Ante la crisis, el Ministerio de Educación pateó la pelota hacia adelante, adelantando las vacaciones de invierno, para ver si podía encontrar en esos días de tregua algún paliativo; pero como era de esperar, porque los problemas no desaparecen mágicamente, siguen faltando miles de maestros para docenas de miles de escolares. Y este lunes comienzan las clases.
La explicación de que el desmedido número de jubilaciones que se produjeron este año es la causa de que falten tamaña cantidad de docentes, más que una excusa es en realidad un agravante y hace que la responsabilidad del hecho recaiga además de, por supuesto, en el ministro actual, también en sus antecesores.
La imprevisión y la falta de gestión de años no pueden solucionarse, ni siquiera paliarse satisfactoriamente, en unos pocos días. La situación retrata cabalmente al ministerio como una institución ineficiente y desmedidamente politizada, para la cual ni la enseñanza ni el aprendizaje son una prioridad. La falta de docentes es sin duda el problema más urgente, pero es solo la punta del iceberg de una crisis educativa de enormes proporciones y consecuencias dañinas incalculables.
La desidia, el desinterés y hasta el miedo a una ciudadanía con mejor formación (y, en consecuencia, más crítica) han ido marginando la enseñanza hasta convertirla en un trabajo que nadie quiere: Mal pagado, sin el prestigio social que alguna vez tuvo, convirtiendo en verdad aquella malvada frase que afirma que “el que sabe, sabe; el que no sabe, enseña”.
Obviamente, la urgencia del problema de la “cantidad” de docentes que no hay, está haciendo pasar desapercibido otro callejón sin salida aún más grave, que es la “calidad” de los docentes que sí hay, pero que jamás deberían haber estado al frente de un aula, porque en vez de transmitir conocimientos contagian su ignorancia.
No exagero, el número de aplazados en las últimas convocatorias para seleccionar profesorado confirma que la gran mayoría de los que están dispuestos a enseñar, efectivamente, no tienen los conocimientos necesarios. Las cifras que dio el propio viceministro de Educación, Roberto Cano, ampliamente difundidas por la prensa el pasado jueves, lo confirman: bastante más del cincuenta por ciento de los aspirantes a maestros se aplazó en las más recientes pruebas de competencia, la mayoría de ellos por no comprender lo que leen. Ni hablemos de materias más especializadas como matemáticas.
He visto esas pruebas (la periodista Natalia Daporta las publicó hace unos años en este diario) y son tan básicas que no son los maestros, sino los alumnos los que debieran estar en condiciones de aprobarlas. La baja calidad de la enseñanza, sumada a la enorme cantidad de ignorantes que alcanzan posiciones encumbradas, explica aunque no justifique, la enorme deserción escolar que también aqueja al sistema educativo de nuestro país.
Sea todo esto dicho con las debidas disculpas a los verdaderos maestros, que trabajan con gran esfuerzo, sin las condiciones mínimas de infraestructura, con sueldos de miseria y, por desgracia, no pocas veces debajo de un mango o con el riesgo, muy real, de que el techo de alguna precaria escuela caiga sobre sus cabezas y las de sus alumnos.
Pero volvamos a la urgencia. La falta miles de docentes no tiene una solución inmediata aceptable. Ni se pueden improvisar miles de maestros idóneos, ni se puede empeorar la ya calamitosa calidad educativa “rellenando el vacío” con miles de personas sin los conocimientos suficientes ni la formación necesaria para enseñar. Hay que asumirlo.
La única salida viable que se me ocurre (no soy un especialista, así que se trata solo de una sugerencia) tampoco es buena, pero al menos no afronta el problema legándole al futuro otro más grave; sería generar una medida legal provisoria para que los maestros jubilados recientemente, vuelvan provisoriamente a las aulas, por supuesto pagándoles el sueldo, además de la jubilación que ya les corresponde, hasta tanto se puedan ir reuniendo docentes idóneos… Para lo cual también debería mejorarse la oferta de condiciones de trabajo.
Como dije no es una solución, sino que sería apenas una medida paliativa y provisoria de urgencia. En cualquier caso la falta de maestros, aunque parezca mentira, no es ni mucho menos el más grave problema que afronta nuestro sistema educativo, sino que enfrentamos una crisis generalizada de enseñanza y aprendizaje. Pero de eso tendré que ocuparme en otra ocasión.