Hoy nos ocupan los efectos negativos de las redes sociales virtuales en el contexto de la posverdad.
El diccionario de Oxford define la posverdad como las “circunstancias en las que los hechos objetivos tienen menor influencia en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
Al respecto, Jensen (2016), analista política, sostiene que el “matrimonio entre la posverdad y las redes sociales (…) amenaza con reescribir las reglas de cómo se toman decisiones (…) Basta con un ‘Tweet’, una foto adulterada, una afirmación en Facebook, o un documento falso que circule en las redes, para que los inventos se conviertan en hechos. Ya no sabemos qué creer, ni a quién”.
En el concepto de la posverdad “se nos propone que partamos de los hechos que más nos convengan, independientemente de su veracidad, como guía de acción social o política”(López, 2017). Por otra parte, “hablamos de posverdad cuando el discurso público (el de las personas, el de los estadistas, el de los medios) se inunda de prejuicios por motivos sentimentales, políticos o económicos que, en vez de ser confrontados con lo que sabemos, se consideran una verdad alternativa” (Nogués, 2017).
Los autores citados nos dan una idea del gran daño que se puede causar cuando desde las redes sociales, muchas veces desde cuentas con perfiles falsos, se promueven medias verdades o mentiras completas para apelar a la reacción colectiva y que se tomen decisiones que terminan afectando gravemente la estabilidad política, el prestigio de las instituciones o la dignidad de las personas.
Los que profesamos la fe en Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, no podemos ni debemos ser instrumentos ni vehículos de falsas noticias o de la difusión de supuestos hechos que circulan por las redes sociales y que son promovidos por sectores interesados en causar daño a las personas y a las instituciones.
Es absolutamente necesario tomar todas las precauciones, en primer lugar, para compartir o no lo que se difunde en las redes sociales, y, en segundo lugar, si afecta a personas e instituciones con las cuales nos relacionamos, es conveniente chequear la veracidad de la información y la credibilidad de las fuentes, antes de impulsar acciones o de tomar decisiones que pueden terminar destruyendo la reputación del prójimo o el prestigio que con gran esfuerzo han forjado las instituciones.
En la parábola del Buen Samaritano, el Evangelio nos enseña que la identidad del cristiano es el amor al prójimo y que, en vez de juzgar, acusar o pisotear al que está caído al costado del camino, lo que debemos hacer es atender al golpeado, curar sus heridas y cuidar de él hasta su completa recuperación.
Esta enseñanza, en tiempos de posverdad y de redes sociales, nos invita a la prudencia y nos interpela a no condenar con base a rumores, o de medias verdades malintencionadas, y a no ser instrumentos para la destrucción de la dignidad del prójimo.
*Obispo de Villarrica del Espíritu Santo
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