La expresión “cultura de la violación” actualmente llena las redes sociales y ocupa frecuentemente los titulares de los medios de comunicación. Pero ¿qué es en realidad la cultura de la violación?
La expresión fue acuñada por el feminismo de la década de 1970 en Estados Unidos para señalar la aceptación social de la violencia sexual. Sería la cultura que justifica y normaliza las agresiones sexuales contra las mujeres y que se manifiesta en un conjunto de creencias, conductas, ideas o actitudes que la aceptan, así como de instituciones que la permiten.
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La cultura de la violación forma parte de un patrón sociocultural de discriminación que reproduce e incentiva la violencia sexual a través, entre otras cosas, de representaciones y mensajes donde el cuerpo de las mujeres aparece hipersexualizado y deshumanizado.
Unido a esto, también a través de mitos, prejuicios y estereotipos de género que gozan de gran aceptación social, se instalan, por un lado, la impunidad de los agresores, y, por otro, la culpabilización de las víctimas.
Según los expertos, entre estos mitos destaca “el cuestionamiento de las víctimas y de su testimonio”, expresa la jurista y defensora de los derechos humanos Adilia de las Mercedes.
Según ONU Mujeres, la cultura de la violación es “omnipresente” y “ponerle nombre es el primer paso para desterrarla”. La cultura de la violación, de acuerdo a este organismo, “está grabada en nuestra forma de pensar, de hablar y de movernos por el mundo”, por lo que suele pasar desapercibida para la mayoría.
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Hablar de cultura de la violación no significa afirmar que la violencia sexual sea algo aceptable para la población, sino que hay una “normalización y trivialización” de las agresiones sexuales mediante “palabras, acciones e interacciones que nos arrastran peligrosamente hacia la cultura de la violación”, de acuerdo a Naciones Unidas.
Culpando a las víctimas
Una encuesta oficial sobre percepción social de la violencia sexual, realizada en España en 2018 por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, indicaba que la inmensa mayoría condena la violencia hacia la mujer, pero la mitad de la población consideró que el alcohol es a menudo el “causante” de una violación. Una cifra tan alarmantemente alta como el 15,3% de los encuestados sostuvo que si una mujer es agredida estando borracha “tiene parte de la culpa por haber perdido el control”.
Para Adilia de las Mercedes, cierto tipo de discursos “terminan dibujando a las mujeres como corresponsables de la violencia sexual estigmatizándolas por la ropa que llevaban puesta, por los lugares que transitaban, por la hora a la que estaban ahí e incluso por no cuidarse o defenderse lo suficiente”, lo que “desvirtúa la diferencia entre víctimas y victimarios al más alto nivel” y “fortalece la impunidad de los agresores”.
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ONU Mujeres apunta en la misma dirección en sus propuestas para desmontar la cultura de la violación: “Cuando se habla de casos de violencia sexual, la vestimenta y la sexualidad de la víctima son irrelevantes”. En ese sentido, para la socióloga y profesora de comunicación y género de la Universidad Complutense de Madrid Cristina Morales, estos mensajes normalizan la cultura de la violación y culpabilizan a las víctimas. La víctima es alguien a proteger y no a culpar.
Para la Organización Naciones Unidas (ONU) la cultura de la violación, según una publicación de ONU Mujeres, está en todas partes. “Está grabada en nuestra forma de pensar, de hablar y de movernos por el mundo. Y aunque los contextos pueden diferir, la cultura de la violación siempre está arraigada en un conjunto de creencias, poder y control patriarcales”.
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Según Raquel Miralles, autora del texto “Cultura de la violación: una cuestión política”, la cultura de la violación sería un iceberg, con la agresión como la punta, “debajo hay cientos de capas de opresión que perpetúan la cultura de la violación como puede ser un anuncio de publicidad que muestre a una mujer como a un objeto que alimente el estereotipo de que su cuerpo es propiedad del hombre”.
El caso de la Manada y el #Metoo
Según Newtral, medio de comunicación español dedicado a la comprobación de hechos (fact checking), el movimiento #Metoo fue el que destapó a nivel mundial la magnitud del problema de la cultura de la violación silenciada durante décadas. El caso de la Manada, la violación en grupo de una mujer de 18 años por cinco hombres durante los sanfermines de 2016, fue uno de los detonantes en España para comenzar a hablar de la cultura de la violación. En nuestro país, los escándalos relacionados con las graves denuncias presentadas contra el músico Pablo Benegas en noviembre de este año, por ejemplo, o, más atrás, el sonado escándalo de la acusación de pedofilia contra el vocalista del grupo The Fenders en 2019, serían también parte de la “punta del iceberg”.
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“La Manada o el #Metoo demuestran que la violación no se puede reducir a una agresión concreta sino que puede suceder incluso antes de que ocurra la agresión porque la misma sociedad está permitiendo que ocurra”, apunta la citada autora, Raquel Miralles, consultada por Newtral. Yanna G. Franco, presidenta de la Asociación Universitaria contra la Violencia Machista de la Universidad Complutense de Madrid, cuestiona el papel de los medios de comunicación mientras duraba el proceso judicial en el caso de La Manada, que “extendieron la cultura de la violación, culpabilizando a la víctima y dudando de su testimonio”.
En definitiva, la ONU asegura que “la cultura de la violación se da en entornos sociales que permiten que se normalice y justifique la violencia sexual”.