Primero viene el sueño, luego la gloria

“Si mi hermana no está, no sé cómo voy a competir. Esto lo hicimos juntas y no lo voy a lograr sola. La quiero acá”, fue el mensaje claro y estremecedor de Gabriela Narváez. La charla transcurre por teléfono, desde la Villa Olímpica en París. Habla la judoka que está a punto de representar a Paraguay en los Juegos Olímpicos. Del otro lado, en algún punto de nuestra tierra guaraní, escucha con resiliencia y atención su padre Gabriel.

Gabriel y sus hijas.
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Nos situamos en una fecha exacta: miércoles 24 de julio, a menos de 72 horas de pisar el tatami en el Champ-de-Mars Arena. El padre la entiende, porque les inculcó siempre que la familia está primero y porque conoce el soporte que significa la hermana en este camino. Porque las forjó con espíritu guerrero, y porque en esta “familia de locos”, como él mismo la describe, el deporte y la búsqueda de la gloria tienen un lugar esencial. La hermana es Paloma, menor que Gabriela y mayor que Luna, quien juega al fútbol a diferencia de las dos más grandes.

Paloma se encuentra en Valencia, donde acompañó a Gabi como sparring en el proceso de preparación para París. Ambas saben lo que es luchar juntas. Durante mucho tiempo, mientras intentaban ganarse su lugar en nuestro deporte, y cuando cada mañana el sol apenas despuntaba en el horizonte, sus dos figuras pequeñas, cargadas con mochilas llenas de sueños, emprendían el largo camino hacia el Comité Olímpico Paraguayo desde su hogar en Luque.

Gabriela Narváez y su hermana se hacían una promesa cada mañana: no importa cuán difícil se pusiera el trayecto, un día estarían en lo más alto, representando a Paraguay en los Juegos Olímpicos.

Nacida en Lanús, es una judoka de raíces argentinas, pero con el corazón y espíritu combativo paraguayo. Creció entre historias de esfuerzo y sacrificio. Su madre y su abuela, ambas paraguayas, le inculcaron el amor por la tierra del ñandutí y la guarania. Su abuela, quien ya no está entre nosotros, fue la fuente de una promesa que Gabriela decidió cumplir: competir por Paraguay en París 2024.

El deporte corre por las venas de la familia Narváez. Su padre, Gabriel, también judoka, soñó con la gloria olímpica en Seúl y Barcelona, pero las circunstancias económicas lo llevaron a retirarse antes de lograrlo. “Si ahora soy pobre, imagínate en esa época”, recuerda, con una mezcla de nostalgia y orgullo en sus ojos.

Gabriela y Gabriel Narváez.

En su juventud, Gabriel sufrió múltiples lesiones, y a diferencia de hoy, no había tratamientos avanzados disponibles. “Ahora se sabe inmediatamente cuál es la lesión y el tratamiento a seguir; en mi época había que romperse y sentirlo para detenerse”, dice. Por esta razón, al comienzo, él no quería que su hija practicara judo, temiendo que sufriera las mismas lesiones y dolores que él. Sin embargo, el sueño inconcluso de su padre encontró en ella una segunda oportunidad, un nuevo amanecer.

Gabriel entrenó a su hija toda la vida, guiándola no solo con técnicas y estrategias, sino con la sabiduría de quien ha vivido las altas y bajas del deporte de alto rendimiento. El camino no fue fácil. Solventar los viajes requirió sacrificios impensados. Junto a esposa Liliana hicieron de todo para apoyarlas: desde vender sus alianzas de matrimonio hasta pasar días sin comer para que comieran ellas. “Somos una familia humilde”, nos cuenta el padre mientras se emociona. “Nosotros no hacemos esto para tener plata, nosotros hacemos esto porque nos hace felices, porque buscamos la gloria, porque sentimos una pasión muy grande.

En un deporte de lucha, los golpes son habituales y a veces pueden ser peligrosos. Luego de obtener la medalla en ODESUR 2022, Gabriela sufrió una lesión en la cuarta y quinta cervical que casi le inmoviliza un lado del cuerpo. Caminaba apenas. La incertidumbre era total. Pero no se rindió. Con la ayuda de un equipo de profesionales comprometidos del COP, superó las adversidades y continuó persiguiendo su sueño.

