Capítulo 4
Entre perlas y tiburones
Para mi ayudante Conseil, el capitán Nemo era un genio incomprendido que había decidido escapar a un lugar en el que se sentía libre. Yo estaba convencido de que la coraza de acero que había construido también servía a los intereses de alguna terrible venganza.
Cuando pasamos frente a las costas de la isla de Ceilán, el capitán me propuso visitar el lecho de perlas. A la mañana siguiente, subimos al bote y los remeros nos llevaron a la isla de Manaar.
El capitán nos guió hacia una gruta. Un pescador nativo trabajaba muy cerca. Bajaba con una piedra que sujetaba entre los pies. La piedra estaba a su vez atada a una soga. Y el otro extremo de la soga estaba amarrado a un bote que flotaba sobre nosotros en la superficie. Cuando llegaba al fondo, el pescador llenaba su bolsa con ostras y volvía a subir para dejar lo que había recogido y tomar aire. Así, una y otra vez. ¡Y muy pocas de esas ostras tenían las perlas por las que se arriesgaba en un sitio infestado de tiburones!
En una terrible lucha con un enorme tiburón Ned Land salvó la vida del capitán y este, a su vez, la del pescador, a quien le dio unas bolsitas con perlas.
El Nautilus siguió su marcha. El capitán había descubierto un túnel, a 50 metros bajo el agua, que comunicaba el mar Rojo y el Mediterráneo. A Ned Land se le ocurrió la idea de huir. De todos modos, no hubo posibilidad de fuga inmediata. El azul Mediterráneo y sus blancas costas pronto desaparecieron de nuestra vista. El Nautilus se sumergió y emprendió una carrera vertiginosa hacia el Atlántico.
Capítulo 5
El continente desaparecido
Una noche, después de recorrer cerca de diez mil leguas en tres meses y medio a bordo del Nautilus, el capitán me mostró a sus hombres llevando lingotes de oro y plata al submarino.
Al día siguiente nos sumergimos y viramos hacia el sur. Por la noche Nemo me propuso una excursión que sería inolvidable.
Salimos solo él y yo, con nuestros equipos de buzos. Un resplandor de fuego llegaba desde lejos, iluminando el suelo rocoso. A los lados se levantaban tenebrosas galerías. Rocas monumentales, colgando de sus bases irregulares, parecían desafiar las leyes del equilibrio. Árboles petrificados, torres y paredones se inclinaban en ángulos imposibles.
Los peces se levantaban en masa bajos nuestros pasos, como pájaros sorprendidos en las copas de los árboles. En grutas profundas e insondables ecos, resonaban rumores formidables. Los ojos de crustáceos gigantes brillaban en la oscuridad y temibles pulpos entrelazaban sus tentáculos como matorrales de serpientes.
El origen del resplandor rojo que iluminaba todo era un cráter submarino que expulsaba torrentes de lava. Allí, bajo mis ojos, como un cementerio en ruinas, apareció una ciudad arrasada, con sus templos destruidos, sus construcciones sin techos, sus columnas derribadas. Más allá, los restos de un gran acueducto, los vestigios de un muelle, largas filas de murallas caídas. Toda una Pompeya oculta bajo el mar, que el capitán Nemo descubría ante mi vista.
¡La célebre Atlántida! Esa región sumergida fuera de Europa y Asia, donde había vivido el poderoso pueblo de los atlantes, según la antigua leyenda que muchos negaron. Ellos dominaron Egipto y quisieron atacar muchas veces a Grecia. Hasta que un cataclismo los aniquiló en un solo día, y la Atlántida se sumergió.
Sobre el libro
Título: Veinte mil leguas de viaje submarino.
Autor: Julio Verne.
Editorial: Sol90.
Actividades
1. Elabora la secuencia de ideas de la historia leída.
2. Escribe cómo crees que termina la historia.