fue gloria sino burlas. Sus críticos, especialmente el clérigo, denunciaron que era repugnante e impío inocular a alguien con material de un animal enfermo”, refiere el medio británico. Lo recuerda también la historiadora paraguaya Ana Barreto Valinotti en su cuenta de Twitter.
Las primeras vacunas fueron traídas desde Buenos Aires a Paraguay en 1801 por Cruz Fernández, tras una orden del Gobernador Lázaro de Rivera luego de una epidemia que azotó al Río de la Plata en 1799. La travesía fue llamada “Expedición de los niños”, quienes eran los más afectados por la enfermedad, refiere Ramírez.
Una preparación y cuidado especial
La articulista cita un reporte de una publicación de Eco del Paraguay en donde se detalla cómo era el tratamiento en esa época: “Con respecto a la viruela es muy raro el caso en que no se evitan con el uso de la vacuna, cuya operación es más eficaz y segura si se hace de brazo a brazo, y de un niño o de una persona robusta y de buena salud. En general, para las viruelas naturales son convenientes las bebidas diferentes, los baños de pie, las evacuaciones, todo lo que puede promover la supuración después que las postulas hayan salido, y si aparecen entre las viruelas manchas negras o moradas, es menester administrar la quina con toda la abundancia que pueda sufrir el estómago de enfermo”.
En el documento se lee también: “Los que habrán de inocularse la vacuna, se debían purgarse para limpiarlos de los humores grasos que puedan agravar el mal, y después de vacunados, mantenerlos a pasto con el cocimiento de cebada, achicoria y gramilla u otros refrigerantes y diluyentes, y diariamente ayudas intestinales de cocimiento de malva blanca con un poco de sal y una cucharada de vinagre”.
Histórico
Ramírez cita a Jerry Cooney, quien sostuvo que “hacia 1805 se produjo la primera y última vacunación masiva del período colonial en el Paraguay”. “Para (Bernardo de) Velazco, fue un éxito, pero para Cooney no fue solo eso, sino un punto clave en la historia médica del Paraguay”, escribe Ramírez. Quienes estaban a cargo del “enrolamiento” para el registro de vacunación eran los jueces de paz.
Luego de la Independencia y el gobierno del Dr. Gaspar Rodríguez de Francia, el aislamiento en el que se sumió nuestro país hizo difícil el acceso no solo de medicamentos, sino también de conocimiento médico. “Tanto es así que la vacuna que ya se usaba en Europa no se pudo emplear cuando en 1825 se produjo un brote de viruela mortífero entre los payaguá, según Rengger”, se lee en “La viruela en el Paraguay”. En consecuencia, hubo otra violenta epidemia entre 1843 y 1845.
“Como este mal atacó principalmente a los niños y a los ancianos, prontamente se adoptaron medidas drásticas para no propagarse a toda la población, tales como el aislamiento de los enfermos, la prohibición de las concentraciones masivas ya sea en las fiestas, iglesias, procesiones y en los velorios de quienes habían fallecido de viruela. También se prohibió que las embarcaciones que transportaran personas enfermas o provenientes de lugares donde se hacía presente la enfermedad, descendieran a las ciudades. Se construyeron nuevos cementerios y se reformaron los antiguos para albergar los numerosos cadáveres que cada día aumentaba más y más”, escribe Ramírez.
Pero hubo un camino hacia el orden en medio del caos. Así, en 1853, y con una nueva epidemia de viruela, se creó una “Administración de Vacuna”, que estuvo a cargo a cargo “del Profesor de Medicina y Cirugía, el paraguayo Don Luis Cálcena Echeverría” y que funcionaba en una casa del centro de Asunción.
Así, la historia demuestra que las vacunas desarrolladas para enfermedades epidémicas fueron siempre efectivas en un alto porcentaje, reduciendo con contundencia las tasas de mortalidad y el sufrimiento de las personas. Al final, siempre hubo un final, como también sucederá con el COVID-19.