Cristóbal Colón, el principal protagonista de lo que se llamó el «descubrimiento de América», es una muestra de lo ambiguo y ambivalente que es este evento si se lo mira desde la distancia de los más de 500 años que nos separan de él, con los ojos de nuestros valores actuales.
Colón tuvo por obsesión buscar una ruta hacia el Oriente, soñando con los tesoros del Gran Khan, que conocía por haber leído a Marco Polo. No encontró estas riquezas, pero, conocedor de los enclaves de los portugueses en Madeira, donde producían azúcar con trabajo esclavo, quiso imitar esas explotaciones, introduciendo la caña de azúcar en La Española, pretendiendo esclavizar a los indígenas, lo cual no fue aceptado por Isabel la Católica. Por los medios que fueran, Colón quiso hacerse rico. Pero no con afanes mezquinos. Soñaba con financiar una cruzada para tomar Jerusalén, que se encontraba en manos de los musulmanes. La explotación de seres humanos para enriquecerse y la muerte de otros para tomar Tierra Santa eran simples medios con los cuales Colón pensaba lograr una hazaña piadosa con la que mostraría al mundo que fue destinado por Dios para cumplir muchas profecías (1).
Estos propósitos, tan contradictorios para nosotros, nos muestran lo distinta que es nuestra mentalidad de la del principal protagonista de lo que sucedió el 12 de octubre de 1492. La pretensión de Colón de servir a Dios infringiendo el mal a otros resulta para nosotros, como mínimo, hipócrita, o, en todo caso, la muestra de que estaba completamente loco.
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Ya desde los primeros años del imperio español en América hubo discrepancia entre los españoles sobre la manera en que debía tratarse a los indígenas. Hubo españoles que se mostraron crueles y despiadados. Otros buscaron detener estos atropellos.
Los Reyes Católicos –en especial Isabel, que era muy piadosa– trataron de obrar conforme a lo que correspondía a unos reyes cristianos, ya que eran conscientes de que, en tanto monarcas, debían rendir cuentas a Dios. Por eso se negaron a esclavizar a los indígenas, liberaron a quienes fueron esclavizados por Colón y ordenaron que recibieran un buen trato. Lo cual no siempre se cumplió.
La disputa entre Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda entre 1550 y 1551 en la Junta de Valladolid, que se dio mientras se afianzaba el imperio español en América, presentó dos visiones contrapuestas de lo que significaba en ese momento este imperio para los indígenas de América, visiones que retomarían otros protagonistas a lo largo de los siglos hasta nuestros días.
En su disputa con Sepúlveda, Las Casas defendió la libertad natural de los indígenas y abogó por que recibieran un trato humano, apelando a la dignidad y la igualdad de todos los pueblos e individuos, valiéndose del derecho natural y el divino (2).
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Según el argumento de Sepúlveda, la guerra de los españoles contra los indígenas, con el fin de someterlos (tal como era practicada), era lícita por cuatro motivos: 1. Por la gravedad de sus pecados, sobre todo la idolatría y los pecados contra la naturaleza, como el canibalismo y los sacrificios humanos; 2. Por su inferioridad natural, por lo que les convenía ser sometidos por personas superiores, como los españoles; 3. Para evangelizar. Lo cual sería más fácil sometiendo previamente a los indígenas; 4. Para proteger a los más débiles de la crueldad que sufrían de parte de los reyes indígenas (3).
Si bien en la disputa entre Las Casas y Sepúlveda no hubo un vencedor formal, la prohibición de realizar nuevas conquistas que se impuso luego de ella puede considerarse como una victoria no proclamada de Las Casas.
A pesar de las disposiciones de la Corona que dictaban que los españoles debían dar buen trato a los indígenas, hubo atropellos en la conquista de América y en el colonialismo español en el continente, creándose una sociedad racista y clasista que relegó a indígenas y negros a una posición de subordinación a los españoles, lo cual implicó el despojo de las tierras indígenas y su trabajo en las encomiendas y la esclavitud de los negros. Esto tiene impacto aún cinco siglos más tarde. La posición relegada en la que se encuentran indígenas y negros en todo el continente, con indicadores de bienestar inferiores a los del resto de la población, es el legado del imperialismo. La pobreza de indígenas y negros de hoy tuvo su origen un 12 de octubre.
