La pedagogía del aburrimiento y la industria de la evasión

«Aprendemos al aburrirnos, dicen, citando a un filósofo acá y una filósofa allá. Dejen a la niñez (y a la adultez, ya que estamos) aburrirse, claman. La defensa del aburrimiento es un lavado de imagen de una vivencia nefasta por parte de gente que parece que nunca se aburrió».

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Hay una histórica pedagogía del aburrimiento que no por histórica deja de ser actual. La niñez del mundo se aburre hoy en las escuelas, en los colegios, en los kinders, en sus hogares o refugios antiaéreos. Un rato sí y otro también, el aburrimiento es una experiencia cotidiana para casi todo el mundo «civilizado». El aburrirse parece ser el pago de la humanidad por esto que llamamos malamente civilización.

Circula en redes sociales y de mensajería cierta defensa del aburrimiento como herramienta pedagógica. Aprendemos al aburrirnos, dicen, citando a un filósofo acá y a una filósofa allá. El aburrirse, plantean, es positivo en tanto educativo, fortalece a quien lo enfrenta y da alas a quien lo supera. Es un rito de pasaje que hace salir, a quien lo sufre, mejor de lo que era al entrar. Un sufrimiento que da como resultado un aprendizaje, un dominio, cierta capacidad de enfrentar adversidades. Dejen a la niñez (y a la adultez, ya que estamos) aburrirse, claman.

La defensa del aburrimiento es un lavado de imagen de una vivencia nefasta por parte de gente que parece que nunca estuvo aburrida. Alguien dice que se aburre escuchando su música clásica favorita en una sala acondicionada para ello. Otro, que en su enorme biblioteca personal se aburre de escoger qué libro leerá. Falsificadores de experiencias que pareciera, por los ejemplos que dan, que nunca se aburrieron en la vida. Hay otros intereses en la defensa de la pedagogía del aburrimiento que hacen posible esa descripción engañosa de lo que es aburrirse.

Tecnología, dudoso remedio para el aburrimiento y la soledad (Foto:Freepik/EFE)

El aburrimiento es la vivencia conjunta de la obligación y la soledad. La soledad obligada y la obligación sin compañía. Nunca separadas, siempre juntas. Quien dice que se aburre dice que se siente obligado y solo en el mismo instante. La obligación, un autoritarismo; la soledad, otro. Quien vive la soledad por elección no se aburre; quien hace algo sin obligación no se aburre. Obligación y soledad, juntas, se llaman aburrimiento. Y el aburrimiento es un núcleo de la vivencia infantil contemporánea.

La obligación llama a evadirla, saltarla, sortearla. La soledad llama a compañía o distracción. Frente al aburrirse, el remedio histórico ha sido la evasión creativa, una resistencia a la amenaza de ver morir la personalidad. La evasión creativa, resistencia al aburrimiento, es conversación lúdica con lo comunitario que también somos en nuestra inteligencia. Conversamos, jugamos, nos entretenemos con la compañía que nos da la parte nuestra que también es de esos y esas otras que son las comunidades que hacen nuestra experiencia. Jugamos, escribimos, hacemos ejercicios físicos o mentales porque hemos visto hacerlos en experiencias compartidas; por ello es en el acompañamiento que llevamos en nuestra memoria que hacemos la resistencia creativa al aburrimiento. Con esos otros que somos y estamos es que inventamos cosas para evadir el aburrimiento. La compañía construye intimidad, y la soledad obligada la quita. Lo creativo que surge en el aburrimiento es la respuesta resistente a una situación incómoda a la que un cúmulo de autoritarismos, conscientes o no, nos ha llevado

Vamos obligados al trabajo, a la oficina, a la fábrica, nos desempeñamos obligatoriamente en la zafra, en el colegio y en la cárcel con más claridad, y junto a esas instituciones hay rituales y trámites que esconden su obligatoriedad en rendimientos que nos otorgan para nuestra vida social y cultural, como bautizarnos en tal o cual fe, sacar tal o cual cédula de identidad que nos promete ser parte de una sociedad estatizada. Ariel Dorfman, en Americanos (1), habla de «una nefasta vida de perpetua domesticidad».

