La escritora, que es la editora en jefe de ReVista, the Harvard Review of Latin America y promociona su libro “Desastres naturales en América Latina” (Penguin Random House), es tajante y afirma en una entrevista con EFE: “Se ha aprendido muy poco”.
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Como ejemplo positivo pone el caso de Colombia, que sufrió en 1983 un terremoto que se cobró la vida de 267 personas y destruyó Popayán, capital del departamento del Cauca (suroeste), lo que derivó en que esa ciudad hoy esté mucho mejor que antes por cuenta de la reconstrucción.
En esa época se pensó “en términos de estímulos, de turismo, de transporte y del bienestar del pueblo”, indica.
Sin embargo, esa situación contrasta con lo ocurrido en la isla caribeña de Providencia, que sufrió las consecuencias del poderoso huracán Iota, de categoría cinco, que arrasó el 98 % de su infraestructura en 2020.
“Uno tiene el huracán en Providencia y pasa como si fuera la primera vez que en Colombia ocurre un desastre natural, que no hay buena organización de ayuda internacional, no hay buena organización entre el Gobierno de (el departamento de) San Andrés y Providencia y el Gobierno nacional, y bueno, ¿qué fue lo que se aprendió de Popayán?”, dice.
América Latina y el caso colombiano
Para explicar lo difícil que es para un país atender los desastres naturales, la autora sigue teniendo a Colombia como ejemplo, pues considera que sus tres cordilleras lo hacen uno de los países más diversos de América Latina y sus 32 departamentos tienen diferentes relaciones con el Gobierno central.
“Por ejemplo, es mucho más fácil responder a algo en Antioquia o en el Cauca (región andina), que responder a algo en San Andrés y Providencia (en el Caribe)”, señala.
En su opinión, todo depende de un nivel de organización y de comunicación local, al que suma el trabajo de las comunidades que si están preparadas para enfrentar un desastre facilitarán la misión de las autoridades.
“Hay que pensar en cada comunidad y por comunidad podemos hablar de algo que puede empezar incluso en un conjunto (de apartamentos) cerrado. ¿Quiénes son la gente que se va? Ya tenemos tecnología, ya se puede hablar por Whatsapp, ya se puede por Twitter, ya no estamos en Armero (1985) cuando nadie sabía lo que estaba pasando. Sin embargo no estamos utilizando la tecnología que tenemos”, resalta.
Una erupción y deshielo del volcán Nevado del Ruiz dieron origen el 13 de noviembre de 1985 a una avalancha que arrasó la población de Armero, en el departamento del Tolima, y mató a más de 23.000 de sus 25.000 habitantes, según datos oficiales, en la que ha sido la peor tragedia natural de la historia de Colombia.
América Latina después de la pandemia
Erlick escribió el libro durante la pandemia de covid-19 y en él reflexiona sobre las similitudes que tienen los desastres naturales con este fenómeno.
“Hay muy poca gente realmente pensando que fue un desastre natural en cierto modo y en qué vamos a hacer ahora, cómo vamos a prepararnos”, señala.
Por ejemplo, recuerda, los servicios médicos de muchos países colapsaron porque “no había capacidad, no había camas, no había enfermeras” y ahora, que vivimos la época pospandemia, se está pensando en ver cómo se planifica ante una nueva emergencia y cómo se tratan las secuelas que aún hoy viven muchas personas.
“Mucha gente está sufriendo depresión, ansiedad, porque se ha tenido que ir de sus casa, porque perdió su trabajo... Entonces uno no puede decir ‘bueno ya pasó un huracán, ya dimos (recursos) para reconstruir algunas casitas y chao”, explica.
Desastres y migración
Las crisis migratorias que vive la región no se van a detener, en opinión de Erlick, porque las sequías e inundaciones afectan, principalmente, a los campesinos que buscan cómo emigrar.
Como los fenómenos de “El Niño” y de “La Niña” están ocurriendo cada vez con mayor frecuencia, eso hace que muchas personas huyan de sus lugares de residencia.
“Hay un estudio muy reciente, del año pasado, sobre México, y se ha encontrado que la migración tradicional es de las regiones, por ejemplo del sur de Oaxaca, a la Ciudad de México y entonces alguna de esa gente sale de Ciudad de México y después va a los Estados Unidos”, concluye.