En un encuentro con medios españoles, en el Museo Nacional de Escocia, en Edimburgo, donde vive parte del año, Hawkins rememora que su nueva historia, que ubica en la ficticia isla escocesa de Eris, empezó a vislumbrarla hace tiempo, paseando por la costa francesa de Bretaña, cuando se topó con un islote en el que había una única casa, a merced de la marea.
Empezó a darle vueltas sobre qué tipo de persona querría vivir en un sitio como aquel, sin contacto directo durante tiempo con el resto de la gente, y tuvo claro, ya ante el ordenador, que tenía que ser una artista, capaz de crear con lo que le ofreciera la naturaleza, incluidos huesos si fuera menester.
'La hora azul' (Planeta), aborda en diferentes planos temporales las vivencias de una artista fallecida, Vanessa Chapman, su relación con su marido Julian y con el director de la Fundación Fairburn, Douglas Lennox, o con Grace, una particular doctora, con mucho peso en la obra, a la que conoció tras romperse la muñeca y con la que estableció desde entonces una profunda relación de amistad.
Otro personaje que ocupa muchas de las páginas es James Becker, admirador absoluto de los trabajos de Vanessa Chapman, a la que no llegó a conocer personalmente, de origen humilde, y que trabaja como conservador de la Fundación Fairburn.
Relaciones tóxicas
Las relaciones tóxicas, la posición de la mujer en el mundo del arte en los años noventa del siglo pasado, la devoción malsana, la violencia, los celos o la rabia son cuestiones que aparecen en esta novela, como es habitual en Paula Hawkins, con algún que otro muerto, giros y un final abierto que lleva a diferentes interpretaciones, aunque la escritora ya advierte que no presenta "finales felices".
Hawkins, nacida y criada en Zimbabue hasta los 17 años, cuando su familia se mudó en 1989 a Londres, es consciente de que es muy difícil volver a conseguir lo mismo que con 'La chica del tren', pero está satisfecha, sin embargo, por cómo ha armado esta novela, en la que vuelve a trazar personajes "complicados y difíciles" y algún que otro que siempre observa.
Confiesa que a veces "es satisfactorio escribir según qué asesinatos" y no esconde que, por ejemplo, en 'La chica del tren' tuvo algún momento de catarsis y no se sintió "nada triste" con la muerte de alguno de sus personajes.
Por otra parte, no piensa que haya muchos asesinos en potencia, aunque "cuando lees según qué historia en el periódico te sorprendes al ver cómo gente que parece normal puede llegar al extremo de matar y hacer cosas terribles".
En cuanto a nuevos proyectos, deja caer que tiene muchas ideas, que suele plasmar por las mañanas, aunque "no todas se acaban convirtiendo en novela".