El regreso de Lana Wachowski al universo de Matrix, como muchos de los otros trabajos de las Wachowski en los últimos años, es críticamente imperfecto pero irradia belleza por las grietas de esas imperfecciones.
Es una pieza de arte profundamente personal de parte de su creadora, intensamente peculiar incluso para los estándares de una serie de películas tan únicas como las Matrix, y se siente como un pequeño milagro que una pieza de expresión artística tan atípica llegue a las salas con el despliegue visual y técnico que solo puede nacer de un cheque en blanco de un estudio hollywoodense.
Matrix Resurrecciones es una película en conflicto consigo misma, pero ese conflicto no es un lastre que la obstaculiza sino el fuego que la alimenta: una expresión de amor hacia los personajes y de cinismo dirigido hacia la máquina de hacer secuelas que es Hollywood, y esos intereses en conflicto dan a luz a una película que sin duda dividirá a los espectadores; por un lado muchos rebotarán contra sus elementos más satíricos y la falta de esa acción balética de las películas anteriores, mientras para otros la experiencia será trascendental de forma similar a como habrá sido la primera Matrix para aquellos espectadores que se sentaban en una sala de cine en 1999 sin saber bien qué estaban a punto de ver.
Habrá píldoras rojas y azules, pero difícilmente Resurrecciones deje indiferente a nadie que la vea.
Tras una intrigante escena introductoria que recrea parcialmente la icónica primera escena de la primera Matrix, “un Déja Vu pero todo está mal” como dice una de las protagonistas, la película nos lleva junto a Thomas Anderson (Keanu Reeves), un prestigioso desarrollador de videojuegos cuya realidad se va desbaratando en lo que él cree es un episodio psicótico, pero que en realidad resulta ser un nuevo despertar a la realidad oculta detrás de una simulación.
Lana Wachowski, dirigiendo en solitario sin su hermana y co-creadora de Matrix Lilly Wachowski, reconcilia su amor por los personajes con su claro desgaste con la máquina hollywoodense que consume energía creativa para generar productos que generen ingresos de forma similar a como los robots de Matrix esclavizan a los humanos para alimentarse de su bio-electricidad.
La película carga los primeros 20 a 30 minutos con escenas “meta” en la que Wachowski y sus co-guionistas - David Mitchell y Aleksandar Hamon, que co-escribieron con Wachowski el final de su serie de Netflix Sense8 - reflexionan sobre el “dejá vu” de estar de nuevo haciendo una película de Matrix.
En esas escenas, Thomas es prácticamente obligado a aceptar hacer un nuevo videojuego también titulado “Matrix” (el cuarto de una exitosa e influyente serie, por si el paralelismo no quedó claro), y su compañero de negocios de Thomas – interpretado por un excelente Jonathan Groff – comenta que si no lo hacen ellos, la “compañía matriz” de su empresa simplemente buscará alguien más que lo haga, como en la vida real Warner Bros. casi dio luz verde hace poco a una precuela de Matrix sin las Wachowski.
En cierto sentido, Resurrecciones se siente como Wachowski recuperando la propiedad de su creación, tomando el control de una narrativa tan influyente que a lo largo de casi dos décadas vio algunos de sus elementos más icónicos ser apropiados y torcidos por grupos discriminatorios en internet, y asegurándose de que el mensaje de libertad y amor en la base de la saga siga siendo su idea central.
Thomas es puesto bajo la presión de las expectativas de sus compañeros desarrolladores que, como perfiles en un foro de internet, rezan un rosario de cosas que el nuevo “juego” debe tener para “hacer justicia” a la trilogía original, como muchas armas y kung fu.
En múltiples ocasiones la película se refiere con un guiño irónico a ese aparente instinto que de los fans que buscan arroparse en la comodidad de nostalgia y la calculadora frialdad con la que el Sistema aprovecha ese institinto; pero como el resto de los trabajos de las Wachowski, Resurrecciones tiene demasiada empatía para no reconocer, al mismo tiempo, el impacto positivo de esas piezas de arte – un hermoso momento entre Neo y Bugs (Jessica Henwick) ilustra ese impacto de forma conmovedora –, finalmente aceptando que la nostalgia es una moneda de dos caras, con potencial para inspiración positiva o atrofia creativa.
