(Disponible en Netflix)
El cineasta Ron Howard es lo que en términos “cinéfilos” se llama un “journeyman”, un director todoterreno que no tiene un estilo particular que destaque en sus películas y que uno pueda identificar inmediatamente – como las películas de gente como Christopher Nolan o Michael Bay, que son inconfundiblemente suyas a simple vista – pero que tiende a producir filmes de calidad decente con bastante consistencia y sin complicaciones.
La cuestión con los “journeymen”, y con Howard en específico, es que la calidad de su trabajo depende demasiado del nivel del material con que trabaja. Howard no va a elevar la calidad de un guion mediocre de la misma forma que gente como Steven Spielberg sabe hacer, pero si se le da un guion de calidad, Howard lo hace brillar; es así como recibimos filmes de altísima calidad de su mano, tales como Apolo 13, Frost/Nixon o Rush.
Pero cuando se le da material que, por decirlo de una forma, viene “mal de fábrica”, Howard se hunde con el barco, y Hillbilly: Una elegía rural es un doloroso ejemplo de esa dinámica en acción.
La historia trascurre entre 1997 y 2011 y explora esos dos años en la vida de J.D. Vance (interpretado en el filme por Owen Asztalos en su niñez y por Gabriel Basso en su versión adulta) y su tumultuosa relación con su férrea abuela Bonnie (Glen Close) y su inestable madre adicta Bev (Amy Adams).
La película sufre de un problema fundamental, y no se trata de las actuaciones exageradas ni de la atípica estructura de la película, que salta erráticamente entre 1997 y 2011, a veces con motivación y otras veces aparentemente solo porque sí. Ese tipo de estructura no linear ha probado servir bien para “biopics” que buscan ir más allá de ser un simple recuento de la vida de sus protagonistas, y la excelente Love & Mercy (2014) es un gran ejemplo exitoso de ese tipo de narrativa, y en Hillbilly no molesta ni marea demasiado.
No, el problema del filme es que su guion es un absoluto desastre, una estructura de madera podrida que colapsa bajo su propio peso y se lleva a un director respetado y dos grandes actrices con él.
Howard parece querer armar una película inspiradora al estilo de En busca de la felicidad, pero el material con el que está trabajando no parece tener un norte, parece carecer totalmente de un punto, una idea central, y casi inmediatamente se reduce a una especie de turismo de miseria que agarra una fórmula y la repite una y otra y otra vez.
Bev hace algo dañino y autodestructivo, J.D. sufre, la abuela suelta alguna perla de sabiduría rural, y luego volvemos a empezar hasta que el espectador termina adormecido, sometido ante el incesante torbellino de drama telenovelesco.
Imagino que así se habrá sentido para el verdadero J.D. Vance vivir esos episodios de su vida, así que supongo que la película gana puntos por autenticidad, pero en la película se siente indescriptiblemente tedioso, como estar leyendo el resumen en Wikipedia más seco y aburrido imaginable.
Por momentos la película parece hacer tímidos intentos por articular una idea que unifique la película, una difusa reflexión sobre la forma en que el dolor, el trauma y la violencia se pasan de generación en generación; en la que probablemente es la única secuencia verdaderamente bien lograda de todos los casi 120 minutos del filme, el J.D. adulto explota en una furia violenta y rápidamente se da cuenta, chocado, de lo parecida que esa reacción fue a las que vio en su madre una y otra vez; la inestabilidad emocional transmitida de madre a hijo casi como una enfermedad genética.
Pero es literalmente solo una escena, y la mayor parte del resto del filme es una seguidilla interminable de momentos traumáticos en los que el filme parece regodearse con morbo, como el conductor de un auto que para la marcha para filmar las sangrientas consecuencias de un accidente de ruta para pasarlo por WhatsApp.
El filme ignora olímpicamente cualquier oportunidd de explorar las posibles cuestiones sociales de fondo detrás del suplicio del clan Vance, la enorme brecha social y económica que tiene a grandes zonas de los Estados Unidos viviendo entre la pobreza y el crimen, o las cantidades ridículas de dinero que uno tiene que tener para acceder a cuidado médico en ese país; en vez de eso, lo máximo que atina a hacer es intentar hacer una vaga alusión al “sueño americano” de superación ante la adversidad que se siente artificial.
En cuanto a las actuaciones, que la película presentaba como su principal atractivo en sus tráilers... No se puede discutir el talento de Glenn Close o Amy Adams; a estas alturas su capacidad como intérpretes es menos una cuestión subjetiva y más un hecho científico. Pero, de nuevo, el material con el que tienen que trabajar aquí es pésimo y las deja a la deriva, y ambas acaban apoyándose en un dramatismo exagerado casi hasta el punto de la caricatura, haciendo de su trabajo casi una parodia del tipo de “Actuaciones” con mayúscula, llenas de tragedia exagerada, que suelen gustar a los votantes de los Óscar.
Si hay algo rescatable en el filme más allá de aquella única escena mencionada, es el correcto trabajo de los dos J.D., que hacen un valioso contrapeso de sutileza ante el torbellino histriónico de Close y Adams. Quizá en un futuro podamos verlos a ambos en películas menos terribles.
Con tantas opciones de entretenimiento disponibles solo en Netflix, eso sin contar la casi infinita cantidad de actividades a las que uno podría dedicarse, dedicarle dos horas a Hilbilly: Una elegía rural se siente como un desperdicio imperdonable del limitado tiempo que cada uno de nosotros tenemos en esta Tierra.
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HILLBILLY: UNA ELEGÍA RURAL (Hillbilly Elegy)
Dirigida por Ron Howard
Escrita por Vanessa Taylor (basada en un libro de J.D. Vance)
Producida por Ron Howard, Brian Grazer y Karen Lunder
Edición por James Wilcox
Dirección de fotografía por Maryse Alberti
Banda sonora compuesta por Hans Zimmer y David Fleming
Elenco: Gabriel Basso, Owen Asztalos, Amy Adams, Glenn Close, Haley Bennett, Freida Pinto, Bo Hopkins, Jesse C. Boyd, Stephen Kunken, Keong Sim, Morgan Gao