Ariel Dorfman

Las obligaciones más institucionalizadas, como son trabajo, escuela y cárcel, las superamos y soportamos porque no estamos solos en ellas, tenemos el contrapeso de la compañía, y ese estar acompañados en la obligación la hace mucho menos aburrida. Vamos a la fábrica, entre otras cosas, porque más gente va. Vamos a la oficina porque es un lugar social. La obligación está mediada y mitigada por la compañía, y además, habitualmente, encaramos la obligación como contrapartida de cierta responsabilidad que nos hace seres sociales (ayudar a sostener a la familia, la pareja, los gustos, las aficiones). La cárcel, que lleva como castigo la soledad además del encierro, está reservada para quienes los Estados consideran de suma peligrosidad (si es que antes no se han librado de tales personas). Vamos a nuestras obligaciones acompañados, y eso es una promesa de no aburrimiento, y esa promesa hace posible que cumplamos dichas obligaciones.

El aburrimiento es también y sobremanera un grito de auxilio de nuestra propia infancia. Un grito de auxilio, un aviso, una alarma en nuestra niñez y desde nuestra niñez hacia la adultez que somos. Una niña, un niño que dice: «estoy aburrida», está diciendo: «me siento obligada y sola». Todos esos intentos de darle un carácter pedagógico al aburrimiento están hechos para condenar al silencio ese grito de socorro que es declarar rotundamente que se está aburrido. Una vez más, callar a la niñez en aquello que es importante: el pedido de sacarla de esa vivencia de obligación y soledad que la adultez «civilizada» le regala con tanta asiduidad y que ahora, además, recomienda como pedagogía.

La historia de la captura de la evasión creativa por parte de la industria cultural es una historia tan larga como la cultura. El colegio y otras instituciones de contención infantil son parte de esa historia; el cine, la radio y la televisión, también. La evasión industrial como mecanismo para abolir el grito que es el aburrimiento existe desde que hubo coincidencia financiera entre la industria «industrial» y la naciente industria cultural: una complementaba a la otra. La necesidad de evasión de las masas obligadas sirvió como espacio de crecimiento del negocio de la diversión en dos frentes: el masivo y el íntimo. Las pantallas dan buena cuenta de esos dos frentes: por un lado, las pantallas de cine hasta principios de los años 60 fueron cada vez más grandes; por otro, las pantallas de televisión se fueron haciendo cada vez más pequeñas para pasar de lo familiar a lo personal. Así llegamos a este momento en el que todos llevamos una pantalla muy pequeña en bolsillos y bolsos y al mismo tiempo The Sphere, en Las Vegas, Estados Unidos, es la pantalla LED más grande del mundo. La evasión en forma de pantallas, sonidos e imágenes en movimiento nos acorrala en lo íntimo y en lo masivo.

La industria cultural vía pantallas se ha dotado de un gremio global de creadores de contenidos para nuestra entretención. Todo es un espectáculo para que ahoguemos el grito que es el aburrimiento antes de que este nazca. Nuestros aburridos y aburridas tiktokers generan hora tras hora de video para que no tengamos tiempo ni oportunidad de aburrirnos y, deslizando el dedo, generemos una inmensa cantidad de dinero que no llegaremos a poseer pese a que lo generamos y del que nuestra tiktoker favorita solo verá una ínfima parte puesto que, como en toda transa, el dinero se que queda en el dealer del dealer.

Hay pedagogías que impulsan la evasión creativa para frenar tanto la evasión industrial como el aburrimiento. Fatídicamente tienen corto alcance por oponerse a la pedagogía del aburrimiento, que es mainstream, y suelen quedar, muy a su pesar, como una alternativa elitizada a la fuerza, en tanto minoritarias. Entre ellas recuerdo a la educación popular libertaria, que apuesta concienzudamente a no elitizarse (2). En estos días, al momento de deslizar el dedo en la pantalla, recemos: Ante la obligación, responsabilidad; ante la soledad, comunidad; ante la evasión industrial, evasión creativa.

Asunción, 2 de octubre de 2024, Día Internacional de la No Violencia.

Enrique Collar: arriba, "Niñas jugando con elástico" (tinta sobre papel, 1991); abajo, "El 1, el 9, el 7" (marcador sobre cartulina de color, 1992).

Notas

(1) Dorfman, A. (2009). Americanos. Buenos Aires, Seix Barral, p. 304.

(2) https://ramalc.org/wp-content/uploads/2020/06/Educaci%C3%B3n-Popular-Libertaria.pdf

*Pelao Carvallo es anarquista, analista político, comunicador, vicepresidente de la organización Familias por la Educación Integral en Paraguay (Feipar), consejero de la red antimilitarista internacional War Resisters’ International (WRI-IRG) y del Grupo de Trabajo Clacso / Memorias colectivas y prácticas de resistencia e integrante de la Red Antimilitarista de América Latina y el Caribe (Ramalc).

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