Con la ayuda argentina y las tropas brasileras, los rebeldes uruguayos llegaron al poder, aislando políticamente al Paraguay. López, cumpliendo un ultimátum que advertía al Brasil sobre sus intenciones en la banda oriental, llevó la guerra al Mato Grosso, territorio en disputa ilegalmente ocupado por el imperio. A partir de ahí, los combates se extendieron al sur del río Paraná, donde tropas paraguayas tomaron la Provincia de Corrientes y algunos pueblos del Rio Grande del Sur. La descoordinación y la falta de un mejor mando paraguayo, condenó al país al aislamiento durante toda la contienda. Paraguay había perdido a lo mejor de su ejército antes del inicio de la invasión aliada a territorio nacional.
La segunda etapa de la guerra se desarrolló en los esteros del Ñeembucú, teniendo como foco de resistencia a la ciudad de Humaitá, donde los paraguayos pudieron contener a las tropas aliadas por más de dos años. La capacidad de compra brasilera y posibilidad de salir al mundo permitió a los aliados contar con mejor tecnología, no solo en tierra, sino también en río. Los modernos acorazados pudieron romper la resistencia paraguaya en el sur, lo que les obligó a replegarse al corazón de la región oriental.
En la zona de Pikysyry pereció el ejército nacional luego de combates de casi un mes, condenando definitivamente al Paraguay. La última etapa de la guerra, que se inició a mediados de 1869, en la zona de las Cordilleras, fue una verdadera matanza de civiles. Los restos del ejército, que se internaron en los bosques del actual departamento de Amambay, llegaron a Cerro Corá el 8 de febrero de 1870, desde ese día solo esperaron el inevitable desenlace. A través de desertores, los brasileros conocieron la ubicación del Mariscal. Ahí llegaron el 1 de marzo de 1870, asesinando a López con un tiro por la espalda. Así concluía la guerra, no así el vía crucis paraguayo.
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