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Esta es una historia de ficción: Juan era un joven de 15 años. Una tarde, un fuerte golpe en la rodilla hizo que su madre lo llevara al hospital. Al llegar al centro médico, el profesional de blanco que lo atendió le recetó unas pastillas y le inyectó un medicamento para el dolor.
Tras volver a su casa, el joven, quien además era alérgico, empezó a sentirse cada vez peor, pues los medicamentos, al parecer, le provocaban más dolor. A causa de su mal estado, volvió al hospital ya decaído; rápidamente, fue trasladado a terapia intensiva, en donde más tarde se confirmó su deceso, que no tuvo explicación satisfactoria para sus familiares.
Son frecuentes los casos de negligencia médica que salen a la luz a través de los medios de comunicación. Muchas situaciones tuvieron finales trágicos y otras, con varias secuelas; todo esto por las irresponsabilidades de algunos profesionales de blanco.
Recordemos el caso que ocurrió semanas pasadas en Ciudad del Este, con la joven de 19 años que fue a un centro médico para dar a luz. Tristemente, la mujer no soportó el parto normal que le generó hemorragias y desgarros. Los familiares de la chica denunciaron el hecho de negligencia, pues la adolescente debía tener a su hija por cesárea ya que la bebé pesaba cuatro kilos.
Además de la mala praxis, también recibís un pésimo trato por parte de algunos profesionales que no se apiadan de tu dolor y, en lugar de reconfortarte, te regañan. La paciencia y el trato amable son valores que gran parte de los trabajadores de los hospitales no saben o quizás los han perdido.
La mala práctica médica ya no ocurre solamente en hospitales públicos, sino también en sanatorios y consultorios privados. Tal fue el caso de un niño de cuatro años que en mayo pasado fue a un sanatorio de San Lorenzo, en donde se sometió a una operación menor, salió de alta pero días más tarde se descompensó y, al llegar al nosocomio, falleció porque no había terapia intensiva.
El Estado debe velar por la salud de cada uno de sus ciudadanos y poner a cargo a profesionales altamente capacitados. Todos merecemos buen trato y, por sobre todo, seguridad al momento de acudir a un centro médico.
Nadie merece morir por un dolor de cabeza o malestar de alguna parte del cuerpo a causa de la irresponsabilidad médica. Seamos conscientes de que con la vida ajena no se juega, porque un error de diagnóstico o un procedimiento erróneo pueden derivar en la muerte.
Por Mónica Rodríguez (19 años)