Los acontecimientos ocurridos en las últimas semanas en Ciudad del Este y alrededores ponen en contexto analizar el problema de siempre, la inseguridad de nunca acabar. Este es un tema que me inquieta, ya que así como muchos también guardo en mi memoria recuerdos traumáticos de la inseguridad.
Era invierno del año dos mil y tantos. Una joven estudiante de periodismo salía de su trabajo al anochecer, rumbo a su casa, siendo en ese entonces su único móvil la famosa “línea 11″. No existía transporte que le acerque directamente a su casa, entonces a mitad de camino necesitaba hacer un transbordo y a eso ella ya estaba acostumbrada.
Había quedado con su padre que él la esperaría en la entrada del barrio donde residían, pero que antes de salir debía enviar un mensaje de texto diciendo, “ahora estoy saliendo”. Ese mensaje nunca se escribió.
Rozagante y sin miedo a nada emprendió viaje. Le tocaba un Tres Fronteras (unidad de transporte) y el trayecto como todos los días era toda una odisea; hoy podía tocarle ser testigo presencial de una carrera de buses chatarra o quedar varada porque se salió una rueda.
Ese parecía ser uno de esos días de suerte en que podía llegar sin contratiempos. Se paró, fue hasta la puerta trasera y gritó: “En la parada por favor” y descendió. Eran solo dos cuadras para llegar a casa, nada le podía pasar.
La primera cuadra no era más que un terreno baldío y oscuro, pero.. ¿recuerdan que les conté que no tenía miedo a nada? Sin pensar dos veces caminó y durante el trayecto le pareció que alguien venía detrás de ella, pero no hizo caso y fue ese momento en que sintió la punta de un cuchillo por el cuello. Una sensación espeluznante que nunca antes había sentido se apoderó de ella.
La orden siguiente era arrodillarse. En ese momento de terror en lo único que se piensa es en la muerte. Comprobó que no hay nada más real que la famosa película de la vida que le pasa por la mente a una persona antes de morir, recuerdos de momentos especiales y de seres queridos.
“Llevá mi mochila y todo lo que hay adentro, pero por favor no me hagas nada”, fueron sus palabras. Pensó en correr, pero no pudo. El delincuente se apoderó de sus pertenencias y bajo amenazas la liberó. Desde ese día, nunca más volvió a ser la misma persona.
En una sociedad altamente insegura, como la nuestra, no es posible caminar tranquilamente en las calles. Todos de alguna manera manejamos ciertos cuidados para buscar protegernos, como cambiar de vereda cuando un desconocido se acerca o esperar que pase la moto para bajar el auto.
La inseguridad de aquel entonces sigue más vigente y fortalecida que nunca, y lo que hoy ocurre en el Este del país es una demostración de que las políticas en el combate a la delincuencia -si es que existieron- nunca funcionaron.
Se necesitan cambios reales, pero antes que eso se requieren de intenciones reales y actores políticos convencidos de trabajar por esta problemática. Caso contrario nuestra sociedad seguirá acumulando víctimas con cicatrices invisibles a causa de la inseguridad.