Frente a esta problemática y esta urgencia a nivel nacional, se disparan cada vez más casos de embarazo precoz, embarazos no deseados, abortos clandestinos, enfermedades de transmisión sexual ETS, falta de comprensión sobre los cuerpos adolescentes, incluso sobre procesos tan naturales como la menarca (menstruación) y la polución nocturna, por citar solo dos cambios.
Los adolescentes quedan sumisos frente al silencio que les despoja del derecho natural del saber, de comprender-se, y se lanzan a las búsquedas masivas y desbordadas de motivaciones y pulsiones, las cuales están en todos lados dispuestas a responder pero no como se debiera, sino como se pudiera. Mr. Google, Mr. Porno y miles de otras alternativas se ponen vigentes mientras las escuelas y los padres callan, la educación sexual integral se pospone, el covid-19 avanza, los niños y niñas crecen, el ministerio de educación MEC prohíbe la educación integral de la sexualidad, por lo que cada familia debería leer, informarse, educarse para poder administrar la correcta información y hacerse responsable de sus hijos e hijas, ya que no tenemos políticas de Estado que protejan los derechos fundamentales de los niños, niñas y adolescentes.
Esta falta de comprensión de los adolescentes sobre sus propios cuerpos, los aleja cada vez más de sus sexualidades y de sus realidades y, lamentablemente, los acerca a contextos nocivos y formatos hasta invasivos para obtener información como resultado del silencio y la ignorancia de una sociedad precaria y analfabeta sexual que no ofrece contención ni alimenta mentalidades educadas ni responsables de saberes funcionales.
Sin un sistema de salud sexual institucional, cada adolescente crecerá construyendo su biografía sexual en base a falsas creencias, historias irreales, realidades distorsionadas, erotismos falsos, eróticas ficticias, pornografía, criterios fragmentados, mitos y tabúes que no solo condicionarán la manera en que vivirán sus sexualidades desde el goce ético y responsable, sino que perderán autonomía para decidir sobre sus cuerpos, planificar su futuro, identificar sus emociones, elegir a sus parejas, definir y regular sus comportamientos sexuales, entre otros factores.
La sexualidad va mucho más allá de la genitalidad y su desarrollo dura toda la vida. Censurarla es un acto de violencia. Por otro lado se omite hablar del cuidado y de la protección en las relaciones sexuales por el pudor y la vergüenza de enfrentar la subsiguiente interacción sexual. Según estudios, el 30% de los jóvenes no utiliza ningún tipo de protección, ni de preservativos, ni barreras de protección, ni pastillas anticonceptivas, mientras que se debería impartir y promover de manera gratuita la utilización de preservativos, en la realidad resulta todo lo contrario, se tiene vergüenza de pedirlos, de hablar de ellos, de comprarlos en una farmacia, de conversar con los progenitores de ello; es un tabú colectivo porque se los considera un indicativo de tener sexo, no de “protegerse y cuidarse”. Entonces hay una mala interpretación social y cultural de lo normativo, lo que conlleva una mala ejecución y omisión del cuidado de la salud sexual. Mientras no se deconstruya la interpretación cultural de que el uso del preservativo está configurado a la idea directa de “voy a tener sexo” en vez de “me voy a cuidar de un embarazo y de una enfermedad de transmisión sexual, a mí mismo/a como a mi pareja”, se seguirá juzgando al joven y/o a la joven que adquiera preservativos; por ende, los jóvenes omitirán usarlos y con esto se incrementarán los embarazos y consiguientes ETS.
La sexualidad como energía vital de vida y pulsión generadora de goce recorre el cuerpo adolescente y joven como certeza de vida y salud; no se les puede negar el derecho a descubrir la plenitud debiéndoles enseñar y educar a vivir sus sexualidades con dignidad, con toma de decisiones responsables y éticas.
*Psicóloga Clínica, Magíster Psicopedagoga Clínica, Orientadora Sexual