Su padre, Gabriel, no puede contener las lágrimas al hablar de este momento: “Para mucha gente, estar en unos Juegos Olímpicos no significa mucho… pero para nosotros es la vida”. “Son más de diez mil ahí en París y tengo el orgullo de que una de ellos es mi hija”, agregó, mientras contagiaba la emoción a quien suscribe estas líneas, que intentaba contenerse para seguir preguntando.

Gabriel y Gabriela Narváez.

La relación entre las hermanas Narváez es un testimonio de unión y apoyo inquebrantable. Paloma siempre ha sido el pilar de Gabriela. Cuando solicitó que ella la acompañara a París, no era solo por la familiaridad; era porque cada triunfo, cada caída y cada momento de duda siempre los habían enfrentado juntas. Y Paloma lo sabía. Sus padres prestaron dinero, como tantas otras veces, y le enviaron un pasaje con destino a la ciudad de la luz.

Alcanzaron el pasaje pero no dio para el hospedaje. Paloma durmió dos noches en el aeropuerto de Orly, sin quejarse, con la misma determinación que las llevó a caminar a las cinco de la mañana hacia el COP en Luque. Para las hermanas, París no era solo una ciudad; era el escenario de sus sueños compartidos, de la promesa a su abuela y del sacrificio de toda una familia de judokas apasionados.

En el tatami olímpico, Gabriela no solo llevaba el peso de su judogi, sino también las esperanzas de toda su familia y el legado de una abuela cuya memoria prometió honrar. Cada movimiento, cada maniobra, cada combate, resonaba con la fuerza de su historia, con la energía de las mañanas frías en Luque y las noches durmiendo en aeropuertos de todo el mundo, porque no siempre había cómo pagar un hotel en cada competencia.

Gabriela Narváez, con su espíritu indomable y su corazón guaraní, ha demostrado que los sueños, cuando se persiguen con pasión y dedicación, pueden trascender cualquier frontera y vencer cualquier obstáculo. Su victoria ante la séptima del mundo, la portuguesa Costa, con el ippon más espectacular del certamen, la colocó entre las ocho mejores del planeta. Quedó séptima y se lleva un histórico diploma olímpico a casa. Ella no está conforme. Ella quería la medalla.

La paraguaya Gabriela Narváez (blanco) en el repechaje del Judo en los Juegos Olímpicos París 2024.

Pero es consciente de lo que acaba de hacer y, en plena entrevista post combate, recuerda a su papá: “Esto es por él, porque él no pudo cumplir el sueño olímpico”. El padre no puede dejar de emocionarse. Vive en lágrimas en estos días de satisfacción humana y personal. Gabriela insiste con la medalla, aún en la derrota, pero esta vez agrega una protagonista a su sueño: “Mi hermana Paloma está haciendo los papeles, y vamos a estar en Los Ángeles, y vamos a traer la medalla para Paraguay”.

En la mañana del domingo, Gabi fue a buscar a Paloma del aeropuerto, salieron a caminar por la ciudad y a compartir una comida juntas. Disfrutaron, sonrieron y subieron una story al Instagram tan sencilla como poder disfrutar de una torta dulce juntas. El sabor del deber realizado en base a sacrificio y disciplina hace la vida un poco más simple y feliz.

Paloma tomó el vuelo de la tarde. Gabriela se queda unos días más en la ciudad olímpica. Liliana y Luna se sienten orgullosas como mujeres y familiares de estas dos guerreras. Y su padre Gabriel, antes de cortar la llamada, respira profundo, sintiéndose orgulloso y en paz consigo mismo por las palabras que está por decir, y pronuncia por primera vez, en 29 minutos de diálogo, una frase entera con la voz erguida, sin emociones ni cortes, haciendo referencia, al igual que su hija, a los próximos Juegos de Los Ángeles 2028: “Primero viene el sueño, que se cumplió en París… ahora viene la gloria”.

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