Es lunes 1 de febrero. La tarde está iluminada con ese escaso sol que suele mostrarse en medio de la lluvia intermitente que casi no cesa en estos días. En silla de ruedas, llevado por sus seres queridos, Martín Darío Paredes Fernández (47) transita el enorme jardín del Hospital Nacional de Itauguá y se dirige al vehículo que lo llevará, después de 30 días, a su casa. Su historia también es la de un pequeño rayo de esperanza en medio de un sombrío panorama. El tiempo, el día que le dan el alta es casi una metáfora de la experiencia que le tocó vivir.
Sus familiares por momentos llegaron a pensar que nunca haría ese camino de salida. Desde aquel 2 de enero, cuando ingresó por una falta de regulación en su presión, este se convirtió en el enero más largo de la vida de la familia Paredes.
Nunca pensaron que aquel ingreso de Martín por presión alta se convertiría en una durísima pelea contra el COVID-19, que por momentos los llevaría por los caminos de la desesperanza, en los que requirieron de mucha unión para mantener la fe en que un milagro era posible.
Sus primeros síntomas fueron simplemente fatiga y un poco de fiebre, pero poco después descubriría que se contagió en Nochebuena, al estar en contacto con un COVID positivo.
Estaba completamente sano
Martín no tenía enfermedades de base conocidas más allá de algunos picos hipertensivos ocasionales. Al internarse no tenía un cuadro respiratorio y se mantuvo sin oxígeno hasta por cinco días, pero luego llegaron los picos febriles y comenzó a requerir de cada vez más oxígeno. A partir de allí, el empeoramiento del cuadro fue muy rápido.
La pesadilla parecía no tener fin cuando, a los 10 días de estar internado en sala normal, su cuadro respiratorio ya estaba francamente empeorado y entonces requirió intubación.
Estuvo intubado durante nueve días, de los cuales seis fueron los más graves, pues lo pusieron boca abajo, y padecía un distrés respiratorio severo por COVID-19.
“Estuvo con pronóstico reservado, una vez que se lo volvió a poner boca arriba, estuvo tres días más intubado. Se lo extubó de forma programada al noveno día para probar su respuesta, porque tampoco estaba en condiciones. Era volverlo al coma o intentar ver si su cuerpo aguantaba”, relató su hermana, la médica pediatra neonatóloga Mariana Paredes.
Muchas complicaciones
Martín permaneció nueve días más dentro de la terapia porque hubo complicaciones con los riñones, la presión alta, y le detectaron diabetes, además de cuadros infecciosos graves, que le generaron una complicación generalizada de los órganos.
Una vez que Martín fue extubado, la mejoría fue en ascenso, superando así la primera parte de esta dura prueba. “No nos cabe la menor duda de que en esto mucho tuvo que ver la fe. Nos agarramos de Dios en todo momento, yo trataba de no pensar tanto en los porcentajes de sobrevida. El primer de intubación me dijeron que el porcentaje de mortalidad de mi hermano era de 90 %. Su pulmón estaba muy dañado aunque nunca fumó ni tuvo asma antes del COVID”, recordó Mariana.
Pese a escuchar todo eso y aunque los médicos le decían que se prepararan para lo peor, la familia se sostuvo en su fe y rezaron para ser parte del menor porcentaje de personas que sí sale de la terapia intensiva.
“Agradecemos infinitamente al Hospital Nacional de Itauguá y a su plantel humano porque la atención fue increíble. Sí estamos ante un sistema de salud público colapsado en el que no hay medicamentos de emergencia básica y los familiares tenemos que comprarlos. Nuestros gastos en los primeros 11 días en sala normal eran pocos, pero una vez que entró a terapia el gasto es de G. 3.500.000 por día”, relató Mariana Paredes.
Hay soldados, pero no hay armas
El principal medicamento que falta, y que es difícil de conseguir aunque uno tenga poder adquisitivo, es el atracurio, cuenta la médica. Cada ampolla tiene un costo mínimo de G. 55.000 y puede llegar a rondar los G. 75.000. Martín utilizaba 30 ampollas por día en los 6 días que estuvo boca abajo, por lo que tuvieron que comprar 180 ampollas.
Una vez extubado, los gastos disminuyeron, pero aún así fueron de G. 500.000 a G. 700.000 diarios hasta el día que le dieron el alta.
“Somos varios hermanos, todos trabajamos pero esto no es sostenible, uno casi nunca está preparado para un gasto tan grande. Tenemos una cantidad inmensa de personas que nos ayudaron”, resaltó Paredes.
Aún queda camino por recorrer
Aún es muy pronto para hablar de secuelas de la enfermedad en Martín, pues se encuentra en la etapa pos covid inmediata. Necesita recuperar masa muscular caminar y hacer sesiones de fisioterapia. Por supuesto, aún tiene que tomar medicamentos, a un costo aproximado de G. 1.200.000 para un tratamiento de 15 días.
Si bien reconoce que la prueba los golpeó demasiado, Mariana agradece por poder contar “la parte feliz de la historia”, y que la familia haya traído a Martín vivo a casa.
“Como familia nuestro principal mensaje es que este virus existe, mata, y deja secuelas de por vida. Nuestra vida no será la misma y queremos dar un mensaje de prevención, usar tapabocas, alcohol, no aglomerarse, porque esto no va a parar todavía”, advirtió la doctora Paredes.
El amanecer del martes 2 de febrero, tuvo un menú diferente como desayuno en la mesa de la familia Paredes. La silla que estuvo vacía por tantas días volvía a ser ocupada al fin por este paraguayo que solo refleja una de las tantas historias de incansable perseverancia.