Recién es abril y en Paraguay, en los últimos tiempos, se vislumbra cada vez con más fuerza el deseo de contar historias en tiempo presente, de nosotros, seres “mortales” de diferentes clases sociales teniendo que vivir o sobrevivir en el país con nuestros sueños, anhelos y las frustraciones que a veces conllevan ciertos casos. O también teniendo que elegir irnos, desplazarnos de nuestro lugar en la misma patria o fuera de ella.
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“Quisiera ser yo por un instante”, de Bethania Joaquinho; “Zapatos bizarros”, de Julio Morel, y “Traversata”, de Silvia Agüero, son obras de danza contemporánea que aparecieron para dialogar con la gente a través del movimiento como también de la música. Vinieron a proponer algo desde el corazón, pues las tres puestas se han mostrado genuinas.
Además, tienen en común que el proceso parte de una exploración creativa en conjunto y no vertical, ya que la danza de hoy entiende que el creador/intérprete tiene también mucho que decir y aportar desde su experiencia, dando como resultado obras más nutritivas y constructivas. Son un registro de los sentires de estos tiempos, de los bailarines no como meros replicadores de pasos de forma mecánica sino como portadores de una voz a través de su cuerpo.
La puesta de Joaquinho fue un estreno, el pasado marzo, desde la compañía profesional que lleva su nombre y, en esta ocasión, interpretada magistralmente por la actriz, bailarina, docente y diseñadora de modas Macarena Candia. En una propuesta que conjugó tanto un tinte dramático como también de comicidad, la artista se fue desgranando la historia de una persona que sueña ser alguien en el mundo del arte en medio de la cotidianidad, de los embates de la vida misma.
La obra comenzaba con su voz interior a partir del momento antes de salir a escena. Además de bailar, Candia también expuso monólogos que hablaban sobre el ser sobreviviente a bordo de un vehículo cargado de sueños, mientras bailaba atándose y desatándose unas cintas elásticas, mientas descorchaba un vino y cantaba con el público o mientras se probaba diferentes atuendos, antes de salir a escena.
En ese debate interno que sucede casi todo el tiempo, el personaje nos habló a través de sus ensayos, de sus pensamientos más íntimos, de sus desamores, de sus decepciones, de sus exigencias. Todo eso que nos rodea y que a veces no nos deja simplemente ser nosotros, aunque sea por un instante.
La obra planteó con sencillez y de forma contundente el relato de que haciendo arte, estos seres mágicos llamados artistas, pueden ser ellos y sentir que pueden saltar al vacío, pues el público con sus aplausos los sostendrá, ya que esta gente, en esa conexión con el arte puede también ser, simplemente ser.
El arte de empatizar
“La procesión va por dentro” señala una frase mundialmente conocida, que hace alusión a un momento difícil que alguien está atravesando sin sacarlo hacia afuera, sin compartirlo. Eso nos pasa muchas veces porque, en este mundo en que nos persigue algo invisible, una presión social, un mandato, obligaciones, tenemos que saber lidiar con emociones y decisiones, siempre en pos de una vida en la que podamos sentirnos en paz.
En esta línea Julio Morel nos trajo un mundo a través de sus ojos que han visto más mundo. Este artista tuvo la oportunidad de desarrollar una carrera profesional en diferentes países, destacándose por ejemplo en importantes compañías de México y Alemania, pudiendo también expandir sus tejidos creativos a través de diferentes formas de bailar.
En “Zapatos bizarros”, según dijo, él quiso hablarnos de la necesidad de repensar la frase “ponerse en los zapatos del otro”, algo que es, básicamente, un ejercicio muy mental, pues debemos intentar pensar cómo podría sentirse ese otro en determinada situación, algo que llamamos también empatizar.
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Julio volvió a Paraguay y nos trajo su mundo aprendido hasta este momento de su vida. Su recorrido le hizo mirar al otro, pensar en el otro. En ese sentido su obra unipersonal es vibrante, avasallante como su presencia escénica y también muy profunda, pues condensa en la elección de sus movimientos diferentes sentimientos, desde el miedo, la frustración, pasando por la alegría y la paz, al son de la música puesta por el DJ OZSA Sound.
Los sentimientos exceden su cuerpo y llegan a la platea para sensibilizar. Cada músculo, cada arteria, cada hueso. Se puede sentir y vivir todo lo que está contando, porque está hablándonos de muchas otras personas, reconstruyendo otras historias a través de su cuerpo como portador, como alguien imbuido del espíritu de otros cuerpos, como un médium.
La puesta se presentó en Ciudad del Este y Asunción y, ojalá, llegué a más puertos porque su deseo de empatía es muy necesario en una sociedad que pareciera alimentarse del egoísmo.
Impactante travesía
En ese camino donde los horizontes cambian, donde las fronteras se expanden, llegó también “Traversata” a enfrentarnos con la problemática de desplazarnos de nuestro lugar de origen. Podemos migrar en nuestro propio territorio como también fuera de él, pero al final todo movimiento implica vivir desafíos constantes para los cuales, muchas veces, no estamos listos.
