Hubo un tiempo de «glamur» de los periodistas musicales, al calor de una industria en auge y crecimiento exponencial, cuando se metían tras bambalinas y mucho más allá, cuando se colaban en las giras al lado de los miembros de las bandas y cuando –anfibios, con una pata entre el fervor de los fans al pie de los escenarios y la otra en los camerinos– tenían algo del brillo de los astros.
El impacto social del rock en Paraguay no ha llegado quizá nunca a ser comparable –me dijo hace años un amigo periodista, Julio Benegas, que el rock nunca fue realmente sentido como «propio» por la mayoría de la población paraguaya– al que alcanzó en otros países. Pero esa es parte de las peculiaridades de una historia llena de reveses, con sus propios momentos de explosión y sus propios hitos, sus propias tragedias y sus propios héroes. Una historia que –al menos en mi opinión– nadie, entre los periodistas musicales paraguayos, ha sabido escribir tan bien como Rubén Velázquez.
Confieso que (siempre llego tarde a todo) lo descubrí hace poco, pese a la gran cantidad de amigos en común que descubro ahora que teníamos (lo que me hace pensar que nos habremos visto probablemente más de una noche en más de un bar), buscando en internet datos acerca de un concierto de hace una década. Encontré entonces una serie de extraordinarios artículos, todos escritos por Mario Rubén Velázquez, sobre la historia del rock en Paraguay, publicados en el diario La Nación. Comencé así a leer con creciente placer esta serie, que llevaba casi un año y de la que yo, que llegué a ella en estos días, esperaba con ganas las próximas entregas mientras devoraba las ya publicadas.
Tenía pensado comentar todo esto en otras circunstancias, pero el azar suele jugarnos bromas de humor negro y hoy, fallecido ayer el autor de esas páginas, me encuentro con la sorpresa de que, para mi tardío hallazgo, tienen el demorado resplandor de una estrella extinguida, cuya luz nos llega desde el otro confín de la galaxia.
Leer esas páginas es navegar en conciertos y peñas, en música y vida de barrios y ciudades, en movimientos artísticos y contextos políticos; es atravesar diversas décadas y respirar su atmósfera; es atisbar los variados pliegues y capas –conocer las circunstancias de origen de cada grupo y músico, escuchar sus hablas, captar sus hábitos, entrever sus semejanzas y diferencias, no solo personales, sino sociales y culturales, que dejarán su impronta, también, en la música– del tejido social de un país a lo largo de varias generaciones de músicos y de audiencias. Y es palpar lo vivido gracias al testimonio de un cronista que sabe dar emoción y sabor a lo narrado con la propia experiencia sin ponerse jamás en primer plano. Hoy, mientras en periodismo se guglea más de lo que se vive, mientras se fragmenta y selecciona la información para diseñar productos esquemáticos o predominantemente visuales hechos para consumo de segmentos de audiencia de «izquierda» o derecha, y mientras los días del periodismo rico, polémico, intelectualmente complejo, y de las buenas crónicas, retroceden sin pausa, esas páginas parecen más vivas que nunca.
Estas líneas son un reconocimiento, por desgracia póstumo, al trabajo periodístico de Mario Rubén Velázquez. Su serie (inconclusa) sobre la historia del rock en Paraguay puede leerse en línea en el suplemento El Gran Domingo del diario La Nación. Entiendo que tuvo una larga carrera con mucho más publicado (en los otros diarios en los que trabajó, como Hoy, Noticias y ABC Color, y, fuera de esta serie, también en La Nación), pero debo limitarme a expresar mi admiración por esta notable serie histórica que comenzó a aparecer el 17 de mayo del 2020 y cuyo autor falleció ayer, 4 de mayo del 2021. Son más de 30 entregas (aún no las he leído todas) sobre más de 40 grupos, que recogen las voces de los protagonistas y testigos de una era.
Dijo Frank Zappa que los críticos de rock son gente que no sabe escribir entrevistando a gente que no sabe hablar para gente que no sabe leer. Rubén Velázquez sí supo escribir, como supo también hacer hablar a todos, y a nosotros nos toca saberlo leer.