Corría el frío mes de enero de 1937 en una España dividida por la guerra. Los hijos de los milicianos, sumidos en la pobreza, verían rotas sus ilusiones al llegar el Día de Reyes. En ese marco se da el breve y singular encuentro de dos hombres memorables y sin embargo olvidados, un bohemio poeta leonés y un anarquista vasco. Su entrevista, sostenida entre zumbidos de balas, en las trincheras del Frente de Madrid, ha llegado hasta nosotros desde los archivos de la prensa de la época, en cuyas páginas apareció impresa.
El poeta leonés era Mario Arnold (León, España, ¿1904? - ¿Caracas, Venezuela?, ¿1962?), pseudónimo de José García Pérez, nacido en un hogar pobre, de un padre que se suicidó tras un fallido intento de mejorar su fortuna emigrando a la Argentina. El joven marchó a Madrid pretendiendo vivir de la literatura, pasó hambre y terminó de periodista. Hombre apuesto, absurdo dandy de capa zurcida, quiso hacer carrera como actor de cine en Francia, pero no lo logró y se mandó mudar a Puerto Rico, donde publicó novelas como Álma nómada antes de volver a León al morir su madre. Cuando estalló la guerra civil, se convirtió en reportero desde los frentes de batalla, y sus crónicas, claramente contrarias a la Falange, le valieron ser procesado al concluir la contienda, tras lo cual murió en el exilio.
El anarquista vasco era Clemente Famaraza Sandegui, trabajador y miliciano nacido en la ciudad de San Sebastián, en Guipúzcoa. Huérfano y sin familia, o abandonado por esta, se había criado en un asilo de pobres –era lo que se llamaba un «hospiciano»–. Sobrevivió desempeñando varios oficios, sobre todo el de canillita, y, de convicciones ácratas desde muy joven, estuvo preso en la cárcel por sus ideas. Cuando estalló la guerra civil, tomó el fusil y se unió a las Milicias Antifascistas Vascas para defender la República.
Esta es la historia de su encuentro, revelada inicialmente en El Suplemento Cultural (1) y reproducida y difundida después generosamente por importantes plataformas anarquistas de España (2).
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Aquel mes de enero de 1937, Mario Arnold se enteró de que un combatiente se había presentado ante el comandante Lizárraga, de las Milicias Antifascistas Vascas, y le había dicho que quería donar todos sus ahorros para que comprara regalos a los niños por el Día de Reyes:
–Tengo ahorrados cuarenta duros y quiero que compre usted juguetes para los hijos de nuestros milicianos.
Le dijeron a Mario Arnold que era un anarquista donostiarra llamado Clemente Famaraza. Mario Arnold quería saber por qué había donado todo su dinero, así que fue a buscarlo en la trinchera, lo entrevistó y la entrevista apareció en la revista Mundo Gráfico con dos fotos de Clemente con su fusil, una de pie junto a otros milicianos, y otra solo ante la cámara.
–¿Por qué has dado tanto dinero para comprar juguetes a los niños? –pregunta el poeta leonés.
–Yo nunca supe –responde Famaraza– de estas pequeñas alegrías. En el Hospicio, primero, y en casa de los que me adoptaron, después, la vida fue dura conmigo.
Mario Arnold insiste:
–Esos cuarenta duros podían haberte ayudado mucho.
–¡Bah! –contesta Famaraza–. Una sonrisa infantil vale medio mundo. Deja que los niños rían. Ellos son los hombres de mañana, y deben crecer lejos de toda amargura, para que tengan un porvenir dichoso, sin recuerdos oscuros como los míos.
La entrevista habla de anhelos que nunca sabremos si se cumplieron. Clemente Famaraza quería ser marino cuando terminara la guerra, viajar a otros países y sumarse a quienes lucharan «por devolver trabajo, alegría y pan a los hogares pobres».
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–Pasaremos –sueña en voz alta– de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad con una canción feliz que nos enseñará la victoria.
La guerra interrumpe la conversación entre el poeta bohemio y el miliciano anarquista. Mario Arnold explica a los lectores que la entrevista termina porque acaban de llamar a Famaraza a «un servicio importante». Ese final abierto a la vida o la muerte cierra su crónica, mientras ve alejarse, fusil al hombro, al entrevistado.
Si el rumbo posterior del leonés es incierto, el del donostiarra se eclipsa para siempre tras esa fugaz salida a la luz pública. «Muchas veces, en la calle, recuerdo que me quedaba embobado ante los escaparates de juguetería y caminaba detrás de un niño cualquiera que tuviese en sus manos lo que a mí nunca me dieron», le contaba al bohemio poeta leonés aquel hombre bajito de estatura y magro de carne y de bolsillos, Clemente Famaraza Sandegui, olvidado, como tantos, por la Historia, que acababa de donar todo el dinero que tenía para que los niños que el 5 de enero de 1937 se fueran a la cama tristes y sin esperanzas se toparan al despertar con sus regalos de Reyes, paradójico milagro de un miliciano anarquista que no creía en cetros ni coronas.
Notas
(1) Ver: La magia del anarquista que no creía en los reyes y La lección del miliciano, en El Suplemento Cultural.
(2) Cabe destacar los órganos y cuentas oficiales en redes sociales de la CNT-AIT, confederación española de sindicatos anarquistas adherida a la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), entre ellos la Casa del Pueblo de Gijón (http://blog.cntgijon.org/), de la CNT-AIT Gijón, Asturias, España.
*Esta historia es un resumen de los artículos La magia del anarquista que no creía en los reyes y La lección del miliciano, ambos escritos por Montserrat Álvarez (a.K.a Crononauta).