¿Pero quién está listo para irse? No es fácil. No obstante, uno puede llevar consigo el olor del café por las mañanas en ese desayuno en la casa de la abuela, la risa de los niños correteando por el patio, el sonido de los pájaros en una ciudad distinta.
Migrar está casi siempre relacionado a buscar un mejor porvenir ya sea para uno mismo o para su familia. Pero este cambio de vida implica muchas veces renuncias, desafíos como vivir en una ciudad que no es “hogar” y donde puede acechar la soledad o ese fatal “techaga’u”.
“Traversata” traduce estos sentires de la mano de la nueva compañía ECOA, que presentó un elenco de 9 bailarinas, en una obra dirigida por Silvia Agüero y con dirección coreográfica de Karina Abreu y Gloria Morel. La puesta, a su vez, se basó en otra creación: en la obra de teatro documental “Ahata Aju” Capítulo Paraguay, de Fátima Fernández Centurión, paraguaya que también migró para formarse. Y volvió.
La apuesta de “Traversata” es no solo a la fragilidad del ser humano sino a la belleza de la vida con sus contradicciones. Todo eso es captado a la perfección por las bailarinas quienes van y vienen, cada una con una personalidad única y bien marcada, en un marco minimalista pero al mismo tiempo grandioso, apoyado en un trabajo de luces impecable.
Una rampa en el escenario que sirve como elemento principal confiere esa fuerza del movimiento, de la fluidez, y habla desde la metáfora de esas idas y vueltas, de subir y bajar, de tirarse al vacío, de caer, de saber volver a subir, de apoyarse en el otro.
En otro cuadro una de las bailarinas nos estremece bailando con una cuerda como columpio, una cuerda que puede ser tanto el cable a tierra como la mano que sostiene de no caer, que nos hace volar. Todo se apaga alrededor pero ella brilla en el aire desde su fragilidad pero con una fuerza incontenible.
Durante toda la obra están las valijas, ese elemento fundamental que concluye todo. “Avisame que me aprendo de memoria tu sonrisa”, propone “La valija”, canción de Yenia Rivarola que abre la obra, en lo que es un viaje por esa palabra clave: memoria. Al final somos lo que llevamos a todos lados, ese cúmulo de memorias que elegimos recordar para poder vivir o sobrevivir en el próximo desafío, porque al final si estamos vivos es porque estamos “en movimiento”, como propone la voz de Jorge Drexler en el cuadro final.
Así la obra se teje también a través de canciones nacionales y de la región, dándole aún más sentido de pertenencia a nuestro contexto latinoamericano que está en constante desplazamiento. En este ir y venir en busca de oportunidades, de felicidad, de paz, es donde nos preguntamos dónde está el hogar. Y es en ese transitar en que cosechamos el amor de la familia (que también pueden ser amigos) y es donde entendemos que el hogar es donde nos sentimos plenos, a pesar de las adversidades, porque cerca o lejos, tenemos amor y es a eso a lo que nos aferramos. Amor no solo a una persona sino a una vocación, a un sueño, a una vida simple.
Para felicidad de quienes han trabajado detrás de esto, habrá dos nuevas funciones este fin de semana, ya que un despliegue como este merece seguir tocando corazones. Las fechas son sábado 22, a las 21:00, y domingo 23 a las 20:00 en el Centro Paraguayo Japonés (Julio Correa y Domingo Portillo). Entradas en venta al (0981) 583824. Promo estudiantes: 2x1 a 70.000 Gs.️ Anticipadas a 60.000 Gs.️ En puerta, 70.000 Gs.
Las historias siguen girando
En una de las filas del teatro del Centro Paraguayo Japonés, Maca Candia se prepara para ver “Traversata”, luego de bailar a varias noches a sala llena “Quisiera ser yo por un instante”, obra creada por Bethania Joaquinho, hija de madre paraguaya y padre brasileño, ambos bailarines. Bethania, cuya compañía independiente está cumpliendo cinco años, también migró, viviendo y creando, entre otros países, en Alemania, país donde también trabajó Julio Morel mucho tiempo. Ambos fueron y vinieron, quizás volverán a irse, volverán a volver.
En una conversación espontánea antes de que empiece la obra Maca piensa en su futuro como creadora: “Quiero viajar”, dice. La artista ya está pensando en desplazarse, buscando expandir su mundo, sus experiencias, buscando la plenitud y la felicidad de saber que puede hacer aquí como en otro lado eso para lo que ella siente que nació. Quizás pensando: “me voy a ir a venir”.
A la hora del saludo final, una de las coreógrafas mira con cara de sorpresa. “¡Guau!”, dice. La sala también está llena y entrega una ovación de pie. La sala está llena así como estuvo una noche antes el Juan de Salazar, donde Julio, oriundo de Ciudad del Este, bailó acerca de ponernos en los zapatos del otro, de entender las elecciones del otro, de dejar ser al otro.