El impacto demográfico de la Conquista entre los indígenas puede considerarse uno de sus aspectos más negativos. Si bien lo que produjo más muertes fueron las epidemias, la violencia y las condiciones inhumanas en las que se desarrolló el trabajo indígena en ciertas regiones –como el Caribe–, fue la causa del declive y desaparición de la población indígena en las mismas.
Más allá de los hechos, el 12 de octubre pasó a festejarse oficialmente en España desde 1892, cuando se conmemoraba el cuarto centenario del «descubrimiento de América». Desde 1918 se instauró oficialmente el «Día de la Raza», en un intento de infundir orgullo a los españoles por su pasado imperial, en el que su cultura se expandió al otro lado del Atlántico. En este contexto, la «raza» apareció como el sustrato de una identidad que se basaba en la lengua, la tradición y la religión comunes a los españoles y a quienes fueron colonizados por ellos, buscando crear un patriotismo unificador, en el que España se presentaba como la madre de una familia de pueblos (4).
A través de la labor diplomática española, con la contribución de colectividades de inmigrantes españoles residentes en países americanos, pasó a festejarse oficialmente el Día de la Raza en torno a la década de 1920 en los países del continente que habían sido colonias españolas. En estos festejos se ensalzaban la figura de Colón, los vínculos con España como «madre patria» y el ser herederos de su matriz cultural (5).
Pasado el tiempo, España cambió en dos oportunidades el nombre de la festividad. En 1958, el 12 de octubre pasó a celebrarse como «Día de la Hispanidad». En el decreto en el que se cambia la denominación del festejo se lee sobre el «descubrimiento de América»: «Ninguna otra hazaña alcanza tanta grandeza, y dentro de nuestra humana dimensión no hallaremos fecha de mayor transcendencia en la historia del mundo». Con respecto a la hispanidad, se menciona que la misma es una «doctrina de Fe, de Amor y de Esperanza que, asegurando la libertad y la dignidad del hombre, alcanza con idéntico rigor a España y a todos los pueblos de la América Hispánica» (6).
Desde 1987, en España pasó a festejarse por ley el 12 de octubre la «Fiesta Nacional». En la exposición de motivos se lee: «La fecha elegida, el 12 de octubre, simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos» (7).
En los países hispanoamericanos, por su parte, en los últimos años se dio un giro en la celebración del 12 de octubre. Ciertos gobiernos cambiaron la denominación del festejo y con ello también su posición oficial con respecto a la fecha. En Venezuela pasó a festejarse el Día de la Resistencia Indígena. En Bolivia, el Día de la Descolonización. El Día del Respeto a la Diversidad Cultural, en Argentina. En algunos países, como Paraguay, aún se celebra el 12 de octubre el Día de la Raza.
Los pueblos indígenas del continente realizan desde hace unos años marchas y protestas cada 12 de octubre, conmemorando la resistencia indígena y recordando lo vigente que aún está la peor cara de la conquista de América en un presente en el que los estados nacionales de la región tienen una considerable deuda histórica que pagarles. Entre las consignas que proclaman en esta fecha, hay una que afirma que el 12 de octubre no hay nada que festejar.
Notas
(1) Colón, C. (1892). Relaciones y cartas. Librería de la Vda. de Hernando y Ca., p. XIX.
(2) Zavala, S. (1995). La filosofía política en la conquista de América. Fondo de Cultura Económica, pp. 132-135.
(3) Hanke, L. (1958). El prejuicio racial en el Nuevo Mundo. Aristóteles y los indios en Hispanoamérica. Editorial universitaria, pp. 49-56.
(4) Marcilhacy, D. (2013). América como vector de regeneración y cohesión para una España plural: «La Raza» y el 12 de octubre, cimientos de una identidad compuesta. Hispania, 73(244), pp. 509-515.
(5) Alurralde, R. & otros. (2017). El festejo del 12 de Octubre. En: Bridikhina, E. (Ed.). El 12 de octubre revisado y revisitado. Universidad Mayor de San Andrés, pp. 39-42.
(6) Decreto del 10 de enero de 1958 por el que se declara el 12 de octubre fiesta nacional, bajo el nombre de «Día de la Hispanidad».
(7) Ley 18/1987 del 7 de octubre, que establece el día de la Fiesta Nacional de España en el 12 de octubre.
Marcelo Bogado marelogrande@gmail.com