La parte del Estado

“Eran las cuatro de la tarde. La ciudad se asaba lentamente bajo un cielo pesado. Todos los comercios tenían las cortinas echadas. Las calles estaban desiertas… No se sabía si el aire estaba preñado de amenazas o de polvo y ardor”. Lindas y terribles las palabras con las que Camus describe en La Peste un momento de una ciudad que podría ser Orán o Asunción en estos pesados días. Asunción no es la misma que fue hace un mes, la mayor parte de la gente está encerrada y pese a que sigue habiendo irresponsables que miopes a lo que ocurre en otros lares, insisten en sus costumbres de hedonismo y sociabilización, esta ciudad perdió el brillo y el caos.

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Miles de personas atentas han decidido sumarse a este contrato social de adhesión propuesto por el Gobierno, de aceptar las reglas, de seguir las indicaciones, de postergar libertades individuales y colectivas, de resignar ganarse la vida, de perder chances de negocios, de diversión, de esparcimiento, de amor, por la quimera constitucional del bien común.

Si bien la norma puede interpretarse como el cuadrilátero donde serán ejercidas nuestras libertades, escenario en el cual las cuerdas, más que límites para quienes allí estamos, son barreras contra los intrusos que amenazan nuestros derechos, las disposiciones sanitarias y de conducta decididas por el Gobierno son fuertes hormas constrictoras aceptables solo en este contexto pandémico.

El Gobierno logró instalar en la opinión pública, con base en buenas decisiones, que las cosas se están haciendo bien y esto es tan importante como las medidas sanitarias. Ahora deberá encarar con la misma eficacia lo económico, la realidad del comerciante que ya no vende, del vendedor callejero, del empleado, del empresario que tuvo que reducir horarios y sigue pagando sueldos. No va a ser fácil, capaz que de una buena vez le cambiamos el sentido maldito que le han dado a la palabra “subsidio”.

Así como apelaron al ingenio a la hora de restringir libertades, presentadas como “sugerencias” de cumplimiento tan voluntario que pueden terminar en detenciones, tienen que acercar propuestas económicas que eviten un caos inmediato o futuro.

Euclides Acevedo ha optado incluso por el lenguaje de guerra, un discurso sumamente eficaz, unidos contra un enemigo común. Depende del esfuerzo que haga el Gobierno para que creamos que no están mirando la guerra desde lejos y que están realmente peleando con la población.

Esta pandemia no podrá ser evaluada desde el parámetro del éxito y del fracaso. Al llegar a la meta será muy difícil festejar. El fin va a estar construido sobre mucho dolor. Tendremos que mirar a nuestro sistema de salud, a la cantidad de plata que se ha malgastado y a las enormes deudas que hay, sobre todo, con los más vulnerables. En Salud, el Paraguay debería invertir al menos el doble.

En el Ministerio de Salud encendieron las lámparas antes que oscurezca, igual, nadie asegura que la rapidez le quite gravedad al paso del virus.

Desde nuestras casas, encerrados, con jóvenes que limitan sus actividades, con comerciantes que pierden ventas, con adultos mayores que temen las estadísticas, es hora de saber con certeza las contraprestaciones que el Estado dará a cambio de todo lo que el pueblo está haciendo.

diego.marini@abc.com.py

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