A pesar de toda la ironía y el cinismo hacia su propia naturaleza como una secuela que llega 18 años tarde, en Resurrecciones no hay resentimiento hacia las películas anteriores de parte de la creadora como el que sí exhiben algunos fans que prefieren ignorar las ambiciosas pero imperfectas secuelas en pos de exaltar las virtudes de la primera película.
La historia continúa, tanto los eventos de Matrix como los de sus secuelas son importantes y de a poco Resurrecciones va mostrando las formas fascinantes, sorprendentes pero naturales en que el mundo de la película evolucionó tanto dentro como fuera de la Matrix en el tiempo trascurrido desde que Neo detuvo al agente Smith.
En particular el destino final de cierto personaje central de la trilogía se siente trágico en una forma poética por la forma en que rima con su personalidad de las películas anteriores, y el nuevo antagonista principal del filme es una fantástica actualización de la noción general de “el Sistema”, de los medios de control con los que la trilogía forcejeaba.
Donde la película probablemente pierda a muchos fans es en las diferencias estéticas que tiene con la trilogía pasada. Aquí uno no va a encontrar la fotografía oscura y verdosa o las espectaculares peleas con artes marciales lujosamente coreografiadas de Yuen Woo Ping.
De hecho, uno de los pocos puntos objetivamente débiles de la película son algunas de sus escenas de acción, como una batalla a bordo de un tren que está filmada de forma demasiado caótica para que sea comprensible de la misma forma en que incluso las secuencias más frenéticas de la trilogía solían ser.
Eso probablemente es consecuencia de lo mucho que el estilo de trabajo de Lana Wachowski ha cambiado en relación a dos décadas atrás. En aquél entonces la acción de Matrix se sentía controlada, meticulosamente planeada y previsualizada, cada toma claramente nacida de un detallado “storyboard”; en Resurrecciones, mientras tanto, se siente que la acción está filmada con una mano más libre, con más licencia para improvisación; por lo tanto, la acción se siente más caótica y dispersa.
Aún así, Wachowski entrega un final que absolutamente cumple en entregar acción a gran escala y espectáculo con mucha creatividad e impacto, cerrando su película con un momento de catársis emocional y nostálgica que fácilmente puede considerarse a la misma altura que la inolvidable conclusión de la primera película.
A esa catarsis contribuyen enormemente Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss, cuyos Neo y Trinity retoman la sencilla pero poderosa historia de amor que siempre fue el corazón de la serie. Igual de carismáticos y atractivos a pesar de los años, y con la misma química intacta, Reeves y Moss siguen interpretando a Neo y Trinity como dos personas perdidas y rotas que no pueden creer la suerte que tienen de haberse encontrado la una a la otra, y sigue siendo enormemente conmovedor.
Una de las cosas más fáciles de criticar del cine hollywoodense actual es su dependencia de la nostalgia, pero Matrix Resurrecciones es una fascinante reflexión sobre la nostalgia vista desde fuera y desde dentro, una continuación que invita a los fans a subirse a bordo y disfrutar el viaje pero en cada paso del recorrido se niega a someterse a sus exigencias.
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MATRIX RESURRECCIONES (The Matrix Resurrections)
Dirigida por Lana Wachowski
Escrita por Lana Wachowski, David Mitchell y Aleksandar Hamon
Producida por Lana Wachowski, Grant Hill y James McTeigue
Edición por Joseph Jett Sally
Dirección de fotografía por John Toll y Daniele Massaccesi
Banda sonora compuesta por Johnny Klimek y Tom Tykwer
Elenco: Keanu Reeves, Carrie-Anne Moss, Jessica Henwick, Yahya Abdul-Mateen III, Jonathan Groff, Neil Patrick Harris, Jada Pinkett-Smith, Brian J. Smith, Eréndira Ibarra, Max Riemelt, Toby Onwumere, Lambert Wilson, Christina Ricci