Apo Whang-Od mantiene vivo un antiguo arte del tatuaje en su país natal y atrae a visitantes de todo el mundo. Sentada sobre un viejo saco de arpillera, golpea con concentración su “tatuaje característico” en la piel de una joven.
La menuda mujer lleva pantalones de colores vivos, pendientes de flores y un gorro de punto con girasoles. En sus manos y pies se ven restos de esmalte de uñas rojo.
Lea más: Tatuadores mexicanos pretenden que sus creaciones se consideren un arte
Su cuerpo está cubierto de tatuajes, con símbolos de su tribu kalinga. Y cuando Whang-Od sonríe, irradia esa belleza imperecedera que no tiene nada que ver con la perfección.
Eso lo sabían también los editores de la “Vogue” filipina, cuando en abril convirtieron a Whang-Od en la “covergirl” (chica de portada) de mayor edad en toda la historia de la revista.
Visita a Whang-Od, famosa desde una entrevista
El número llegó a las primeras planas de todo el mundo. Con labios pintados de rojo oscuro y una vincha que enmarca su larga cabellera, la anciana mira con profundidad a la cámara y revela los misteriosos tatuajes de sus brazos, sus manos y su escote.
“Esto es belleza de verdad”, tuiteó admirada la ganadora del Oscar Halle Berry.
Whang-Od se siente sin embargo un poco incómoda con el furor que generaron sus fotografías. “Me alegro de que mis fotos puedan ser vistas por muchas personas en diferentes lugares”, dice la mujer, que luego agrega mientras sonríe con picardía: “¡Pero también me da un poco de vergüenza cuando pienso en que ellos miran un rostro tan feo!”.
Pero Whang-Od llegó a la fama varios años antes. En 2009 fue entrevistada por Discovery Channel para su serie “Tattoo Hunter”.
Entretanto, se realizaron numerosos documentales sobre su vida y su arte. También es protagonista del lujoso libro ilustrado “Kalinga Tattoo”, del antropólogo estadounidense Lars Krutak.
Visita a Whang-Od a quien admiran los amantes del tatuaje
Como resultado, mientras que antes tatuaba a temerarios cazadores de cabezas de la tribu Butbut, hoy viajan habitantes de las grandes ciudades de moda hasta Buscalan para que la legendaria Mambabatok (maestra del tatuaje) les decore la piel.
Y no con una aguja, sino -aún más doloroso- con una vara de bambú con una espina de limonero. El color es una mezcla de carbón vegetal y agua.
Quien quiera tatuarse con Whang-Od tendrá un viaje difícil por delante. Desde la capital, Manila, son doce horas de coche hacia el norte a través de neblinosas carreteras en zigzag.
El pueblo de Buscalan, con cerca de mil habitantes, está ubicado en la cima de un cerro en la región de la Cordillera. Cuando ya no se puede avanzar más con el coche, solo queda caminar por cerca de una hora más.
La piel que cuenta historias
Los visitantes serán premiados con espectaculares vistas panorámicas de las terrazas de arroz y las montañas con frondosa vegetación hasta que finalmente aparece un cartel. “Welcome! Whang-Od Buscalan Tattoo Village” (¡Bienvenido! La aldea Buscalan de los tatuajes de Whang-Od).
Y allí está ella, la pequeña dama con gran experiencia, cuya piel cuenta sus historias.
Motivos geométricos y figurativos adornan su pequeño cuerpo, marcan los momentos especiales de su vida, narran acerca de éxitos, sufrimientos y antiguos amantes, según cuenta ella misma en el dialecto local.
La anciana asegura que los tatuajes son importantes para preservar todas las vivencias.
“Cuando mueres, todos los collares y pendientes desaparecen, pero el tatuaje permanece. Esa es tu historia. El tatuaje es mi historia”, expresa.
Formó a sus sobrinas nietas
Durante mucho tiempo, Whang-Od fue considerada la última Mambabatok de los Kalinga, ya que no se casó ni tuvo hijos a quienes pudiera transmitirles su oficio.
Entre los Kalinga, el arte del tatuaje solo puede ser transmitido a familiares cosanguíneos. Pero en 2007 ella comenzó a formar a sus sobrinas nietas Grace y Elyang para mantener viva la tradición.
Según dice con orgullo, ambas se han convertido entretanto en tatuadoras exitosas. “Si no se dedicaran a los tatuajes, deberían trabajar duro en el campo para ganarse el pan de cada día”, señala.
La maestra ya no tatúa símbolos elaborados, todos los visitantes se deben conformar con su “tatuaje característico” estampado en la piel: tres puntos. Representan a Whang-Od y a sus dos sobrinas nietas, que son su legado.
Tres pequeños puntos
Tac, tac, tac. La maestra golpea rítmica y rápidamente cada vez con un segundo palo la aguja que con pintura negra se clava en la piel.
Las personas que se tatuaron con este procedimiento reportaron fuertes dolores. Brota un poco de sangre del tatuaje de tres puntos, y Whang-Od seca las heridas con toallas húmedas.
“Ahora estoy orgullosa de llevar el signo de Whang-Od”, afirma Tina Rose Gado, de 45 años, que viajó desde Canadá con seis amigos y lleva los tres puntos en la muñeca izquierda.
Jade Kuehnl, una joven británica de 26 años, se decidió en cambio por llevarlos en el tobillo. Lleva años queriendo conocer a Whang-Od y está finalmente haciendo realidad su sueño junto con una amiga de Estados Unidos.
“Ahora siento que formo parte de algo”, dice, mientras mira feliz los pequeños puntos sobre su pie.
Es fuente de ingresos
La fama de esta mujer es tan grande que su rostro quedó inmortalizado en tazas de café, llaveros, imanes para la nevera y camisetas.
Whang-Od se convirtió en una marca, para disgusto de ella misma. “¿Por qué tienen que imprimir mis fotos en todas partes?”, pregunta entre risas mientras prepara hojas de taro para el desayuno -planta tropical de la Polinesia francesa-.
La popularidad de Whang-Od se convirtió sin embargo en una fuente de ingresos lucrativa para el pueblo de Buscalan. Muchos habitantes trabajan ahora como guías de turismo, otros ofrecen sus viviendas como albergue para los visitantes.
En el pueblo no hay señal de telefonía y solo unos pocos cuentan con conexión wifi para conectar al lugar con el resto del mundo.
Whang-Od sabe que su vida va llegando lentamente al final. Ya buscó un lugar para ser sepultada, cerca de su vivienda. Pero ella sigue mientras tanto trabajando cada día y recibe a personas de todas partes del mundo.
“Mientras esté sana y mis ojos vean bien, seguiré tatuando”, afirma. “Y cuando muera, moriré”. Su esperanza es que, gracias a sus sobrinas nietas, la cultura Kalinga no caiga en el olvido.